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La Loca de la Casa: Escena V

La Loca de la Casa
Escena V
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Comedia en cuatro actos
  4. Personajes
  5. Acto primero Salón de planta baja en la torre o casa de campo de Moncada, en Santa Madrona.— Al fondo, galería de cristales que comunica con una terraza, en la cual hay magníficos arbustos y plantas de estufa, en cajones.— En el foro, paisaje de parque, frondosísimo, destacándose a lo lejos las chimeneas de una fábrica.— A la derecha, puertas que conducen al gabinete y despacho del señor de Moncada.— A la izquierda, la puerta del comedor, el cual se supone comunica también con la terraza.— A la derecha de esta, se ve el arranque de la escalera, que conduce a las habitaciones superiores de la casa y al oratorio.— A la derecha, mesa grande con libros, planos y recado de escribir.— A la izquierda, otra más pequeña con una cestita de labores de señora.— Muebles elegantes.— Piso entarimado.— Es de día.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  6. Acto segundo La misma decoración del acto primero.
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  7. Acto tercero
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  8. Acto cuarto
    1. Escena primera
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena última
  9. Autor
  10. Otros textos
  11. CoverPage

Escena V

Dichos. DOÑA EULALIA, vestida de negro, con sombrilla y un libro de rezos. Es señora de cabellos blancos, de rostro pálido y sin movilidad.

EULALIA.— ¿Pero qué? ¿No ha vuelto Florentina? MONCADA.— No; yo creí que estaba contigo.

EULALIA.— (secamente.) No; sólo he visto a Jaime. Buenas tardes, Facundo. (A Moncada.) ¿Y tú, qué tal te encuentras? Fuertecito... animado. ¡Ay cómo te admiro! MONCADA.— (alarmado.) A mí, ¿por qué? EULALIA.— Por tu tesón, por tu estoicismo, por esa firmeza heroica con que recibes los tajos y mandobles de la adversidad.

MONCADA.— (impaciente y mal humorado.) Pero qué, ¿me preparas para alguna mala noticia? EULALIA.— No se trata de eso. A no ser que tengas por mala noticia la de que tu hija Victoria profesará dentro de quince días. (Gesto de indiferencia en Moncada.) ¿Y tampoco te importa saber que la Superiora le permite pasar tres días en tu compañía? MONCADA.— ¿A Victoria? EULALIA.— Sí... La tendrás aquí esta tarde con Sor María del Sagrario, la hermanita del Socorro que ha pedido Rius para asistir a su suegra.

MONCADA.— Bien venida sea mi adorada hija... Pero de veras, ¿no tienes alguna nueva desastrosa que comunicarme? EULALIA.— ¿Y qué?... ¿No hemos nacido para padecer? Tus penas son mis penas.

¿No estoy aquí para compartirlas, para consolarte? HUGUET.— ¡Oh!, sí... el consuelito espiritual.

EULALIA.— ¿Qué tiene que decir el bueno del agente? (Amoscada.) Estos hombres descreídos, metalizados, idólatras del becerro de oro...

HUGUET.— ¿Pero dónde está ese becerro, señora! Dígame usted dónde está el becerro.

EULALIA.— A usted, Facundo, que es ya cosa perdida, nada tengo que decirle...

Tú, querido hermano mío, te salvarás porque has padecido y padeces... El Señor te ha probado.

MONCADA.— Bien lo veo... Pero dime, ¿ha concluido ya? Tú, que conoces lo de arriba, ¿puedes asegurarme que terminaron las pruebas? EULALIA.— (con severa convicción.) Quizás no... Mejor para tu alma. Alégrate.

MONCADA.— Alegrémonos pues.

EULALIA.— Y bendice la mano que te hiere.

MONCADA.— Pues la bendigo... Ahora... pega.

HUGUET.— (con intención.) No; si hoy no trae el rayo de las malas noticias.

EULALIA.— ¿Y si trajera el iris de las esperanzas risueñas? MONCADA.— (incrédulo.) ¿Iris, tú...? EULALIA.— Yo, sí.

MONCADA.— (esperanzado.) ¿De veras? EULALIA.— (con sequedad.) No, no es nada. (No debe saberlo todavía.) MONCADA.— (resignado.) Adelante la adversidad.

EULALIA.— Adelante. (Con afectada emoción.) Querido hermano mío, cuando Dios te pone en el yunque, y bate y machaca, por algo será.

MONCADA.— (meditabundo.) Por mis pecados... sí.

EULALIA.— Tú lo has dicho... ¿Quieres oír un juicio sano y leal?... Pues llueven sobre ti tantas desdichas por el olvido en que tienes las prácticas religiosas.

(Movimiento de disgusto en Moncada y de sorpresa en Huguet.) No, si ya sé que eres dadivoso... Pero no basta dar dinero a los franciscanos para que acaben el campanario... No se llega al Cielo elevando torres para encaramarse por ellas.

MONCADA.— Déjame, te digo.

EULALIA.— Diré la verdad aunque te duela, la verdad, medicina que entra por los oídos y anida en el cerebro, como la paciencia anida en el corazón... El Señor te aflige y te afligirá más todavía porque has olvidado sus leyes sacrosantas, devorado por la fiebre mercantil y por el afán de acumular riquezas. (Con acrimonia.) Y no estás ya en edad de atender más a los negocios que a la suprema especulación de salvar tu alma, porque el mejor día viene la cobradora fea con la libranza del vivir vencida, y tienes que pagar a toca teja, dando tu cuerpo a los gusanos y tu alma a la eternidad. Y te llaman a juicio; y allá, el ángel que pesa y apunta, te preguntará por tus buenas acciones, no por las del Banco, ni por el mayor o menor capital que tengas en cuenta corriente o en caja... Y entonces será el rechinar de dientes y el decir... ¡maldita riqueza, malditos negocios, y maldito tanto por ciento...! (Moncada se ha sentado con muestras de fatiga, y aguanta el sermón sin decir nada.) HUGUET.— ¡Basta, por Dios!...

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