Escena XIII
GABRIELA, DOÑA EULALIA, MONCADA, HUGUET por la derecha.
MONCADA.— Ya, ya me ha enterado este... Francamente, Eulalia, siento que hayáis...
EULALIA.— ¡Oh!, no hables en plural... Yo me lavo las manos.
HUGUET.— (contrariado.) (Pues yo no me lavo más que las puntas de los dedos...) EULALIA.— Tu hija ha soltado una negativa rotunda... No podía ser de otra manera. Y el hombre salió como alma que lleva el diablo.
GABRIELA.— (abrazando a su padre.) ¿Verdad, papá querido, que no podía serte agradable el sacrificio de tu hija? ¡Y qué sacrificio! Las pobres mártires arrojadas a las fieras, merecían menos lástima que yo, si con tal monstruo me casase.
MONCADA.— No, no temas... Jamás tu padre forzará tu voluntad.
HUGUET.— (Nos hemos lucido.) EULALIA.— (a Huguet.) ¿Lo ve usted? HUGUET.— (disculpándose.) No, si yo no...
EULALIA.— Pues yo bien dije que no podía ser.
GABRIELA.— Creyeron sin duda que me deslumbrarían las riquezas. ¡Ay, no me conocen! Aunque las de ese hombre fueran tan imposibles de contar como las estrellas del cielo, no me deslumbrarían, no. (A Moncada.) ¡Qué!... ¿que nos arruinamos, que dejaremos de ser ricos? No me importa. Sabré aceptar con espíritu sereno cuantas calamidades quiera Dios enviarme.
MONCADA.— Muy bien.
EULALIA.— (acariciándole.) ¡Pobre cordera! Así, así me gustas. El Señor mora en ti.
HUGUET.— (con ironía.) (¡Bendita sea la pobreza, que nos hace a todos tan angelicales!) GABRIELA.— ¿Verdad, papá, verdad que no me mandas casarme con ese hombre? MONCADA.— (hastiado, como deseando concluir.) No, no, ya te he dicho...
GABRIELA.— Porque si me lo mandaras, yo... te lo juro... puesta en el dilema de desobedecerte o quitarme la vida, optaría por lo último.
EULALIA.— (queriendo llevársela.) Basta: ha sido una broma... de Huguet. Yo me alegro de ver tu firmeza de carácter, tu profunda convicción moral y religiosa...
Vamos, ven...
MONCADA.— (aburrido, como despidiéndolas.) Sí, sí...
EULALIA.— Iremos al encuentro de tu hermana. (Vanse por el fondo.)