Escena IX
Dichos. CRUZ, que entra por la izquierda en mangas de camisa, con una blusa azul en la mano, mostrando un rasgón en la manga.
CRUZ.— Mira, mira cómo está mi blusa... Hola, Gabrielita... ¿Ya de vuelta? GABRIELA.— (con desabrimiento que no puede vencer.) Sí... ¿Y qué tal? CRUZ.— (a Victoria.) Dame la otra.
VICTORIA.— Si no se ha lavado.
CRUZ.— No importa.
VICTORIA.— Espera un poquito. (Sale por la izquierda.) CRUZ.— ¿Y Jaime?... ¿qué tal? ¿Gana dinero? GABRIELA.— No tanto como usted... pero viviremos... (¡Qué vil! No piensa más que en los miserables cuartos.) CRUZ.— (abriendo el armario de las herramientas, y cogiendo de él algunas.) Sí, hay que ganarlo, perseguirlo, ahondar en las entrañas de la tierra o en las de la sociedad... Y una vez encontrado el rico metal, es preciso cogerlo, antes que lo descubran otros... y después, guardarlo con prontitud, rodeándolo de hábiles defensas para que no se escape... (Saca un hacha, y al volver al proscenio con ella, Gabriela lanza un chillido.) Qué, ¿se asusta usted? GABRIELA.— Sí... No sé lo que me parece... con el hacha.
CRUZ.— Tengo que reconocer el tejado de la fábrica, y de nadie me fío.
VICTORIA.— Aquí está. (Dándole la blusa.) CRUZ.— Venga. (Se la pone.) Sospecho que hay comunicación entre las vigas del faldón del tejado y la chimenea de las muflas... (Por Gabriela.) Esta se asusta... No sabe que soy el primero de mis obreros... ¡La costumbre de no tratar más que señoritos... ilustrados! GABRIELA.— (¡Qué horror de hombre!) CRUZ.— (recordando.) ¡Ah!... antes tengo que hacer otra cosa. (Deja el hacha arrimada a una silla y se va por la izquierda.)