Escena VI
NELL y DOLLY, que corren a abrazar a su madre; tras ellas GREGORIA y VENANCIO. Poco después EL CURA y EL MÉDICO.
LUCRECIA.— Prendas queridas, dadme mil besos. (Se besan.)
NELL.— (Observándole el rostro.) Mamita, tú has llorado.
DOLLY.— Estás sofocadísima…
LUCRECIA.— El abuelo y yo hemos evocado recuerdos tristes.
NELL.— (Mirando al CONDE, que permanece sentado, inmóvil.) También el abuelito ha llorado. (Se acerca.)
EL CONDE.— Venid… abrazadme… ¡Os quiero tanto! (Las dos acuden a él, y le abrazan y besan, cada una por un lado.)
LUCRECIA.— (Hablando aparte con GREGORIA y VENANCIO.) Le atenderéis, le cuidaréis como a mí misma. Pero no dejéis de vigilarle siempre, siempre…
DOLLY.— (Al CONDE.) Esta tarde pasearemos.
EL CONDE.— Sí, sí: no me separaré de vosotras. Charlaremos, estudiaremos.
NELL.— Nos enseñarás la Aritmética, la Historia…
EL CONDE.— La Historia… No, esa vosotras me la enseñaréis a mí. (Entran por el foro EL CURA y EL MÉDICO; ambos se dirigen a la CONDESA.)
EL CURA.— ¿Qué tal? ¿Tenemos reconciliación?
LUCRECIA.— (En voz baja.) Calle usted… Encargo mucha vigilancia… (Al MÉDICO.) Y a usted, señor Angulo, no me cansaré de recomendarle que le observe bien. (Dando a entender que padece desvarío mental.)
EL CURA.— Señor Conde… (Le saluda y sigue a su lado. A bastante distancia se agrupan la CONDESA, EL MÉDICO, GREGORIA y VENANCIO.)
EL MÉDICO.— Descuide usted… Le observaremos…
LUCRECIA.— Y a mi regreso dispondré…
EL MÉDICO.— ¿Pero insiste usted en dejarnos hoy?
LUCRECIA.— Volveré pronto… (EL MÉDICO pasa a saludar al CONDE, y EL CURA vuelve al lado de LUCRECIA.)
EL CURA.— (En voz baja a la CONDESA.) No se vaya usted.
LUCRECIA.— Tengo que estar en Verola hoy mismo. Es para mí… no sé cómo decirlo… cuestión de vida o muerte. Adiós.
NELL.— Mamita, ¿te acompañamos a tu casa, o nos quedamos un rato con el abuelo?
LUCRECIA.— Como queráis.
DOLLY.— No, no: decídelo.
LUCRECIA.— Lo que el abuelo disponga.
EL CONDE.— Me parece natural que si vuestra mamá se va esta tarde, estéis a su lado hasta la hora de partir. (Besa a las niñas.) ¡Oh!, no os veo bien, no os distingo; me parecéis una sola…
EL MÉDICO.— ¿Qué? ¿La vista no anda bien?
EL CONDE.— (Se levanta.) Mal estamos hoy… Toda la mañana he notado una obscuridad, una vaguedad en los objetos… (Mirando en derredor, con ojos que se esfuerzan en ver.) No veo nada… apenas distingo… (Fijándose en la CONDESA que, altanera, le clava la mirada.) No veo bien más que a Lucrecia… a esa, sí… la veo… allí está… Mi ceguera creciente no me permite ver más que las cosas grandes… el mar, la inmensidad… y ella es grande… enorme… la veo… como el mar… Es otro mar, un mar de… de… de… (Su voz se extingue. Queda inmóvil y rígido. Profundo silencio. Todos se miran.)
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA