Escena última
Dichos. MONCADA, GABRIELA, DOÑA EULALIA, LA MARQUESA, DANIEL, JAIME, JORDANA, que entran por el buffet.
VICTORIA.— Mi marido y yo hemos resuelto terminar las obras de este gran edificio... (Asombro en todos.) JORDANA.— Milagro, milagro... ¡Eh!, que venga el organista... los chiquillos a entonar el himno... Música, cohetes. (Sale disparado por el fondo.) VICTORIA.— (aparte a Moncada.) Papá, todo conseguido... (A la Marquesa en voz alta.) Florentina, alegrarse. El Clot volverá a ser de usted...
LA MARQUESA.— ¡Dios te bendiga! (Le abraza llorando.) VICTORIA.— Y tú, Daniel, ya no vas a América. Abre tu bufete; mi marido y yo te nombramos letrado de la casa.
DANIEL.— ¡Humillación!... ¡Absurdo! CRUZ.— Pero...
VICTORIA.— Me constituyo en dictadora, lo mando y a callar todo el mundo.
MONCADA.— Eres hombre vencido y domado, Victoria hace de ti lo que quiere.
CRUZ.— Eso; no. Mientras más la quiero, más me afirmo en ser lo que soy. Es que teniéndome, por indomable, me agradan los latigazos de la domadora. Ni yo puedo vivir sin ella, ni ella sin mí. Que lo diga, que lo confiese.
VICTORIA.— (con arranque.) Lo confieso, sí. Eres el mal, y si el mal no existiera, los buenos no sabríamos qué hacer... ni podríamos vivir.
FIN DE LA LOCA DE LA CASA