Skip to main content

El Abuelo: Escena II

El Abuelo
Escena II
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena II

EL CONDE, EL CURA, EL MÉDICO y DOLLY.

DOLLY.— (Quitándose el sombrero.) Aquí me tienen otra vez.

EL CURA.— ¿Y tu mamá, está mejor?

DOLLY.— Un poquito más sosegada. (Al CONDE.) Como no podemos atender a las dos casas a un tiempo, hemos determinado partirnos.

EL CONDE.— (Con alborozo.) ¿Os partís?… De eso hablábamos, hija mía.

DOLLY.— Allá se queda Nell con mamá, y yo me vengo a la Pardina para cuidarte a ti.

EL CONDE.— ¿Lo veis? Su grande inteligencia, sin ninguna sugestión de mi parte, percibe y pone en ejecución la componenda lógica.

EL CURA.— Yo dudo que…

EL CONDE.— (Inquietísimo.) ¿Dudas?… Oh, Carmelo, no me quites la esperanza, no aumentes mi congoja. ¿Te ríes?

EL CURA.— Sr. D. Rodrigo de mi alma, ni he dicho nada, ni me he reído, ni haré más que cumplir fielmente sus órdenes. Vuelvo allá.

EL CONDE.— (Desconcertado, variando de pensamiento.) No, no vayas; aguarda… Sí, sí, vete y dile…

EL CURA.— ¿En qué quedamos?

EL CONDE.— (Decidiéndose.) En que vas. Pero te limitas a anunciarle que yo la visitaré hoy mismo para tratar con ella de un asunto de familia. Cosas tan delicadas no puedo fiarlas a nadie. Tete a tete la pantera y el león, yo propondré…

EL CURA.— Y puede que la convenza, sí, señor… Hay panteras razonables. (Se aparta y habla con DOLLY.)

EL MÉDICO.— (Despidiéndose.) Luego volveré. Supongo que seguirá usted en la Pardina.

EL CONDE.— De ningún modo. No me faltará hospitalidad en cualquiera de las casas de labor, o de las cabañas que fueron mías. En Forbes, en Polán y Rocamor, todos mis antiguos colonos están deseando que el viejo Albrit llegue a su puerta, pidiéndoles un pedazo de pan y un albergue humilde. Verdad que en ninguna de estas casas hallaré las comodidades de la Pardina. Pero no me importa; prefiero guarecerme en la última choza de pastores a soportar aquí la estolidez egoísta de estos ingratos. A otra parte con mis huesos. Iré de puerta en puerta, con la esperanza de encontrar un corazón noble, un alma cristiana…

EL CURA.— Bueno; pues… ya vendré con la respuesta.

EL CONDE.— Aquí te aguardo.

EL MÉDICO.— Hasta luego.

EL CURA.— (Aparte al MÉDICO, retirándose ambos.) Al fin, nuestra pobre fiera apencará con Zaratán.

EL MÉDICO.— ¡Sí es lo mejor!

EL CURA.— ¡Lo único, señor, lo único! (Salen hablando.)

DOLLY.— Abuelito, tengo que decirte una cosa. Que te quiero mucho, mucho.

EL CONDE.— (Con viva ternura, abrazándola.) ¡Corazón grande!

DOLLY.— Y vas a saber otra cosa.

EL CONDE.— (Poniendo el oído.) ¿Es también secreta?

DOLLY.— (Amorosa.) Sí, muy reservada… Que no se entere nadie. Quiero seguir tu suerte. Si pasas trabajos, yo también… Si vas de puerta en puerta, como dices, también yo… Yo contigo, siempre contigo.

EL CONDE.— (Con intensa emoción.) ¡Señor, qué alegría!… ¡Compensación hermosa de mis infortunios! Todo lo que padecí, quebrantos de fortuna, humillaciones, pérdida de seres queridos, se contrapesa con este inmenso galardón de tu cariño, que Dios me da sin yo merecerlo… (Abrazándola y besándola con efusión.) ¿Pues qué merezco yo, que nada soy, que nada valgo ya?… Dios da la bienaventuranza en esta vida, ya lo veo… a mí me la da. No necesita uno morirse, no, para entrar en el Cielo… (Pausa.)

DOLLY.— En la prosperidad o en la desgracia, abuelito, tu Dolly no te abandonará.

EL CONDE.— (Con majestuosa solemnidad, levantándose.) Y yo, por el nombre de Albrit, por los gloriosos emblemas de mi casa, por todos y cada uno de los varones insignes y de las santas mujeres que de ella salieron, asombro y orgullo de las generaciones; por la conciencia del honor y de la verdad que Dios puso en mi alma, por Dios mismo, juro que antes me harán pedazos que arrancar de mi lado a la que es luz, consuelo y gloria de mi vida.

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena III
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org