Skip to main content

La Loca de la Casa: Escena VII

La Loca de la Casa
Escena VII
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Comedia en cuatro actos
  4. Personajes
  5. Acto primero Salón de planta baja en la torre o casa de campo de Moncada, en Santa Madrona.— Al fondo, galería de cristales que comunica con una terraza, en la cual hay magníficos arbustos y plantas de estufa, en cajones.— En el foro, paisaje de parque, frondosísimo, destacándose a lo lejos las chimeneas de una fábrica.— A la derecha, puertas que conducen al gabinete y despacho del señor de Moncada.— A la izquierda, la puerta del comedor, el cual se supone comunica también con la terraza.— A la derecha de esta, se ve el arranque de la escalera, que conduce a las habitaciones superiores de la casa y al oratorio.— A la derecha, mesa grande con libros, planos y recado de escribir.— A la izquierda, otra más pequeña con una cestita de labores de señora.— Muebles elegantes.— Piso entarimado.— Es de día.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  6. Acto segundo La misma decoración del acto primero.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  7. Acto tercero
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  8. Acto cuarto
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena última
  9. Autor
  10. Otros textos
  11. CoverPage

Escena VII

VICTORIA, MONCADA

VICTORIA.— (sentándose.) Cansada estoy de veras...

MONCADA.— (observando que Victoria se lleva la mano a los ojos, mareada.) ¿Pero qué tienes?... ¿Te sientes mal? VICTORIA.— No; se me va la cabeza... Me marea tanto subir y bajar escaleras.

MONCADA.— Tú no estás bien. No te has repuesto aún del disgustazo del otro día...

VICTORIA.— Ya descansaré. Anoche no pude pegar los ojos. Pensaba en el pataleo del pobre animal al encontrarse solo. Además, no se apartan de mi pensamiento las atrocidades que hará separado de mí.

MONCADA.— Me ha contado Jordana que anoche, sentado a la mesa sin probar bocado, su cara tétrica daba compasión.

VICTORIA.— Echaría de menos nuestra conversación amenísima: "Victoria, ¿apuntaste la partida de los moldes?... Sí, hijo...". "Que no se te olvide la rebaja que hemos hecho en los jornales de máquina". Luego hablamos de si el carbón que nos da Rius es peor o mejor que el que nos daba la Compañía Hullera, o del tiempo favorable o adverso para las cochuras. ¡Ya ves qué cosas tan divertidas! Pero estas vulgaridades crían costumbre; y en el molde de la costumbre nos vaciamos y nos endurecemos.

MONCADA.— (suspirando con profunda pena.) (¡Pobre hija de mi alma! ¡Y por mí tomó tan pesada Cruz!) Háblame con absoluta sinceridad. ¿Deseas que sea definitiva la separación? VICTORIA.— Te hablaré como a mi confesor. En los primeros momentos, la separación pareciome un bien. Pasados dos días, ya no me lo parece.

MONCADA.— ¿Volverías?...

VICTORIA.— (después de vacilar.) Sí... La vida con Pepet es árida, trabajosa; pero es vida. Es un batallar constante, aunque sin ruido... Soy yo muy guerrera. Peleo, caigo, me levanto, recibo crueles heridas, me las curo con mi bálsamo de Fierabrás, y otra vez a luchar con el gigante.

MONCADA.— (Su grande espíritu la salva.) VICTORIA.— Y te diré más. Hasta que me separé de él no he conocido que hay algo que hacia él me impele. Atracción misteriosa que no comprenderás quizás.

MONCADA.— Sí que la comprendo. Y él, por su parte, tampoco se aviene con la soledad. Es que hay seres que no pueden vivir sin tener alguien a quien atormentar.

VICTORIA.— Y los hay también que no pueden vivir sin ser atormentados. (Confusa.) No sé lo que es esto, y te aseguro que no lo entiendo bien... Pero las cosas muy claras y muy resabidas son para los tontos. Del misterio de las conciencias se alimentan las almas superiores.

MONCADA.— Lo que yo veo, hija de mi alma, es que por ley de costumbre, por el trato, por la sugestión misma del deber, que en ti puede tanto, le has tomado cariño a la fiera.

VICTORIA.— Quizás...

MONCADA.— Cuando aceptaste su mano, mejor dicho, cuando se la pediste tú, en un rapto de exaltación religiosa, por salvarme, creíste afrontar una vida horrenda de sacrificios y mortificaciones crueles. Luego, ha resultado que no es tanto como creías, que aunque no tiene caridad, y mira al prójimo como enemigo, a ti te guarda consideración y respeto.

VICTORIA.— Cierto. Y he venido a pensar que Dios no quiere que yo sea mártir, que fue una chiquillada pensar en tormentos horribles, y que mi destino es una vida pacífica y monótona, labrando sin cesar aquel campo estéril para obtener de él, poquito a poco, frutos de piedad, y hacer algún bien a los que me rodean. Mis aspiraciones se achican; pero son quizás más prácticas...

MONCADA.— En fin, que por una causa o por otra, la separación te disgusta.

VICTORIA.— (levantándose.) Y aún no conoces todas las razones que me mandan volver allá.

MONCADA.— (sorprendido.) ¡Otras razones! Dímelas.

VICTORIA.— (con cierta cortedad.) No... ahora no... (No me atrevo... Gabriela ha quedado en decírselo.)

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena VIII
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org