Skip to main content

El Abuelo: Escena XIV

El Abuelo
Escena XIV
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena XIV

EL CONDE, NELL, CONSUELITO.

NELL.— Abuelito mío, ¿tú también aquí? ¿Por qué no has pasado? Arriba, junto al altar, tienes tu silla.

EL CONDE.— ¡Nell, qué hermosa estás! Te veo; veo la caperuza blanca…

CONSUELITO.— (Oficiosamente.) Esta es una de las que usó su abuelita Adelaida, Condesa de Albrit. La conservo yo como recuerdo histórico.

EL CONDE.— (Con arrobamiento.) Nell, veo tu rostro. Una aureola de nobleza y majestad lo rodea…

NELL.— (Sorprendida de la emoción del anciano.) Albrit… ¿por qué me miras así? ¿Por qué tiemblan tus manos?… ¿Lloras?

EL CONDE.— (Siente hondamente removida su alma. En ella entra una ola impetuosa. Es el convencimiento de que tiene entre sus manos las de la legítima sucesora de Laín y Albrit.) Hija mía, tu presencia me causa tanto regocijo como orgullo. Te reconozco. Eres mi descendencia, la continuidad gloriosa de mi sangre. ¡Rama florida de Arista-Potestad, Dios te bendiga!

NELL.— (Apenada, atribuyendo las palabras del anciano a desconcierto de su razón.) Abuelo querido, ¿por qué has venido tan solo?

CONSUELITO.— (Radiante de oficiosidad.) ¿Pero no hay en la Pardina quien le acompañe?

EL CONDE.— Mejor estoy solo. Y tu hermana, ¿cómo no ha venido contigo?

NELL.— Mamá me ha mandado a la iglesia, encargándome que rece por ella y por ti.

EL CONDE.— Y harás bien en rezar… por ella más que por mí.

NELL.— No ha querido que venga Dolly, porque está un poco mañosa.

CONSUELITO.— (Que rabia por hablar.) Como que fue preciso traerla a la fuerza de la Pardina.

NELL.— La pobrecita quería estar más tiempo contigo. Mañana iremos las dos a verte.

EL CONDE.— (Muy agitado.) No vayáis, no vayáis, porque no me encontraréis.

NELL.— ¿Pues a dónde te vas?

EL CONDE.— (Velada la voz por la emoción.) Sucesora de Albrit, futura marquesa de Breda… ya sé… ya lo sé… sigue tu camino lleno de luz, y déjame en el mío tenebroso.

NELL.— (Confusa.) Papaíto, ¿qué razón hay para tanta tristeza? ¡Si te queremos lo mismo! Yo te aseguro que vendremos a verte, y que nos enfadaremos con mamá si no nos trae.

EL CONDE.— No os traerá… ¿Y para qué? ¿Qué soy yo? Un despojo miserable… El viejo tronco muere; pero quedas tú, gallardísimo árbol nuevo, que perpetuará mi nombre y mi raza.

NELL.— (Con mayor ternura.) Abuelo mío, si tanto me quieres, ¿por qué no haces lo que yo digo, lo que yo te mando? Eres un niño, y los que te aman deben… no digo mandarte… eso no… dirigirte. ¿Me permites que te dirija?

EL CONDE.— Marquesa de Breda, tú mandas.

NELL.— (Envaneciéndose.) Pues si alguna autoridad tengo sobre ti, oye lo que te digo, y hazlo, hazlo por Dios… Acepta el recogimiento de Zaratán.

EL CONDE.— (Lastimado en lo más vivo.) Adiós, Nell… Vete con tu madre.

NELL.— En Zaratán estarás muy bien.

CONSUELITO.— (Metiendo su cucharada.) Como un príncipe, como un emperador.

NELL.— Vendremos a verte.

EL CONDE.— Adiós, Nell… (Se retira tambaleándose.) ¿El Prior dónde está?

NELL.— (Gozosa, creyendo que su abuelo busca al Prior para tratar con él de su retiro en Zaratán.) En la sacristía… Por aquí.

CONSUELITO.— (Cogiendo a NELL de la mano y llevándosela.) Niña, vámonos… Ya le has dicho lo que debías decirle. ¡Pobre anciano! Es, en verdad, un niño… demente.

NELL.— ¡Qué pena, Dios mío!… (Llamándole.) ¡Abuelo, abuelo!…

CONSUELITO.— Déjale ya… El león arrogante y fiero entra en la sacristía. No dudes que nuestro buen Prior le armará una bonita trampa… Verás, verás cómo cae… (Confundidas entre la multitud, se alejan de la parroquia.)

EL CONDE.— (Que, tentando la pared, logra coger la puerta y se precipita en las salas que conducen a la sacristía.) ¡Horrible, horrible! Ni siquiera ha manifestado el deseo de vivir en mi compañía… Ni siquiera me ha dicho, como su madre: «Vente con nosotras». Lo que quiere es encerrarme… Esto es dar con el pie al ser inútil, al ser caído, que estorba… La duda, oh Dios, me asalta otra vez; la duda sopla otra vez en mi alma como huracán, y de las pavesas que se iban apagando levanta llamaradas… No, no es ésta la legítima, no puede serlo. Todos me engañan… Nell no tiene corazón; su frialdad desdeñosa desmiente la noble sangre. No es, no es… (Gritando.) ¡Padre Maroto! ¡Prior de Zaratán! (Tropezando se abre camino. Un monaguillo le conduce. EL PRIOR sale a su encuentro. Cambian algunas palabras. Para hablar a solas, se encierran en el camarín de la Virgen.)

En la confusión del gentío que se retira, SENÉN busca al CONDE dentro y fuera de la iglesia. Sospechando que estará en la Rectoral, corre hacia ella por un atajo. En la obscuridad se desvía; encuéntrase con un seto que le corta el camino; creyendo abreviar saltándolo, sube a unas piedras, pega un brinco y cae en un montón de estiércol.

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena XV
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org