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Episodios Nacionales para Niños: IV

Episodios Nacionales para Niños
IV
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  1. Portada
  2. Información
  3. Trafalgar
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
  4. Madrid, 2 de mayo
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. IV
    6. VI
    7. VI
    8. VI
    9. VI
  5. Bailén
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
  6. Zaragoza
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
  7. Gerona
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VIII
    8. X
  8. Cádiz
    1. I
  9. Arapiles
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

IV

Al fin entramos en la ciudad saqueada, aún llena de mortal espanto. Aún no había sido lavada la sangre que manchaba sus calles ni sabían exactamente los cordobeses a ciencia cierta el dinero y cantidad de alhajas que les había robado. Antes que en contar lo que les quedaba pensaron en armarse, y si antes habían ido a la lucha los campesinos, siguiendo a los regimientos provinciales y las milicias urbanas, después del saqueo todas las clases de la sociedad se apercibieron para lo que más que la guerra era un ciego plan de exterminio, pues no se decía vamos a la guerra, sino a matar franceses.

Pasaron días. Aguardando la llegada de Castaños para incorporamos a él, yo hacía una vida vagabunda y holgazana. Como el servicio del joven don Diego no exigía más que presentarme en la posada a la hora de comer, pasaba el día y parte de la noche discurriendo por aquellas tortuosas calles, que convidan al transeúnte a perderse en ellas, entregándose al azar, a lo aventurero, a lo desconocido, sin saber a donde se va ni de donde se viene. (Un paréntesis para deciros que en mis vueltas y revueltas sentí la sombra, el aliento, el aroma de mi cuento de hadas, que en algún escondido repliegue de la morisca ciudad misteriosamente se ocultaba… ¿Lo adiviné, lo presentí, me lo reveló algún súbito roce entre dos hechos, un choque entre una palabra de aquí y otra de allá? No puedo responderme. Creo que hubo de todo, adivinación, indicio, relámpago… Pero he prometido echar la llave al arca del cuento y, ¡ras!, cierro y sigo).

Gran inquietud reinaba en Córdoba por la tardanza del ejército de Castaños. Inútil era decir a los impacientes que un ejército no se arma, instruye y equipa en cuatro días: nadie entendía esto. Consolábase la gente devorando la Gaceta Ministerial de Sevilla, periódico oficial de la Junta Suprema. Arrebatado de mano en mano, el papel llevaba por toda la ciudad sus infantiles embustes; los ávidos lectores echaban a rodar por toda la ciudad enormes bolas que muchos ingerían con candorosas tragaderas:

Ved una muestra: Madrid, 6 de junio. El descontento de las tropas enemigas parece general y corre muy válida la voz de que en Bayona hay insurrección y de que el emperador está oculto, añadiendo algunos que herido.

Y otra: Toledo, 4. Dícese que cerca de Gallur los franceses han sido derrotados por Palafox, dejando en el campo de batalla 12.000 muertos y un número infinito de heridos. Los españoles les tomaron 48 cañones y 12 águilas. Aquí se habla de la muerte de Josef Napoleón.

Y esta otra: Cádiz, 14. Corre muy válida la voz de que la Francia está dividida en tres partidos: borbónico, republicano y bonapartista.

Mientras el vecindario engañaba su fiebre leyendo estas paparruchas, proseguían con ardor los preparativos militares. No creo que existiera nunca delirio semejante. En las guerras actuales las señoras, movidas de sus humanitarios sentimientos, se ocupan en hacer hilas. ¡Ay!, entonces las señoras tenían alma para ocuparse en fundir cañones. ¡Cuando tal era el espíritu de las mujeres, cómo estarían los hombres! ¡Hilas! Allí nadie pensaba en tales morondangas.

¡Dios mío, las fatigas que costó vestir militarmente a los voluntarios y cuerpos francos! Todo el mujerío de Córdoba se ocupa noche y día en galonar marselleses, en adornar sombreros y guarnecer charpas y polainas. Se hicieron muchos uniformes, pero no bastaban para equipar los dos regimientos, uno de caballería y otro de infantería, que organizó la Junta de Córdoba.

Sin embargo, este inconveniente se obvió disponiendo que con cada prenda de vestir se cubriesen dos: el uno llevaba los calzones, casaca y sombrero, y, el otro, el pantalón, chaqueta y gorra de cuartel. El correaje también servía para dos: uno llevaba la bayoneta en la cartuchera, y, el otro, en el porta-bayoneta, y no alcanzando las cartucheras y cananas se suplían con saquillos de lienzo. Francamente, niños míos, era aquél un ejército que causaba risa.

Al fin, tras larga espera, el 1 de julio llegó el ejército del general Castaños, y aquella misma noche salimos de Córdoba, despedidos con fervorosa emoción y loco entusiasmo. Anduvimos toda la noche y al día siguiente, al salir del Carpió, nos desviamos del camino real de Andalucía, tomando a la derecha en dirección a Bujalance. Oídme, ahora, queridos niños, y de mi cuento sacaréis provechosa enseñanza, lo que voy a referiros de la heterogénea y abigarrada composición de aquella tropa.

Eran la base del ejército de Andalucía las tropas del campo de San Roque, mandadas por Castaños, y las que después traería de Granada don Teodoro Reding. Componíase de lo más selecto de nuestra infantería de línea, con algunos caballos y muy buena artillería, no excediendo su número de trece a catorce mil hombres. A esto debemos agregar algunos regimientos provinciales. La cifra exacta de los paisanos alistados espontáneamente o por disposiciones de las Juntas no puedo decirla porque no la sé. Muchos eran, sin duda, porque la convocatoria llamó a todos los hombres de dieciséis a cuarenta y cinco años, con las solas excepciones que ordinariamente marca la ley. Los únicos rechazados eran los negros, mulatos, carniceros, verdugos y pregoneros. Con paisanos creó Sevilla cinco batallones y dos regimientos, y otras villas y ciudades mandaron cuerpos de infantería y caballería de número irregular. Creció más el ejército con los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o Lefebvre, y que huían de las traidoras filas francesas en cuanto el paso por lugares quebrados o montuosos les daba ocasión para ello. Entre estos honrados desertores había guardias de Corps, valones, ingenieros y artilleros.

Pero un poderoso elemento nuevo vino a reforzar el ejército de Andalucía. La Junta de Sevilla había indultado el 15 de mayo a todos los contrabandistas y a los penados que no lo fueran por los delitos de homicidio, alevosía o lesa majestad humana o divina, y esto trajo una partida que, si no era la mejor tropa del mundo por sus costumbres, en cambio no temía combatir, y, fuertemente disciplinada, dio al ejército excelentes soldados. Resultaba, pues, un inmenso amasijo, la flor y la escoria de la Nación: cuerpos reglamentados españoles, con algunos valones y suizos, regimientos de línea, que eran la flor de la tropa española; regimientos provinciales, que ignoraban la guerra, pero que se disponían a aprenderla; honrados paisanos, en su mayor parte muy duchos en el arte de la caza, y excelentes tiradores, y, por último, contrabandistas, vagabundos de la sierra, holgazanes convertidos en guerreros al calor de aquel fuego patriótico que inflamaba el país; perdidos y merodeadores, que ponían al servicio de la causa nacional sus malas artes; lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble que el país tenía, desde su general más hábil hasta el último pelaire del Potro de Córdoba, paisano y colega de los que mantearon a Sancho. Removido el seno de la Patria, echó fuera cuanto habían engendrado los gloriosos y degenerados siglos, y no alcanzando a defenderse con un solo brazo luchó con el derecho y el izquierdo.

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