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Episodios Nacionales para Niños: VI

Episodios Nacionales para Niños
VI
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  1. Portada
  2. Información
  3. Trafalgar
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
  4. Madrid, 2 de mayo
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. IV
    6. VI
    7. VI
    8. VI
    9. VI
  5. Bailén
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
  6. Zaragoza
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
  7. Gerona
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VIII
    8. X
  8. Cádiz
    1. I
  9. Arapiles
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

VI

«Dejadme morir, dejadme dormir, dejadme soñar…». Esto decía yo a las buenas almas que tomaron a su cargo la magna función caritativa de arrancarme de las negras manos de la muerte para tomarme a la vida. Mi cuerpo acribillado y mi cráneo lleno de fieros golpes se oponían enérgicamente a mi resurrección. Por ésta luchaban heroicas mujeres, empleando los recursos físicos y espirituales más poderosos. Mi delirio febril primero, mis despejados sentidos después, me permitieron apreciar la presencia de las dos naturalezas, humana y angélica… Al deciros esto, traigo nuevamente a mi particular historia el Cuento de Hadas que os entretuvo brevemente al oír mis relatos del 2 de Mayo y Bailén. El cuento no resultó al fin tan fantástico como pudisteis creer. Sus vagas tintas azuladas y opalinas hubieron de trocarse en reales de cosa viviente.

Pero como ello no es historia, os ruego que no me tengáis por soñador, y que apreciéis la reaparición de la Princesita como fábula más ingeniosa que verdadera. Y si corriendo y volando en el imaginar, llegáis a sostener que la tal Princesita después de resucitarme, tuvo la dignación de consentir en ser mi esposa, no diré una sola palabra para desmentiros.

Resucité, pues, en Salamanca; fui ascendido a teniente coronel; continué mi carrera, peleando contra el Imperio, hasta que definitivamente le arrojamos de España con la acción de Vitoria (1813), que no puedo referiros por falta de espacio. Nuevos adelantos obtuve en mi carrera, debidos entonces a mis leales servicios, y el apoyo de la familia ilustre a la cual me unieron mis sagrados vínculos con la Princesita.

Las hadas seguían favoreciéndome; mas al llegar a la felicidad, abandoné los ásperos trajines de la guerra. El amigo Marte y yo no hacíamos ya buenas migas. Me retiré cuando me hallaba a las puertas del generalato. Registré mi alma buscando la ambición, y vi que se había transformado, y que, arrojadas la máscara y vestidura heroicas, convertíase en vulgar anhelo de la paz obscura. Amorosa y risueña, me incitaba a ser lo que soy, el perfecto ciudadano español.

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