Escena II
NELL y DOLLY, D. PÍO, EL SEÑOR CURA, VENANCIO.
EL CURA.— (Riendo, en la puerta.) Presentes, mi general. Yo soy el Papado, y el Imperio es éste. (Entran.)
VENANCIO.— ¿Cómo vamos de lección?
EL CURA.— ¿Saben, saben mucho estas picaruelas?
D. PÍO.— Regular… Hoy, vamos, hoy, no lo han hecho del todo mal.
EL CURA.— No me fío. Este Coronado es la pura manteca. (Saludando a las niñas y acariciando sus manos.) ¡Qué monada de criaturas!
VENANCIO.— Muy monas, pero desaplicaditas… No quieren más que corretear por el campo.
EL CURA.— Mejor… ¡Aire, aire!
VENANCIO.— Y su abuelito, en vez de reprenderlas para que se apliquen, les dice que la señora Gramática y la señora Aritmética son unas viejas charlatanas, histéricas y mocosas, con las cuales no se debe tener ningún trato.
EL CURA.— ¡Qué bueno!… Si digo que el Conde…
VENANCIO.— (A D. PÍO.) ¿Y anoche, cuál fue la tecla que nos tocó?
D. PÍO.— Que no debo introducir más paja en la cabeza de las señoritas, pues lo que les conviene es educar la voluntad.
EL CURA.— No está mal…
DOLLY.— Por eso a mí no me gusta saber nada de libros, sino de cosas.
EL CURA.— ¡Brava!
VENANCIO.— ¿Y qué son cosas, señorita?
NELL.— Pues cosas.
DOLLY.— Cosas.
EL CURA.— (Comprendiendo.) Ya… Pero el arte de la vida ya lo iréis aprendiendo en la vida misma.
VENANCIO.— Y eso no quita que estudien lo de los libros, ¿verdad, D. Pío? (El MAESTRO hace signos afirmativos.) Tan distraídas están con el corretear continuo, que ya Dolly ni siquiera dibuja.
EL CURA.— ¡Qué lástima!… (A DOLLY.) Y aquellos monigotitos, y aquellas vaquitas, y aquellos… (DOLLY se encoge de hombros.)
NELL.— Ya no dibuja. Le gusta más cocinar.
EL CURA.— ¿De veras?… ¡Oh, serafín de los cielos!
VENANCIO.— A lo mejor se nos mete en la cocina, se pone su delantal de arpillera, y allí la tiene usted entre cacerolas, tiznada, hecha una visión…
EL CURA.— ¡Divino!
VENANCIO.— ¡Miren que una señorita de la aristocracia, con las manos ásperas y llenas de pringue!
EL CURA.— Eso es juego… Pero no está de más saber de todo por lo que pueda tronar. ¿Y Nell, no cocina?
DOLLY.— A mi hermana le gusta más lavar cristales… mojarse, fregotear, pegar cosas rotas, limpiar las jaulas de los pájaros, y echarles la comidita.
EL CURA.— También es útil. Bien, bien, niñas saladísimas; seguid estudiando.
NELL.— Es que…
DOLLY.— D. Pío había dicho que… pues hoy hemos trabajado bárbaramente… podíamos pasear.
D. PÍO.— ¡Ah!… permítanme… dije que si acabábamos la Aritmética, saldríamos, y en el bosque les explicaría algo de Geografía.
EL CURA.— Paseen, sí.
VENANCIO.— Pero por el bosque no.
DOLLY.— A la playa. (Las dos se quitan los delantales.)
VENANCIO.— (Aparte a D. PÍO.) El Conde suele pasear por el bosque. Llévelas usted a la playa… No se separe de ellas… ¿Se entera de lo que le digo?…
D. PÍO.— Sí, hombre. A la playa…
NELL.— (A VENANCIO.) ¿Ha salido ya el abuelito?
VENANCIO.— No; ni creo que salga. Vayan las señoritas con el maestro.
NELL.— ¿Y usted se queda, D. Carmelo?
EL CURA.— Sí, hija mía: espero al amigo Angulo, con quien tengo que hablar.
VENANCIO.— (Mirando por la ventana.) Ya está aquí.
EL CURA.— Pues bajemos todos. Las niñas por delante.
DOLLY.— (Que sale la primera, gozosa.) En marcha. (Llamando al perrito.) ¡Capitán!
NELL.— (Detrás de su hermana.) ¡Capitán! (Salen los demás.)