Escena XIII
Iglesia parroquial de Jerusa, situada al Norte de la villa. Es irregular, conjunto inarmónico de nobles vestigios, y de restauraciones y enmiendas de fementido gusto. En el costado de Poniente, conserva un bello pórtico románico rodeado de poyos de piedra, muy cómodo para los que van a esperar la misa, o ver salir la gente. La puerta, que por allí da ingreso a la nave lateral, es gótica, pintada de ocre, y sus gastadas esculturas, con las repetidas manos de cal, parecen obra de pastelería. En un ángulo del pórtico hay una puertecilla, de arco rebajado, que conduce a la sacristía. En diversas partes del edificio se ve el escudo de Laín: banda de cuarteles y un águila explayada con el lema en el pico: Decor vinxit. El interior ofrece escaso interés.
Como primera noche de novena de Nuestra Señora de la Esperanza, hay sermón, que predica D. CARMELO, y Manifiesto. Asisten al piadoso acto los DOS MONJES de Zaratán, ocupando los sitiales del presbiterio, en que antaño se sentaban los Condes de Laín y señores de Jerusa, y hogaño son para las autoridades y personas de viso. Ha querido D. CARMELO deslumbrar al PRIOR, prodigando las luces con ayuda de las señoras piadosas de la villa. Cortinas de terciopelo baratito, ramos de dalias y guirnaldas de follaje, completan la vistosa decoración.
Prevalece en Jerusa una costumbre que el progreso no ha podido destruir, y consiste en que las mujeres usan, para ir a la iglesia, unas mantellinas o caperuzas de franela, blancas, en forma de saco abierto por un lado, y ribeteado de estambre de color, con una motita en el vértice. Este tocado, que ha resistido valientemente a las anuales acometidas de la moda, es extremadamente gracioso y pintoresco, y da a las multitudes un aspecto medieval. Úsanlo también las señoras principales, distinguiéndose por la finura de la franela y la mayor gala del adorno, comúnmente de seda.
Sube al púlpito D. CARMELO, y enjareta un sermón pesadito, recamado de retóricas de similor, y el indispensable latiguillo de latinajos al final de cada período. Óyenlo con gran recogimiento los feligreses, sin entender palabra, lo que les aumenta la devoción, que tira un poquito a somnolencia.
EL CONDE, SENÉN, en la iglesia, fatigados del plantón y del kilométrico discurso.
EL CONDE.— (De mal talante.) Salgamos; esto es insoportable.
UN HOMBRE DE PUEBLO.— (Abriendo paso al PRÓCER.) ¿Por qué no sube usía a su sitial, en el presbiterio? Por la sacristía puede pasar sin apreturas.
EL CONDE.— Gracias, amigo… me voy fuera. Se ahoga uno aquí con tanto calor y tanta retórica. (Salen y esperan. Ambos permanecen silenciosos. EL CONDE da espacio a la ansiedad de su espíritu paseándose.)
SENÉN.— (En el camino de la Pardina a la iglesia, le ha contado algo de las ocurrencias y zaragata de Verola, sin que EL CONDE demuestre interés alguno.) Pues, señor, D. Carmelo lo ha tomado con gana. ¡Vaya una correa de sermón que se ha traído!
EL CONDE.— Es pesadísimo. Todos estos que comen mucho hablan sin término. El chorro de palabras les facilita la digestión… ¡Y no es floja contrariedad para mí! ¿Pero esto, Dios mío, no se acaba nunca?… Sin duda Carmelo quiere lucirse con el Prior, y no cae en la cuenta de que el pobre fraile estará tan aburrido como nosotros.
Pasa tiempo. Como todo tiene fin en este mundo, se acaba el sermón carmelino. Óyense modulaciones de órgano, cantos… Media hora más, y empieza a salir la gente. Retírase ALBRIT al ángulo del pórtico, para dar paso a la multitud, y en esto sale por la puerta de la sacristía NELL, acompañada de CONSUELITO y de una criada del ALCALDE. Lleva la niña de Albrit caperuza de franela, que le da aspecto de figura gótica arrancada de las vitelas de un misal antiguo. Su rostro, de hermosas líneas, adquiere distinción severa. Caen sobre sus hombros los pliegues de la tela con suprema elegancia. Antes que vea NELL a su abuelo, SENÉN llama la atención de este sobre la aparición de la niña. Se estremece ALBRIT de sorpresa y emoción; la busca con su mirada incierta. NELL le ve al fin, y corriendo hacia él, le coge las manos y en ellas da sonoros besos. Al aproximarse la señorita, SENÉN se escabulle).