Skip to main content

El Abuelo: Escena I

El Abuelo
Escena I
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena I

Terraza en la Pardina.

GREGORIA, disponiendo la mesa para servir al CONDE su desayuno; VENANCIO, con la cabeza vendada; SENÉN, que entra por el fondo con una maletita en la mano.

SENÉN.— Aquí me tenéis otra vez.

VENANCIO.— (Abrazándole.) Senén de todos los demonios, te juro que me alegro de verte.

GREGORIA.— Muy pronto has vuelto de Verola.

VENANCIO.— ¿Qué?… ¿traes instrucciones de la Condesa?

SENÉN.— Sí… lo primero, que me alojéis aquí… Descuidad: os molestaré muy poco.

GREGORIA.— Te pondremos en el cuartito de arriba.

VENANCIO.— Próximo al del Conde. Sin duda la señora quiere que nos ayudes a quitarle las pulgas al león.

GREGORIA.— ¡Y qué pulgas, Senén!

SENÉN.— (Fijándose en la venda de VENANCIO.) Ya, ya llegó a Verola la noticia de tu descalabradura. Una caricia de la fiera.

VENANCIO.— (Renegando.) ¡Qué uno aguante esto!

SENÉN.— Es un viejo de cuidado. A los sesenta años conserva los músculos de acero de sus buenos tiempos, y la voluntad de bronce. No hay quien le amanse. Te digo que más quiero verme ante un tigre hambriento que ante el Conde de Albrit irritado.

VENANCIO.— (Dando patadas.) Pues yo le juro que de mí no se ríe. Un hombre libre, que vive de su trabajo y paga contribución, no está en el caso de sufrir esas arrogancias de figurón de comedia.

SENÉN.— Poco a poco, Venancio. La señora Condesa me encarga te diga que… tengas paciencia.

VENANCIO.— ¿Más paciencia, jinojo?

SENÉN.— Y que sigáis guardándole las consideraciones que se le deben por su rango, por sus desgracias, sin perjuicio de vigilarle…

GREGORIA.— Y si nos mata, que nos mate.

VENANCIO.— Por si acaso, desde ayer le vigilo… con un revólver.

SENÉN.— Calma… (Receloso, mirando.) ¿Vendrá por aquí?

GREGORIA.— Me ha mandado que le sirva el desayuno en la terraza.

SENÉN.— Pues le espero.

VENANCIO.— ¿También traes instrucciones para él?

SENÉN.— No; pero necesito… sondearle. Ya sabéis: soy muy largo, me pierdo de vista. Con que… me tenéis de huésped.

GREGORIA.— (Cogiendo la maleta.) ¿Vienes a tu cuarto?

SENÉN.— Luego. Me atrevo a suplicar a mi simpática patrona que en el cuidado de esta maleta ponga sus cinco sentidos. La quiero como a las niñas de mis ojos.

VENANCIO.— ¿Qué traes ahí?

GREGORIA.— Pues pesa, pesa…

SENÉN.— Es mi relicario. Recuerdos, cositas que sólo para mí tienen interés. Y juro por mi honor, que no la estimaría más si la trajera llena de brillantes del tamaño de almendras. En fin, Gregoria, usted me responde de ese tesoro.

VENANCIO.— (Mirando por la derecha.) El león viene.

GREGORIA.— Voy por el café.

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena II
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org