Escena XI
CRUZ, DOÑA EULALIA Y GABRIELA
GABRIELA.— (confusa.) ¿Pero a qué me trae usted...? (sorprendida y aterrada al ver a Cruz.) (¡Ah, ese hombre aquí!) EULALIA.— No, no te retires. El amigo Cruz me decía hace un momento que...
Vale más que él lo repita delante de ti (a Cruz, que está cohibido.) Vamos; la cortedad, la timidez, se despegan de un carácter tan fiero.
GABRIELA.— ¿Qué significa esto? CRUZ.— Gabriela... señorita... yo...
GABRIELA.— (con entereza.) ¿Usted... qué?...
CRUZ.— (notando el ceño de Gabriela.) Hace un momento contaba yo a su señora tía impresiones de mi niñez humilde.
EULALIA.— Sí, cuando tú y tu hermana le echabais salivitas... y él tiraba del coche, y vosotras le decíais "¡arre!".
GABRIELA.— (con desabrimiento.) No me acuerdo de nada de eso.
CRUZ.— Ha pasado el tiempo. Su oficio es pasar, correr, mudando y revolviendo todas las cosas, en la corteza, se entiende, que en lo de dentro, no hay poder que las cambie. Siempre somos lo mismo. Cosas que nos parecen extraordinarias, inauditas, han pasado millones de veces... Por ejemplo, esto.
GABRIELA.— ¿Qué? CRUZ.— Pues... esto. En fin, Gabriela, hablaré, como acostumbro, en plata de ley.
¿Tendría usted inconveniente en casarse conmigo? GABRIELA.— (espantada.) ¡Oh... por Dios... basta! EULALIA.— Pero, hija, no es para ofenderse.
GABRIELA.— No puedo oír lo que usted dice, ni aun oyéndolo como broma... que me parece de muy mal gusto.
CRUZ.— (contrariado, sofocando su ira.) Bueno... Agradezco la claridad con que se expresa.
GABRIELA.— Y no teniendo más que decir, me retiro.
EULALIA.— (cogiéndola de la mano.) No, no te vas. ¿Y si yo te dijera que a tu padre, por circunstancias que no son del caso, le sería muy grato...? CRUZ.— Tampoco me importa la opinión del papá. Ya conozco la suya, y me basta.
EULALIA.— Ella lo pensará... Estas proposiciones no se contestan sin un poquito de melindre, y de sí, no, y veremos...
GABRIELA.— (con austera dignidad.) Ya he respondido, y nada tengo que añadir.
¡Que a mi padre pueda ser grato!... No, no le conoce quien le supone capaz de sacrificarme (angustiada.) No, imposible... Y por fin (con gran energía), si mi padre me mandase querer a ese hombre, no le obedecería, no podría obedecerle...
Dueño es de mis actos; pero en mis afectos, sólo puede mandar Dios, Dios, que los ha creado en mí...
CRUZ.— (con sarcasmo.) Sí... ¡Y Dios es quien ha plantado en el alma de usted esa flor raquítica, esa hierba sin fruto... el amor a uno de los hijos de la Marquesa...! ¡Ay, dispénseme usted, señora! (por Doña Eulalia.) No puedo contenerme...
Éntrame la calentura...
EULALIA.— (asustada.) ¡Eh... por Dios, ya se descompone!...
CRUZ.— Duéleme haber dado este paso, haber manifestado un sentimiento que no resulta correspondido, ni comprendido siquiera... (accionando con rudeza y alzando la voz.) Mi orgullo cruje al sentir el tremendo rechazo... Me ciego, me trastorno, no sé lo que digo. No se espanten de que las manotadas de la bestia herida alcancen a alguien... (paseándose furioso.) GABRIELA.— (espantada.) ¿Pero está loco? EULALIA.— (queriendo amansarle.) Señor Cruz...
CRUZ.— (gesticulando y entregado sin freno alguno de conveniencias a su cólera brutal.) No se resigna al agravio quien ha vencido peligros de la tierra y del agua; quien no ha temido a las fieras, ni a hombres peores que animales; quien ha triunfado de la Naturaleza... (apretando los puños.) No, no se resigna el hombre para quien no han sido bastante duras las entrañas de las rocas, ni bastante intrincadas las selvas, llenas de reptiles venenosos... No, mil veces; no soporto que me humille, que me pisotee... una muñeca sin reflexión, que resulta más dura que las peñas, más impenetrable que los bosques, más árida que los desiertos pedregosos, más brava que los abismos de la mar.
GABRIELA.— (aterrada.) Será preciso llamar...
EULALIA.— (llevándose las manos a la cabeza.) ¡Pero, Cruz... por la del Redentor!...
CRUZ.— No oigo nada, no quiero saber más. Me voy de esta casa, ¡Que lo pierdan todo, que se arruinen, que se mueran, que se deshonren!... Vengan los señoritos de carrera (con ira y mofa), enclenques, escrofulosos, ineptos, parlanchines... vengan a poner puntales a la casa de Moncada... Abur.
EULALIA.— (queriendo detenerle.) ¿Pero se va?... escuche...