Escena VII
Dichos. GABRIELA, JAIME, LA MARQUESA, que entran por el ángulo del foro. Poco después VICTORIA, por la izquierda.
MONCADA.— (al encuentro de los recién llegados.) ¡Hijita mía, Jaime! GABRIELA.— (abrazándole.) Ya estamos aquí.
EULALIA.— ¿Y para mí no hay un abrazo? (La abrazan los dos.) GABRIELA.— ¿Y mi hermana? MONCADA.— (mirando por la izquierda.) No sabrá quizás... Ahí la tienes. (Entra Victoria, y las dos hermanas se abrazan y besan con ternura.) LA MARQUESA.— (llevando aparte a Moncada.) Malas noticias me ha traído Jaime.
MONCADA.— ¡Paciencia, amiga mía! LA MARQUESA.— ¿Y Eulalia? MONCADA.— Está muy sorda. No me entiende.
LA MARQUESA.— Yo se lo diré.
MONCADA.— (deteniéndola.) No, no le diga usted nada. Su sordera es tan atroz, que aunque le pidiera usted el favor a cañonazos no se enteraría.
LA MARQUESA.— ¡Dios tenga piedad de mí! (En el fondo forman un grupo Victoria, Gabriela y Eulalia. Jaime se acerca a su madre y a Moncada que están en el proscenio.) JAIME.— (aparte a la Marquesa.) ¿Será posible, mamá, que ese perverso no te conceda siquiera un par de semanas?...
LA MARQUESA.— (aparte a Jaime.) Aún me resta una esperanza. Gabriela hablará con Victoria...
VICTORIA.— Hoy comerán todos aquí.
EULALIA.— (con repugnancia.) ¡Yo... comer yo en la cueva del lobo!...
GABRIELA.— Yo sí, por acompañarte y charlar un rato. Pero Jaime no se sienta a la mesa de tu marido, así le ahorquen.
JAIME.— (nervioso.) Creo que debo marcharme, mamá. (Mirando con recelo a la izquierda.) Si ese hombre sale, no respondo de mi discreción.
MONCADA.— Prudencia, Jaime.
JAIME.— Pues me voy.
MONCADA.— (cogiendo del brazo a Jaime.) Nos repartiremos. (A Victoria.) Gabriela come contigo, y nosotros nos llevaremos a Jaime y a su mamá.
LA MARQUESA.— (aparte a Gabriela.) Si consigues algo...
GABRIELA.— (vivamente.) Le mandaré a usted un recadito.
LA MARQUESA.— Bien... Pero yo volveré por aquí antes de comer. No tengo sosiego.
(Salen doña Eulalia, la Marquesa, Moncada y Jaime.)