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El Abuelo: Escena VII

El Abuelo
Escena VII
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena VII

LUCRECIA, EL ALCALDE, la ALCALDESA, después NELL.

LA ALCALDESA.— Hija, si llego yo a sospechar esto, cualquier día le dejo pasar.

LUCRECIA.— (Tranquilizándoles.) No; si es mejor así. Se me ha resuelto un absceso; me he sacado una muela, que me dolía horriblemente.

EL ALCALDE.— Pues digo, lo que le espera a usted ahora, mi querida Lucrecia.

LA ALCALDESA.— ¡Ah!, el león… Hija mía, no he podido evitarlo… ¿Qué había de decirle?

EL ALCALDE.— Pues muy claro: que llamara a otra puerta. ¡Ah!, si soy yo quien le recibe…

LUCRECIA.— (Sorprendiendo a todos con su inesperada serenidad y alegría.) ¿Queréis que os diga la verdad? Pues mi ilustre suegro, que me inspiraba un pavor horrible, ya no… Es raro… Vamos, que ya no le temo.

NELL.— (Entrando a la carrera.) Mamita, por más que le digo al abuelo que mañana, insiste en que ha de verte hoy.

LUCRECIA.— Hoy, sí…

LA ALCALDESA.— ¿Le digo que…?

LUCRECIA.— (A NELL.) Ve tú, hija, y suéltame al león. (Sale NELL gozosa, y se precipita por la escalera.)

EL ALCALDE.— Nos pondremos todos en guardia detrás de esa puerta, ¡trómpolis!, y en cuanto oigamos el menor rugido…

LUCRECIA.— (Con locuacidad nerviosa.) No es necesario… ¿No me ven tan tranquila? Me siento ahora muy bien, despejada, casi alegre, y con ganas de ver a mi papá político, y de pasarle la mano por la melena… Es que mi espíritu se ha refrescado, soy otra… aire nuevo en mí. (Óyese el tardo paso de ALBRIT en la escalera, y la vibrante voz de NELL.) El león sube. ¡Pobre viejo!… Ya, ya está aquí… Ya llega… Déjenme sola con él.

EL ALCALDE.— Por aquí. (Vanse por la puerta de la alcoba.)

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