Escena XIV
CRUZ, VICTORIA
CRUZ.— (cogiéndole una mano.) ¿Insistes de veras en la separación? VICTORIA.— (asombrada.) ¿Ahora sales con eso?... ¿Recuerdas lo convenido? CRUZ.— Sí.
VICTORIA.— ¿Y negarás que me sobran motivos para pedir que se cumpla la condición estipulada? CRUZ.— (con fiereza.) ¡Victoria! VICTORIA.— No, no me impones miedo. Mis resoluciones, cuanto más repentinas, más duraderas. Un chispazo de mi voluntad, que es algo tempestuosa, me arrancó a la vida religiosa para llevarme al matrimonio. Otro chispazo me separa de ti para volverme a la vida religiosa.
CRUZ.— (estupefacto.) ¡Otra vez! VICTORIA.— Verás... Como no puedo estar ociosa, como mi espíritu, mi naturaleza toda, reclaman ocupación constante, absorbente, he decidido, a instancias del amigo Jordana, encargarme de la dirección de esta casa. Pondré en ello mis cinco sentidos, segura... lo digo con inmodestia... segura de no hacerlo mal. Me propongo organizar con la mayor perfección posible la parte de cuna y establecimiento de maternidad. ¡Ya ves qué satisfacción, qué gloria para mi alma, criar santamente a esta multitud de hijitos, ser la mamá de todos y de cada uno de ellos! CRUZ.— (impaciente, receloso.) Mujer, tú te propones acabar con mi paciencia, y lo conseguirás... Oye. (Queriendo asirla por un brazo.) VICTORIA.— (apartándose.) No; perdona... Tengo que entrar un momento en el buffet. Creerían que es desaire... (Dirigiéndose al buffet con paso ligero, a punto que sale de él Jordana.)