Escena II
Dichos. CRUZ, que viene de los talleres por el pasadizo del fondo.
CRUZ.— Señores...
JORDANA.— (saludando con servilismo.) Amigo Cruz, celebro que no haya novedad en esa preciosa salud.
CRUZ.— Igualmente.
JORDANA.— No olvide usted que pasado mañana le secuestro.
CRUZ.— Iré un rato si puedo. En todo caso, Victoria me representará.
JORDANA.— No, no. Usted tiene que ir... ¡Pues no faltaba más! Allí reuniré la flor y nata de Santa Madrona. No olvide usted que el pueblo que represento tiene los ojos fijos en su ilustre hijo, la más grande capacidad industrial y administrativa que nos ha dado Cataluña en lo que va de siglo.
CRUZ.— Quieto el incensario. Pero si la primer capacidad industrial es usted...
HUGUET.— Como padre...
CRUZ.— ¡Un hombre que da un producto bruto de dieciséis hijos en catorce años! JORDANA.— Y muy guapos. Gracias a Dios me viven doce. Vamos, señor de Cruz, confiese usted que me tiene envidia.
CRUZ.— Sí que la tengo... Quisiera yo...
JORDANA.— No se apure... que ya vendrán...
CRUZ.— Dispénseme un momento. (Queriendo hablar a solas con Huguet.) JORDANA.— (apartándose.) Sí, sí, traten ustedes de negocios. A ganar dinero...
Por ahí, por ahí se empieza... y luego, a acuñar la generación que ha de gastarlo...
HUGUET.— (aparte a Cruz.) Dos telegramas para usted, y una carta. (Entrega estos objetos, y aguarda un instante a que los examine rápidamente.) Hoy he comprado, como usted me dijo, a 87,50.
CRUZ.— (guardando los telegramas y cartas.) Bien; mañana siga usted, comprando. Puede llegar hasta 75.
HUGUET.— Corriente... ¿Qué más? (Saca un librito de apuntes.) ¡Ah! Pons Hermanos quieren que les descuente usted pagarés a noventa días, por pesetas cien mil y pico.
CRUZ.— Con la garantía de Foxá, no hay inconveniente.
HUGUET.— (disponiéndose a apuntar con su lápiz.) ¿Qué descuento? CRUZ.— A razón de veinte por ciento al año... Pues tres meses... (Calculando.) HUGUET.— Les parecerá mucho.
CRUZ.— Pues que lo dejen.
HUGUET.— (volviendo a consultar el librito.) Bueno: y por último... ¿por cuánto se suscribe usted para las víctimas...? CRUZ.— (con gran extrañeza.) ¡Víctimas...! ¡Suscrición...!, ¡yo...! HUGUET.— Ya sabe usted... El horroroso incendio que ha dejado en la miseria a tantas familias... Todo el comercio y la banca de Barcelona contribuyen...
CRUZ.— ¡Tonterías! Aquí no hay más víctima que yo. Soy mi propia víctima... y ya me he socorrido.
HUGUET.— (guardando el libro.) Pues nada más... ¿No me manda usted otra cosa? CRUZ.— Nada más. (Recordando.) ¡Ah!, ¿quiere usted llevarse ese pico? HUGUET.— ¿Lo del carbón? Es mejor que se lo dé usted a mi primo Silvestre Rius.
Es cosa de él.
CRUZ.— Pues dígale que venga a cobrar esta tarde. Dejaré puesto el talón.
HUGUET.— Bien.
CRUZ.— (a Jordana.) Perdóneme. Tengo mucho que hacer hoy.
JORDANA.— No me iré sin hablar con Victoria, para ponernos de acuerdo en ciertos detalles.
CRUZ.— Mal día es hoy.
JORDANA.— ¿Por qué? CRUZ.— Hoy vuelven Gabriela y Jaime de su viaje de novios... No sé si vendrán aquí o a la torre... En fin, señores, tengo mucha prisa. (Vase por la izquierda.)