Escena IV
Dichos. MONCADA, que entra por el claustro; después DOÑA EULALIA y JAIME
MONCADA.— Ya estamos aquí.
JORDANA.— ¿Y Victoria? MONCADA.— Con las señoras de Fiol, visitando la sala de Expósitos.
JORDANA.— Corro allá.
MONCADA.— (deteniéndole amistosamente.) Una palabra... (Hablan aparte.) EULALIA.— (con Jaime por el claustro.) Esto va largo. JAIME.— Hay bateo para toda la tarde.
EULALIA.— Y a mis sobrinos les da por visitar ahora la sala de incluseros. No me divierten los chiquillos, ni aun aquellos que no tienen quien les haga mimosos.
LA MARQUESA.— (saludándola.) Eulalia, felices...
EULALIA.— (estrechando la mano a la Marquesa y a Daniel.) Me han dicho que este demonio de Jordana ha decorado la iglesia con una magnificencia asiática.
LA MARQUESA.— Entremos a verla. (A Daniel.) Ven tú también. No quiero que te separes de mí.
JAIME.— Yo lo doy por visto.
EULALIA.— (queriendo llevarle.) ¿Qué dice el incrédulo, qué dice la Materia? JAIME.— Que está siempre a disposición del Espíritu. (Le da el brazo. Los cuatro entran en la iglesia.)