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La Loca de la Casa: Escena VIII

La Loca de la Casa
Escena VIII
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Comedia en cuatro actos
  4. Personajes
  5. Acto primero Salón de planta baja en la torre o casa de campo de Moncada, en Santa Madrona.— Al fondo, galería de cristales que comunica con una terraza, en la cual hay magníficos arbustos y plantas de estufa, en cajones.— En el foro, paisaje de parque, frondosísimo, destacándose a lo lejos las chimeneas de una fábrica.— A la derecha, puertas que conducen al gabinete y despacho del señor de Moncada.— A la izquierda, la puerta del comedor, el cual se supone comunica también con la terraza.— A la derecha de esta, se ve el arranque de la escalera, que conduce a las habitaciones superiores de la casa y al oratorio.— A la derecha, mesa grande con libros, planos y recado de escribir.— A la izquierda, otra más pequeña con una cestita de labores de señora.— Muebles elegantes.— Piso entarimado.— Es de día.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  6. Acto segundo La misma decoración del acto primero.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  7. Acto tercero
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  8. Acto cuarto
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena última
  9. Autor
  10. Otros textos
  11. CoverPage

Escena VIII

VICTORIA, GABRIELA

GABRIELA.— ¿Y los nenes? VICTORIA.— No tardarán en venir por acá. (Asomándose por la derecha.) GABRIELA.— ¿Siguen en casa? VICTORIA.— Sí; me los traen acá dos veces al día.

GABRIELA.— ¡Qué ganas tengo de comérmelos a besos!... Con que cuéntame.

(Sentándose las dos en el proscenio.) Tus cartas son tan discretas que por ellas no sé nada de lo que te pasa. ¿Sigue tan pesadita la cruz de tu Cruz? ¿No me das noticias de algún alivio en la carga que llevas? VICTORIA.— ¡Ay, no! Cuando me casé... cuando me crucifiqué, como tú dices, acepté esta vida de lucha, y en justicia no debo quejarme de ella.

GABRIELA.— Ya... Te gusta el dolor, como si fuera un dulce. ¡Qué alma tienes! VICTORIA.— Aún no puedo decir qué me fascinó más, si la idea del mal que a mí propia me causaba, o la del bien que quería ofrecer a la persona que más quiero en el mundo.

GABRIELA.— La verdad... todos esperaban de ti mayor influencia sobre tu tirano...

que le modificaras poquito a poco.

VICTORIA.— ¡Modificar! (Con tristeza.) ¡Ah, lo intento! ¡Empresa magna! Figúrate que te propones abrir un túnel de ferrocarril con la punta de una aguja...

Cierto que cumple con la Iglesia, por compromiso que contrajo conmigo... por fórmula, sin fe... como se cumplen las reglas de policía urbana; es decir, que Dios viene a tener para él una significación semejante a la del Ayuntamiento.

GABRIELA.— ¡Qué hombre!... ¿Acaso te trata mal? VICTORIA.— Eso no: conmigo es afectuoso... a su manera... No deja de serlo sino cuando se interpone el maldito interés.

GABRIELA.— ¿Y tú...? VICTORIA.— ¿Yo... qué? GABRIELA.— ¿Le quieres?...

VICTORIA.— Te diré... ¡Sobre eso hay tanto que hablar! No me sería fácil explicártelo. Mi conciencia ha pasado por tremendas luchas y desfallecimientos horribles. Al principio, asustome la aversión terrible que me inspiraba. Mi alma perdió toda serenidad; creí que el demonio me había cogido en sus garras feroces, y que lo que yo miraba como acto heroico era una tremenda caída... Después, mis sentimientos han ido variando poquito a poco.

GABRIELA.— ¿Y ya no te inspira aversión? VICTORIA.— Ninguna... Algo así como lástima piadosa... Le miro casi como a un niño.

GABRIELA.— ¡Vaya un bebé! VICTORIA.— Y, la verdad, no me gusta que le pase nada malo.

GABRIELA.— Vamos, que le vas queriendo... Pues, hija, ahí tienes el milagro: sólo que en vez de realizarse en él, se va realizando en ti. ¿Y puedes mirarle cara a cara? VICTORIA.— Me voy acostumbrando.

GABRIELA.— ¿Y soportas su tosquedad, su falta de delicadeza? VICTORIA.— Por grados a todo se llega... figúrate... Procediendo gradualmente, puede una usar, como borla de polvos para la cara... la pata de un elefante.

GABRIELA.— (riendo.) ¡Qué cosas tienes!

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