Escena XIV
DANIEL, solo.
¡Y mi madre acepta esto! ¡Qué locura! Buscando ciegamente su salvación, llama a la puerta misma del enemigo, de ese monstruo, encarnación de Satanás maldito.
(Con desaliento.) ¡Ah!, mi pobre madre no tiene fe, no sabe abrazarse a la desgracia; no sabe encariñarse con la pobreza, despreciar los bienes transitorios; no comprende el inmenso triunfo moral de ser pisoteada por la bestia... ignora que morir en la humillación es resucitar en la verdad... (Pausa. Recorre la habitación inquietísimo.) No sé qué tufo del infierno se respira en este caserón, guarida de la fiera rapaz y sanguinaria... No sé cómo Victoria... (Asaltado de una idea penosa.) ¡Ah!, mujer enigmática, esfinge en cuyos ojos no puedo leer, porque ni miras siquiera... Tu incomprensible matrimonio perturbó mi alma... Quiero entenderlo, y... ¡Más fácil es desentrañar los misterios del dogma! Cambiaste la humilde vestidura del Socorro por las galas de boda... ¡Dicen que padeces horriblemente, que eres mártir...! (Con sarcasmo.) ¡Mártir! Las santas gloriosas que en otro tiempo regaron con su sangre el árbol de la fe, cuando anhelaban el martirio pedían a Dios que les deparase un verdugo; jamás le pidieron un marido... (Confuso.) No sé, no sé qué mujer es esta; y cuando quiero tenerla por sublime se ofrece a mis ojos como la más vulgar de las criaturas. (Meditando.) ¡Quién sabe...! Sí... sí... lo que digo, se dejó contaminar del mal de la época, del infame positivismo... ¡Oh!, esta idea remueve en mí sedimentos que creí estancados, inertes en el fondo de mi ser... (Pausa.) Dinero del rico avariento, del que no ama, del que no compadece, del que impasible ve rodar ante sí la miseria y el dolor; materia vil, instrumento de iniquidades, no me quemarás mucho tiempo las manos... Se lo devuelvo para que vea que si ella vende su conciencia, nosotros no... No podemos... (Mirando por la izquierda.) Quisiera verla para darle esta tremenda lección... No me atrevo a penetrar allá...