Escena VIII
VICTORIA, MONCADA, que entra por la derecha muy agitado.
MONCADA.— ¡No puedo presenciar cómo hacen leña de mí, pobre árbol caído! Aquí, en mi corazón, retumban los hachazos... Allá lo arreglen solos Huguet y Cruz, el leñador impío... ¡Horrible situación, que mi flaca voluntad no soportará! Sí, sí, me falta el valor de vivir. (Dirígese al foro con muestras de desesperación.) VICTORIA.— (alarmada, deteniéndole por un brazo.) Papá.
MONCADA.— ¿Qué? VICTORIA.— ¿A dónde vas? MONCADA.— No sé... Hija de mi alma, inocente paloma, déjame... tú no puedes comprender...
VICTORIA.— Papá querido. (Abrazándole.) Aguarda... Ven... ¿No te he dicho que yo...? MONCADA.— Ya, ya recuerdo... (Con amargura.) ¡Pidiéndoselo a Dios! ¿Has empezado? VICTORIA.— Sí.
MONCADA.— Y ¿qué dice? VICTORIA.— Pues dice (reflexionando) que aguardes... que aguardes tranquilo.
MONCADA.— ¡Tranquilidad, sí... la del sepulcro! Veras qué soberana paz...
VICTORIA.— ¡Papaíto, por Dios! (Aparece Daniel por el fondo.)