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La Loca de la Casa: Escena primera

La Loca de la Casa
Escena primera
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Comedia en cuatro actos
  4. Personajes
  5. Acto primero Salón de planta baja en la torre o casa de campo de Moncada, en Santa Madrona.— Al fondo, galería de cristales que comunica con una terraza, en la cual hay magníficos arbustos y plantas de estufa, en cajones.— En el foro, paisaje de parque, frondosísimo, destacándose a lo lejos las chimeneas de una fábrica.— A la derecha, puertas que conducen al gabinete y despacho del señor de Moncada.— A la izquierda, la puerta del comedor, el cual se supone comunica también con la terraza.— A la derecha de esta, se ve el arranque de la escalera, que conduce a las habitaciones superiores de la casa y al oratorio.— A la derecha, mesa grande con libros, planos y recado de escribir.— A la izquierda, otra más pequeña con una cestita de labores de señora.— Muebles elegantes.— Piso entarimado.— Es de día.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  6. Acto segundo La misma decoración del acto primero.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  7. Acto tercero
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  8. Acto cuarto
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena última
  9. Autor
  10. Otros textos
  11. CoverPage

Escena primera

HUGUET, JORDANA, que entran por la escalera; LLUCH, portero anciano.

LLUCH.— ¿El amo?... En la fábrica, reconociendo los hornos apagados.

HUGUET.— ¿Quién estaba aquí con él hace un momento? LLUCH.— El prior de los Franciscanos.

JORDANA.— (vivamente.) ¿No lo dije?... Me figuro la escena, que debió de ser breve, terminada con la salida del fraile poco menos que de cabeza.

LLUCH.— Sí señor; el amo le echó a cajas destempladas.

HUGUET.— ¿Pero qué...? ¡Ah!, la cuestión de los terrenos...

JORDANA.— Justo. Esos benditos creen tener derecho, y lo tienen, me consta, a las doce hectáreas que separan la fábrica de la huerta del convento.

HUGUET.— Moncada pensaba darles posesión de ellas.

JORDANA.— ¡Y esperan que este...! ¡Pobres cogullas!... (Soltando la risa.) LLUCH.— ¿Quieren que le avise? HUGUET.— No; esperaremos a que salga. (Se sienta. Vase Lluch.) Pues aquí me he refugiado, amigo Jordana, huyendo de la pobrecita Marquesa, que no me deja a sol ni sombra.

JORDANA.— Ya... Pretende que este caribe le prorrogue el préstamo hipotecario...

¡A buena parte viene! HUGUET.— (intranquilo.) Pues no crea usted... Temo que me siga hasta aquí.

JORDANA.— (acercándose al mirador.) No; va en retirada. A quien veo es a Daniel, el aburrido y solitario paseante.

HUGUET.— Sí, aguardando a los niños para acompañarles a paseo. Jamás entra aquí.

JORDANA.— (volviendo al proscenio.) ¿Y es cierto que profesa en la Orden Tercera? HUGUET.— Eso dicen. Lo sentiré por la Marquesa, que bien necesita hoy del trabajo de sus hijos... ¡Infeliz señora! Bebe los vientos por salvar su finquita del Clot, y a todos nos trae locos... "Háblele usted... interceda, por Dios, con el tirano...".

JORDANA.— Más fácil es convertir en almohada de plumas una rueda de molino que ablandar el corazón de este hombre. Dígamelo usted a mí, que me he pasado seis meses colmándole de finezas, tocando todos los registros de persuasión, hasta el de la baja lisonja, con la esperanza de que nos concluya nuestro santo hospital...

y nada, querido Facundo, no ha sido hombre para decir: "Jordana, ahí tiene usted diez mil duros, quince mil duros, para que el pueblo se acuerde de mí".

HUGUET.— Vamos, que ni con las alegrías del matrimonio se humaniza la fiera.

JORDANA.— Pero si Victoria no parece tener influjo sobre él...

HUGUET.— Lo dicho, amigo Jordana, que a este no le entran ángeles.

JORDANA.— Yo espero que la Providencia tomará cartas en el asunto, y hará con este pecador un grande escarmiento, ya enviándole una buena carga de enfermedades, ya esparciendo y aventando el vano polvo de sus riquezas...

HUGUET.— Patético estáis. ¿Apostamos a que la Providencia no se mete con él?...

Y si usted no se enfada, le diré que hará bien en no meterse, y en dejar que sigan prosperando, bajo la magistral dirección de Cruz, los negocios de la casa de Moncada. Seamos justos, y reconozcamos en este hombre una capacidad administrativa de primer orden.

JORDANA.— Lo reconozco. El infierno está empedrado de capacidades administrativas.

HUGUET.— Desde que este californiano de mil demonios se hizo cargo de la fábrica, arrostrando la incomodidad de vivir en ella, parece que el ángel del negocio ha penetrado aquí.

JORDANA.— (riendo.) Pero, hijo de mi alma, si el negocio no tiene ángel...

HUGUET.— ¿Y qué diremos de la resurrección gloriosa del Banco Industrial y Naval, casi muerto en manos de Moncada y en las mías? JORDANA.— Ya, ya sé. Las acciones por las nubes. Sin duda Cruz ha sobornado al ángel del crédito... dando una participación en los beneficios a las potencias celestiales... Ja, ja... Dígame, Facundo, ¿no le parece a usted que la pobre Victoria parece ahora un ángel un poco desplumado o inservible? ¡Cuidado que no conseguirme el auxilio que pretendo para terminar esa obra magna...! HUGUET.— ¿Pero es de veras que... nada...? JORDANA.— En metálico ni una mota. La pobrecilla, a fuerza de diplomacia y de paciencia, ha conseguido del ogro algunos millares de ladrillos de desecho.

HUGUET.— ¡Ah, tunante! Así, arañando de aquí y de allá, se amontonan recursos.

Sí, hay que reconocer que es usted un grande hombre, el apóstol de la caridad, tal como ahora se estila. Al insigne Jordana deberemos el mejor establecimiento benéfico de la provincia.

JORDANA.— Antes hacía estas maravillas la fe; hácelas ahora el amor propio, ayudado de la vanidad... Pero este arrastrado Cruz no tiene vanidad, no le importa nada que yo ponga su nombre en letras de oro en las lápidas del frontis.

HUGUET.— Es que hay vanidades de vanidades, y la de este consiste en que se le alabe por sus extraordinarias aptitudes para negar dinero... en fin, a mí me da el corazón que de esta hecha saca usted alguna tajadita.

JORDANA.— ¡Ah! ¡Pues si me resultara la que le tengo armada! HUGUET.— ¿Qué? JORDANA.— Pasado mañana celebro en mi hospital una gran fiesta entre religiosa y mundana, con su poquito de gori gori, su poquito de recepción... HUGUET.— ¿Y baile? JORDANA.— Hombre, no, baile no; pero habrá lunch. En fin, conviene combinar lo espiritual con lo profano. Agua bendita por un lado, por otro algo de champagne.

Ya sabe usted que bautizamos a mi último hijo.

HUGUET.— ¿Qué número alcanza? JORDANA.— Es el decimosexto en la serie de los nacidos.

HUGUET.— Hombre, es usted único para poblar el mundo. De usted se dirá, como de D. Juan de Robles: "fundó hospitales, erigió suntuosos asilos... y primero hizo la humanidad".

JORDANA.— Eso es... Pues bien: gran fiesta. El prior de los Franciscanos administrará el Sacramento. Victoria será la madrina. Naturalmente, Cruz irá. He invitado a todo el señorío de Santa Madrona: enseñaré las dependencias del edificio, las grandes mejoras que allí se han ido realizando...

HUGUET.— (con sorna.) ¿Y espera usted que Cruz se enternezca? JORDANA.— Como que pronunciaré un discurso en el cual pienso llamarle la primera figura histórico social de Santa Madrona, el hombre designado por la Providencia para...

HUGUET.— ¡Pero qué inocente es usted! JORDANA.— Y una comisión de señoras le pedirá que continúe las obras. Y las niñas entonarán un himno en que digan...

HUGUET.— (riendo.) Calle usted. ¡Valiente caso hace este de coros infantiles y de damas pedigüeñas! Nada, Jordana, lo mejor es...

JORDANA.— Aquí viene.

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