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Episodios Nacionales para Niños: I

Episodios Nacionales para Niños
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  1. Portada
  2. Información
  3. Trafalgar
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
  4. Madrid, 2 de mayo
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. IV
    6. VI
    7. VI
    8. VI
    9. VI
  5. Bailén
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
  6. Zaragoza
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
  7. Gerona
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VIII
    8. X
  8. Cádiz
    1. I
  9. Arapiles
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

I

Ileso pude salir del «Rayo», ¡gracias a Dios!, y al recobrarme del quebranto, inanición y pavura de la tragedia naval, me faltó tiempo para trasladarme a Cádiz. Pero yo no escarmentaba, podéis creerlo. Mi alma infantil, atormentada por ilusiones varoniles, no anhelaba el reposo, sino el tanteo de nuevas aventuras. Mi afán era ensanchar el campo de mi vida, cambiar de escena y de ambiente, buscando más extenso conocimiento de personas y cosas. Ambicioso de vivir, aunque fuera con estrecheces, dolores y amarguras, puse todos mis pensamientos en la idea y propósito de salvar la enorme distancia entre Cádiz y Madrid. Y para que veáis, amados niños, lo que puede una voluntad decidida, sin dinero, sin relaciones, con la tierra bajo mis pies y el cielo sobre mi cabeza, vi logrado mi deseo, y entré en la capital de España, calle de Toledo arriba, una fría tarde de noviembre. Verdad que llegué medio muerto y sin otro amparo que el de la caridad pública; pero llegué y viví, recibiendo, en tan dura ocasión, los favores de mi amiga, la divina providencia.

Esta señora no me abandonaba, y por ella, a los pocos días de miseria y vagancia en las calles de la villa, entré al servicio de una cómica muy salada. Habríais de ver al marinerillo de Trafalgar balanceándose en las olas de la vida de teatro, que es muy semejante a la del mar proceloso. Si antes había presenciado las embestidas de ingleses contra españoles luego intervine en el rudo pelear de los bandos teatrales, y para engolfarme más en los golfos comiquiles, yo fui también cómico, y representé dramas y aun tragedias, poniendo en el fingimiento toda el alma que había sabido poner en las funciones verdaderas.

Os asombraréis cuando os diga que por inspiradas relaciones y contactos de la vida pasé de las más bajas esferas a las más altas, y de criado de actrices a paje de damas linajudas. Vi la grandeza de las casas aristocráticas; vi la confusión y laberinto de la Corte, y la marejada política que en ella se levantó, trayendo a la historia los más graves sucesos. Puedo daros noticia de la persona del Rey Carlos IV, que regía o aparentaba regir los destinos de esta nación, representada en una ideal nave; del ministro y privado, don Manuel Godoy, que era el que manejaba el timón; de la Reina María Luisa, del príncipe de Asturias, don Fernando. A éste amaba el pueblo, personificando en él cualidades que nunca tuvo; al Favorito aborrecía, suponiéndole peor de lo que era.

Pues esto vi, y sucesos presencié que no refiero por no fatigaros. Baste deciros que, después de andar entre duquesas y cortesanos, entre príncipes de las armas y de las letras, di un tumbo formidable que me arrojó de nuevo a la baja extracción donde nací; vaivén de la fortuna que no me espantó entonces, porque yo, en aquel mi fugaz paso por las cumbres, no me desvanecí ni perdí la conciencia de mi insignificancia. De aquel contacto con diferentes clases sociales saqué no pocas enseñanzas, y saqué, además, mi conocimiento de personas altas y humildes, entre aquéllas, alguna encopetada señora; entre éstas, interesantes tipos de la majeza de Madrid.

Creeréis, sin duda, que de mi personal presencia en Trafalgar no obtuve ningún provecho; creeréis que siendo yo tan pequeño nada podía pegárseme de aquellas grandezas heroicas. Pues no estáis en lo cierto. Algo aproveché del contagio: en mi alma quedaron grabados, y no llevan trazas de borrarse, la idea del deber y el sentimiento del honor.

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