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Quiero Vivir mi Vida: XXVI

Quiero Vivir mi Vida
XXVI
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Dedicatoria
  4. Prólogo
  5. Cuadros
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
    15. XV
    16. XVI
    17. XVII
    18. XVIII
    19. XIX
    20. XX
    21. XXI
    22. XXII
    23. XXIII
    24. XXIV
    25. XXV
    26. XXVI
    27. XXVII
    28. XXVIII
    29. XXIX
    30. XXX
    31. XXXI
    32. XXXII
    33. XXXIII
    34. XXXIV
    35. XXXV
    36. XXXVI
    37. XXXVII
    38. XXXVIII
    39. XXXIX
    40. XL
    41. XLI
    42. XLII
    43. XLIII
    44. XLIV
    45. XLV
    46. XLVI
    47. XLVII
    48. XLVIII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

XXVI

Las confidencias de Joaquina habían preparado el alma de Berta para entregarse al amor, que llegaba de sorpresa.

En medio de su confusión experimentaba cierto deleite de venganza contra Joaquina, como si ésta la hubiera humillado con sus confesiones, y su amor propio de mujer tomase la revancha.

Sin embargo, se hubiera avergonzado de que nadie conociera su secreto. Se encontraba en ridículo amando al hombre desdeñado por una criatura tan inferior como Joaquina, Era algo como recoger un desecho. Sobre todo se hubiera avergonzado de la sospecha de su amiga. Empezaba a sentir la necesidad de que Luis supiera la conducta de su mujer. Después de una ruptura violenta y de la separación, él recobraría su dignidad, y entonces ella podría amarlo con orgullo y hasta parecer como una recompensa providencial en la vida de aquel hombre.

Las visitas de Joaquina le causaban ya espanto. Tema miedo de verse entro ella y su marido. Las veces que se encontraban allí se marchaban luego juntos a su casa, y su amiga se apoyaba en el brazo de Luis, que en aquellos momentos tenía para ella sólo una cortesía helada.

Las nuevas revelaciones la afrentaban. Eran ofensas hechas al que adoraba y al que no podía defender. Los defectos que Joaquina encontraba en Luís como esposo, se tornaban para Berta en encantos, como los que su amiga encontraba en Alfonso o en otro compañero de locura.

—¡Si yo tuviera valor para contárselo todo! —se decía a veces.

No la contenía el drama que podía provocar. Ella pensaba que no amando Luis a su mujer su traición no le podría causar daño; pero el ser ella la confidente la comprometía y le hacía odioso el cometer una traición.

—¿Vas a salir esta tarde? —le preguntó Joaquina.

—Sí… —respondió vacilando por la mentira.

Necesitaba estar libre para esperar a Luis.

—Entonces diré que voy contigo.

Berta se asustó.

—De ninguna manera… no es posible —balbuceó.

—¿Cómo? —exclamó la otra sorprendida—. ¿No quieres ya ser mi amiga?

—No es eso… no es eso, Joaquina. Me comprometes. Tu marido puede venir… enterarse…

—Eres siempre la misma… miedosa. Mi marido se va esta tarde a una partida de caza y no volverá hasta el lunes… Me lo ha dicho… Es un día de libertad. Ayúdame.

Berta tuvo una idea salvadora.

—Luis irá con la Sociedad de Cazadores —dijo.

—Sí.

—Y precisamente es la señora del presidente de esa Sociedad la que me tiene invitada. Se descubriría todo.

—¿De veras?

—¡Te lo juro!

—¡Qué coincidencia! En fin, como está fuera me escaparé de casa. Mi tía se queja de no pegar ojo, pero duerme toda la noche como un lirón y no se entera de nada, por fortuna. Quiere tanto a Luis, que prefiere que me muera yo antes de perder a un hombre tan bueno.

—Quizás tenga razón.

—No gastes bromas. ¡Con la gana que tengo yo de ser viuda! Es el estado perfecto. Todas las mujeres debían nacer viudas.

—Pero ¿qué piensas hacer mañana?

—Mil cosas… Una noche y un día entero de libertad y de amor. Cenaremos por ahí… pasearemos en coche… ¡qué se yo! Viviré mi vida. Un día tenemos que ir las dos solas para que veas ese mundo que tú no conoces. Te estás pasando la vida en tonto.

—¿Qué llevas ahí? —preguntó Berta para desviarla conversación.

—Dos camisas que acabo de comprar.

—Abultan poco.

—Es que son de seda finísima. Mira. Un amor de encajes. ¿Querrás creer que tengo que ponérmelas a escondidas? A mi señor esposo le parecería demasiado lujo y mi tía se escandalizaría sí las viera.

La idea de la intimidad de Joaquina con su marido hirió a Berta. Tenía miedo de que continuara sus confidencias, pero no acertaba a decir nada, Joaquina, sin fijarse en la turbación de su amiga, continuó:

—Además llevo este frasco de perfume. ¿Sabes? Cada amor quiere un perfume nuevo. Luis dice que el mío se parece al que usas tú… he comprado La Hora Azul. Ahora me conviene que no le guste tanto. ¡Ejerce tanta influencia el perfume en el amor!

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