XLIV
—Me divierto… No me preocupo por nadie… Vivo mi vida —dijo Lina.
Isabel sonrió. Sabía el significado que tenía para su amiga aquella frase.
—¿Entonces, estás contenta al fin? —dijo.
—Sí… he acabado por estarlo… Me he convencido de que tengo suerte con Miguel. Llego a la conclusión de que es preferible un marido viejo.
—En eso has cambiado de modo de pensar.
—Y en muchas cosas. Los hombres, si se les toma en serio, hacen siempre sufrir. Mira la pobre Berta después de quedar en ridículo con Luis.
—Eso son calumnias…
—No te esfuerces en defenderla… Me da lo mismo… El caso es que se ve que sufre…
—Es su carácter…
—Tú te crees que nadie sufra. Te sientes feliz… y debes serlo. El pasado se olvida, y no amas lo bastante a tu marido para inquietarte… sin embargo, no te gustaría estar en ridículo.
—No he tenido motivos para pensar en eso. Julio me quiere.
—Sí… pero los hombres, aunque quieran a su mujer, no dejan de ponerla en ridículo si llega el caso.
—No sé cómo…
—Fíjate en todos los que conocemos. A ver cuántos hay que no le hicieran traición a sus mujeres o a sus novias, si quisiéramos.
—¿De dónde sacas eso?
—Se ve claro. Se derriten de galantes.
—Pero no suelen pasar de ahí. Haríamos mal en ponerlos a prueba. A mí me gusta que Julio galantee a mis amigas. Lo que me tendría en ridículo sería que fuese un oso y pasar yo por celosa.
—¿No lo eres?
—Creo que no.
—Pero no lo aseguras.
—No he tenido ocasión de comprobarlo. Julio no se ha interesado por ninguna mujer. No le he visto jamás mirar con intención a ninguna… Hasta el hablar de ellas le molesta. No es como esos tipos que no saben ocuparse de otra cosa.
—Eso es cierto.
—Y sé de algunas que hasta le han tendido lazos.
—¿Enamoradas de él?
—O deseosas de triunfar sobre mí. Poro eso no me ha inquietado jamás. Algunas veces ha tenido el valor de afrontar hasta el ridículo… Según entienden los hombres estas cosas por no desagradarme.
—Pues me alegro por ti.
Le llamó la atención a Isabel la insistencia.
—Parece que quieres insinuar algo —dijo.
—No… es que se habla tanto… Pero algo hubieras tu notado… Esas cosas se conocen siempre… Caballo cansado…
—¿Quieres hablar con claridad?
—Si no es nada… chismes…
—¿Qué te han dicho?
—Me aseguraron que tu marido tenía amores con una muchacha que ha sido mecanógrafa de su Banco.
—¡Qué tontería! Él no falta ni una hora de mi lado o de su oficina… Tú comprenderás que…
—¡Ni decir tiene! Y hasta aseguraban que tenía un chico…
—¡Eso sí que no me hace gracia que lo inventen!
—Y me dijeron que lo veían entrar todas las mañanas en casa de ella.
Isabel se sentía molesta.
—¡Ah! Daban domicilio y todo.
—Sí… en esa calle que hay a espaldas del Banco… No recuerdo cómo se llama.
—Los Madrazo.
—Sí… creo que es esa… No sé bien… Como todo es mentira…
—¡Claro! Chismes de desocupados.
—Y de envidiosas. ¿Querrás creer que la persona que me lo dijo le daba la razón, en el supuesto de ser verdad?
—¿Sí?
—Decía que tiene más derecho una amante con hijos que una esposa sin ellos.
—¡Siempre la maternidad!
—Es el baluarte que les queda a las insignificantes. Pero es cosa más extendida de lo que crees. Ya ves ahora en Francia. Es un país donde las mujeres no tienen fama de maternales… y todos han estado en favor de esa dama inglesa que le dio un tiro a la esposa de su amante porque él no se quería divorciar para casarse con ella.
—Pero los tribunales…
—Eso es lo curioso. La han absuelto, porque ella era madre y la mujer legítima no.
Isabel había tenido tiempo de recobrar su orgullo.
Comprendía que Lina había ido a verla, después de tanto tiempo de ausencia, por el deseo de mortificarla.
Rió aparentando la mayor inocencia.
—Pues yo no esperaría a que me matara… se lo cedería antes —dijo.
—¿Y si él no se quería ir?
—¡Esa seria la mayor desgracia!