Skip to main content

Quiero Vivir mi Vida: XIX

Quiero Vivir mi Vida
XIX
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeCarmen de Burgos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Dedicatoria
  4. Prólogo
  5. Cuadros
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
    15. XV
    16. XVI
    17. XVII
    18. XVIII
    19. XIX
    20. XX
    21. XXI
    22. XXII
    23. XXIII
    24. XXIV
    25. XXV
    26. XXVI
    27. XXVII
    28. XXVIII
    29. XXIX
    30. XXX
    31. XXXI
    32. XXXII
    33. XXXIII
    34. XXXIV
    35. XXXV
    36. XXXVI
    37. XXXVII
    38. XXXVIII
    39. XXXIX
    40. XL
    41. XLI
    42. XLII
    43. XLIII
    44. XLIV
    45. XLV
    46. XLVI
    47. XLVII
    48. XLVIII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

XIX

Reconoció Berta en el timbre el acento de Joaquina. Su gran sensibilidad distinguía en el sonido de los timbres la modalidad especial de quien los tocaba.

Se había acostumbrado a que la visitase diariamente y a la especie de tercería que le habían impuesto sus confidencias. Tenía aquella aventura de Joaquina el encanto de una novela que iba hojeando poco apoco, un folletín cuya continuación esperaba y que iba engendrando en su espíritu una inquietud vaga, indefinible y malsana.

La confidencia era cada vez más escabrosa. Joaquina se había enamorado de Alfonso con toda la vehemencia de su carácter, y aquel Alfonso que ella pintaba, tan honradote y bobalicón, resultaba uno de esos profesionales del amor que aprovechan todas las lunas de miel que les depara el acaso y las apuran hasta la saciedad.

La naturaleza ingenuamente perversa de Joaquina encontraba en aquel cariño todos los excesos y todos los transportes que había soñado. Se apasionaba cada vez más y adquiría un nuevo atrevimiento para contarlo a su amiga sus delirios, tratando de encubrir su capricho con el manto de espiritualidad y de romanticismo.

—¡Nadie será capaz de comprender todo lo grande de esta pasión!, —exclamaba con un convencimiento que desarmaba el débil carácter de Berta.

Se rebelaba contra todos los obstáculos que se oponían a su felicidad y maldecía a aquel marido, convertido en tirano, repugnante y ridículo y le hacía participar a su amiga de su antipatía.

—Llegará el día en que tendré que irme —lloriqueaba—, y ni Alfonso ni yo podremos soportar la separación. Me moriré.

Y después de unos cuantos suspiros la enseñaba a Berta la nueva compra que había hecho, o la hacía partícipe del nuevo proyecto que abrigaba para divertirse.

Berta se había habituado ya a aquello. Se limitaba a procurar que nadie se enterara. Inconscientemente le ayudaba a ocultar sus escapatorias, fingiendo una mayor austeridad de la que sentía. En el fondo ella vivía también aquella aventura y experimentaba cierta envidia de su amiga. Pensaba que era una felicidad ser tan inconsciente para sentir con la intensidad y la despreocupación que la hacían tan dichosa.

Berta, analítica, reflexiva, no sería feliz jamás. La embriagaba la alegría de Joaquina, aquel perfume de amor que se exhalaba de sus ropas, un perfume acre, punzante, que le parecía descompuesto y combinado con su carne para formar un olor especial de amor y pecado, y la trastornaba a ella también.

Se quedó sorprendida cuando oyó decir a Joaquina:

—Berta, ¿estás visible? No vengo sola. Me acompaña mi marido.

—Pero ¿ha venido tu marido?, —preguntó Berta tratando de disimular su asombro ante aquel hombre distinguido, afectuoso, de continente noble; tan distinto del que las descripciones de su amiga le hicieron concebir.

Luis era alto, esbelto, de facciones correctas, abundantes cabellos castaños y ojos grandes y dulces. Lo que le hacía ser más simpático era la voz, armoniosa, aguda, bien timbrada, que modulaba de un modo acariciador o insinuante, lejano a toda afectación.

Joaquina parecía ufana y satisfecha.

—Ves, ha llegado ayer a sorprenderme pero yo no me quiero ir… es preciso que esté aquí una temporada más con mi pobre tía que tanto me quiere, y contigo. Tú lo convencerás.

Él sonreía paternalmente ante la verbosidad de su esposa.

—No tienes que esforzarte tanto —le elijo—. Haré lo que tú quieras.

Luego se disculpó con Berta.

—He querido que fuese para usted la primera visita —dijo—, porque sé que es la mejor amiga de Quina. Quizás la molestará que hayamos venido a esta hora.

Berta estaba tan turbada que no sabía qué decir. Le parecía que era ella quien lo engañaba y ofendía.

Luis le habló de la patria lejana, le evocó lugares y nombres de amigos, que ella había olvidado egoístamente.

—He conocido a toda su familia —le dijo—, y he sido amigo de su difunto esposo.

Con sus recuerdos hacía surgir ante los ojos de Berta la placidez de los días felices de la infancia, el marco de su provincia, los lugares familiares y las ilusiones pasadas.

Se sentía invadida de una ardiente simpatía hacia aquel hombre tan bondadoso y tan discreto. Joaquina la había engañado y su conducta no tenía explicación. Al verla tan cínica y tan dueña de sí, al lado de su marido, pensaba que no debía ser aquél su primer engaño, ni Alfonso su amante primero.

Los invitó a almorzar y cuando con pretexto de ir al tocador, para arreglarse antes de sentarse a la mesa, se quedó a solas con Joaquina, le preguntó en tono de reproche:

—¿Por qué me has presentado a tu marido?

—Te advierto —repuso Joaquina— que lo has conquistado. Se ha quedado encantado de ti.

—Él también me ha parecido simpático… te lo confieso… Me parece que eres injusta.

—Respecto a eso te equivocas. No te niego que en visita resulta bien; en la casa es insoportable… insoportable… Es frío como agua de aljibe. Ayer, después de tantos meses de ausencia, le dije que me dolía la cabeza y se durmió a mi lado como un bendito. Como mi tía no concibe que los matrimonios tengan camas separadas… No he pegado un ojo en toda la noche.

—Pero si te es tan odioso, ¿por qué no te separas de él?

—¡Separarnos!, —exclamó Joaquina como si reaccionara ante aquella idea—. Tú no sabes el escándalo que causaría en la provincia y cómo perjudicaría a nuestro buen nombre, a nuestra familia.

—Podéis verificar la separación amistosamente. Si él no te ama no se opondrá a…

El orgullo de mujer casada de Joaquina la atajó.

—No lo creas…; mi marido me quiere… estoy segura… me quiere a su modo… como él es… Además yo no consentiría que me faltara.

Y como notase el mal efecto que la incongruencia de sus sentimientos le causaba a su amiga, añadió:

—A mí… por mí… me importaría poco. Es por mi dignidad.

Aparecía en ella esa pasión que hasta en las mujeres más alejadas de sus maridos, ponen para defender su posesión y que suele no ser más que una manifestación del derecho de propiedad.

—Pero entonces —dijo Berta—, tendrás que abandonar a Alfonso.

—De ninguna manera. Estamos demasiado apasionados… Nos costaría la vida.

—¿Sabes a lo que te expones así?

—¡Ya lo creo! Pero seremos prudentes. Luis es apático, confiado, no duda de mí… Además ya ha hecho amistad con la Sociedad de Cazadores y pasará su tiempo tratando de lucir sus conocimientos. La caza es su gran pasión.

—¿De modo que no le tienes miedo? Pero, y si se enterara.

—¡Bah!, —repuso encogiéndose de hombros—, no es capaz de disparar más que sobre las palomas.

Parecía poner un gran interés en desdeñar y despreciar a su marido, molesta de que su amiga no compartiera su opinión.

Berta quiso darle un buen consejo. Tomó un aspecto serio, para recomendarle que pensara en su tranquilidad y en su porvenir, pero Joaquina le impuso silencio con un beso.

—Eres demasiado joven para predicar —le dijo.

—No seas loca —insistió Berta—. Estoy segura de que lo que más te agrada en Alfonso, es la dificultad y el peligro. Casada con él no tardarías en aburrirte.

Joaquina intentó protestar de aquella idea; pero de pronto se quedó callada, reflexiva y prorrumpió en una carcajada franca.

—Quizás tengas razón —confesó—, pero no lo sustituiría por Luis. Puedes estar segura.

Annotate

Next / sigue leyendo
XX
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org