Escena I
NELL, DOLLY, D. PÍO CORONADO, sentados los tres alrededor de una mesa estudio, donde se ven papeles, tintero, libros de texto.
Es el maestro de las niñas de Albrit un anciano de estatura menguada, muy tieso de busto y cuello, y algo dobladito de cintura, las piernas muy cortas. La expresión bonachona de su rostro no lograron borrarla los años con todo su poder, ni los pesares domésticos con toda su gravedad. Guiña los ojuelos, y al mirar de cerca sin anteojos, los entorna, tomando un cariz de agudeza socarrona, puramente superficial, pues hombre más candoroso, puro y sin hiel no ha nacido de madre. Un rastrojo de bigote de varios colores, recortado como un cepillo, cubre su labio superior. Viste con pobreza limpia anticuadas ropas, recompuestas y vueltas del revés, atento siempre al decoro de la presencia en público.
Maestro de escuela jubilado, desempeñó con eficacia su ministerio durante treinta años, distinguiéndose además como profesor privado de materias de la primera y segunda enseñanza. Su defecto era la flojedad del carácter, y la tolerancia excesiva con la niñez escolar. Sabía el hombre todo lo que saber necesita un maestro, y algo más; pero con la edad y las inauditas adversidades que le agobiaban fue perdiendo los papeles, y hasta la afición. Su cabeza llegó a pertenecer al reino de los pájaros; su memoria era una casa ruinosa y desalojada, en la cual ninguna idea podía encontrar aposento; todo lo que perdía en ciencia lo ganaba en debilidad y relajación del carácter. En esta situación le designó D. CARMELO para maestro de las niñas de Albrit, teniendo en cuenta tres razones: que si no sabía mucho, no había en Jerusa quien le aventajara; que era honrado, honesto, absolutamente incapaz de enseñar a sus discípulas cosa contraria a la moral, y, por último, que al aceptarle para aquel cargo realizaba la CONDESA un acto caritativo. Su bondad, la excesiva blandura de corazón, eran ya en CORONADO un defecto, casi un vicio, por lo cual, lamentándose de sus acerbas desdichas, solía decir, elevando al cielo los ojos y las palmas de las manos; «¡Señor, qué malo es ser bueno!».
Al comenzar la escena llevaba ya el maestro una hora de inútiles tentativas para introducir en las molleras de sus alumnas los conocimientos históricos, aritméticos y gramaticales.
DOLLY.— (Dando un golpe en la mesa.) ¿Qué no sé una palabra? Mejor… Ni falta que me hace.
D. PÍO.— (Apelando a la emulación.) No dirá lo mismo Nell, que desea aprender.
NELL.— Sí, señor, digo lo mismo: ni falta que me hace.
D. PÍO.— (Con severidad fingida, que no convence.) Está bien, muy bien. He aquí dos niñas finas, criadas para la alta sociedad, y que se empeñan en ser unas palurdas.
DOLLY.— Sí, señor: Queremos ser palurdas.
NELL.— Salvajes, como quien dice.
D. PÍO.— ¡Anda, salero! ¡Salvajes las herederas de los condados de Albrit y Laín!
DOLLY.— (Tirándole suavemente de una oreja.) Sí, sí, maestrillo salado. ¿No eres tú muy ilustradito?
NELL.— ¿Y de qué te sirve?
DOLLY.— ¡Vaya un pelo que has echado con tu ilustración!
D. PÍO.— (Suspirando.) Puede que estéis en lo cierto, niñas de mi alma… Bueno, sigamos. Dolly, otra miajita de Historia… ¡Vamos allá!
DOLLY.— (Apoyando los codos en la mesa y la cara en las manos, le contempla risueña.) ¡Piito, qué guapo eres!
D. PÍO.— (Tocando las castañuelas con los dedos.) Señorita Dolly, juicio.
NELL.— Tu cara parece una rosa. Si no fueras viejo y no te conociéramos, diríamos que te pintabas.
D. PÍO.— Juicio, Nell… ¡Pintarme yo!
DOLLY.— Dime otra cosa: ¿es verdad que cuando eras pollo hacías muchas conquistas?
D. PÍO.— (Tocando con más rápido movimiento las castañuelas, que es su manera especial de llamar al orden.) Juicio, niñas. Sigamos la lección.
NELL.— Nos han dicho que las matabas callando.
DOLLY.— Y que tenías las novias por docenas.
D. PÍO.— ¿Novias…? Oh, no: quítenme allá eso… Son muy malas las mujeres.
NELL.— (Pegándole suavemente en el cuello.) Peores son los hombres. No hables mal de nosotras.
D. PÍO.— Vaya, que estáis hoy juguetonas y desatinadas. (Queriendo enfadarse.) ¡Por vida de…! Si no dais la lección, os lo digo con toda mi alma, os lo juro…
NELL.— ¿Qué?
D. PÍO.— (Deseando enfadarse.) Que me enfado.
DOLLY.— Ya lo había conocido. Estamos temblando.
NELL.— Toca, toca las castañuelas.
D. PÍO.— (Decidido a tomar la lección.) Orden, juicio. A ver: decidme algo de Temístocles.
DOLLY.— Sí: el que le cortó la cabeza a una mala mujer, que llamaban la Medusa.
D. PÍO.— (Llevándose las manos al cráneo.) ¡Por Dios, por todos los santos de la corte celestial, no me confundáis la Historia con la Mitología!
NELL.— Tan mentira es una como otra.
DOLLY.— Y nos importan lo mismo.
D. PÍO.— ¡Ay, ay, cómo estáis hoy!… ¡Silencio, formalidad! Pronto, referidme los principales hechos de la vida de Temístocles.
DOLLY.— No nos gusta meternos en vidas ajenas.
D. PÍO.— Temístocles, grande hombre de la Grecia, natural de Tebas, vencedor de los lacedemonios. (Corrigiéndose.) ¡Ah!, no… le confundo con Epaminondas… ¡Cómo tengo la cabeza!…
NELL.— ¡Ay, que no lo sabe, que no lo sabe!…
DOLLY.— ¡Vaya con el preceptor de pega!
D. PÍO.— (Afligido.) Es que me volvéis loco con vuestros juegos, con vuestras tonterías. (Con gravedad.) Así no podemos seguir.
NELL.— Digo lo mismo.
DOLLY.— Queremos ser burras, y salir a los prados a comer yerba.
D. PÍO.— Pero mi conciencia no me permite engañar a la Condesa, que sin duda cree que os enseño algo, y que vosotras lo aprendéis…
DOLLY.— (Poniéndose las antiparras de CORONADO que están sobre la mesa.) Piito, estamos aburridísimas.
D. PÍO.— (Queriendo recobrar su anteojos.) ¡Qué me los rompes, hija!
NELL.— Piito salado ¿no sería mejor que nos fuéramos los tres a dar un paseo por la playa?
D. PÍO.— Está bien, muy bien. ¡Magnífico! ¡De pingo todo el santo día, aun las horas dedicadas a la educación! Muy bonito; sí, señoras, muy bonito… Y heme aquí de figurón, de monigote irrisorio; yo, que soy la ciencia; yo, yo, que estoy aquí para inculcaros…
DOLLY.— Piito, no nos inculques nada, y vámonos.
NELL.— En la playa seguiremos dando lección. Frente al mar, la del viaje de Colón a América.
DOLLY.— Y el paso del Mar Rojo.
D. PÍO.— (Suspirando desalentado.) ¡Ay, qué niñas! ¡No hay quien pueda con ellas! Bueno, pues transijo… Pero antes pasemos un poco de Gramática.
NELL.— (Tocando las castañuelas.) ¡Viva Coronado!
DOLLY.— (De carretilla.) La Gramática es el arte de hablar correctamente el castellano…
D. PÍO.— Vamos más adelante. Dolly, dígame usted qué es participio.
DOLLY.— (Flemática.) ¡No me da la gana!
NELL.— Participio… Una cosa que se parte por el principio.
D. PÍO.— (Poniendo el paño al púlpito.) ¡Tontas, casquivanas, que no tenéis aquel punto de amor propio que veo yo en otras niñas, ¡Señor!, en otras niñas aplicaditas y formales, que aprenden para lucirse en los exámenes, y para que a sus padres se les caiga la baba oyéndolas!
DOLLY.— No queremos lucirnos, ni a mamá se le cae ninguna baba… ¡Vaya con el maestrillo este!
NELL.— Coronadito, si no tienes juicio te pondremos de rodillas.
D. PÍO.— ¡Anda, salero!… ¿Pero qué trabajo os cuesta retener en la memoria cosas tan fáciles? Luego seréis mujercitas aristocráticas, y cuando vuestra ilustre mamá os lleve a los salones, os vais a lucir, como hay Dios… Figuraos que en los saraos se habla del participio, y vosotras no sabéis lo que es. ¡Bonito papel harán mis niñas! Dirá la gente: «¿pero de qué monte ha traído la Condesa este par de mulas?». Eso dirán, y se reirán de vosotras, y no os querrán vuestros novios.
DOLLY.— Los novios nos querrán aunque no sepamos el participio, ni la conjunción, ni nada.
NELL.— Que seamos bonitas, que seamos elegantes, y verás tú si nos quieren.
D. PÍO.— Sí, sí: lindas borriquitas seréis. Pues yo me planto, señoras mías; ya sabéis que soy atroz cuando me planto; tengo mal genio.
NELL.— ¡Terrible!
DOLLY.— ¡Ay, qué miedo!
NELL.— (Que, apoyada en la mesa con indolencia, le mira burlona.) ¿Sabes, Piillo, que estoy observando una cosa? Tienes los ojos muy bonitos.
DOLLY.— Parecen dos soles… pillines.
D. PÍO.— (Cruzándose de brazos.) Ea, burlaos de mí todo lo que queráis.
NELL.— No es burla, es confianza.
DOLLY.— Es que te queremos, maestrillo, porque eres muy bueno y no tienes malicia.
NELL.— (Acariciándole la barba.) ¡Es un buenazo este D. Pío! Por eso te hacen rabiar las niñas de Albrit, que son y serán siempre tus amiguitas…
D. PÍO.— (Embobado.) ¡Zalameras, melosas, carantoñeras!
DOLLY.— Di una cosa: ¿es verdad que tienes muchas hijas?
D. PÍO.— (Lanzando un suspiro muy hondo y fuerte. Diríase que lo saca de los talones.) Muchas, sí…
NELL.— ¿Son guapas?
D. PÍO.— No tanto como lo presente.
DOLLY.— ¿Te quieren?
D. PÍO.— (Intentando sacar otro suspiro hondo, que se le queda atravesado en el pecho, cortándole la respiración.) ¡Quererme… ellas!
NELL.— Me han dicho que no. Si es así, no te importe, que bien te queremos nosotras.
DOLLY.— ¿Y tú, nos quieres? (D. PÍO hace signos afirmativos.)
NELL.— Nos idolatra… Estudiamos cuando se nos antoja, y cuando no, jugamos.
DOLLY.— Y eso haremos hoy: jugar, irnos a la playa.
D. PÍO.— (Vencido.) ¡A la playa!
NELL.— Está un día espléndido. (Mira por la ventana.)
DOLLY.— (Tocando las castañuelas.) Y el cielo y la mar nos dicen: «¡Venid, volad, y traed a vuestro adorado preceptor!».
D. PÍO.— (Deseando ir, pero no queriendo manifestarlo.) ¿Yo… también yo? ¡Viva la indisciplina!
NELL.— Vendrás con nosotras, porque si no, Venancio no nos dejará salir ahora. Tú tienes que decirle: «hoy han estudiado tanto, que en premio de su aplicación las saco a dar una vuelta».
D. PÍO.— ¡Anda, morena! ¡Vaya, que si la señora Condesa se enterara de cómo cumplo mis deberes profesionales!…
DOLLY.— Lo que quiere mamá es que estemos siempre a la intemperie, y nos hagamos robustas como unas aldeanotas.
D. PÍO.— ¡Y qué diría vuestro abuelo!
NELL.— El abuelito nos quiere lo mismo en bruto que pulimentadas.
D. PÍO.— Os adora, sí. Como que sois sus nietas. Acompañadle, dadle palique, hacedle mimos: también él es niño. Y cuando le oigáis un disparate muy gordo, se lo contáis al señor Cura y al Médico.
DOLLY.— (Enojada.) No dice disparates el abuelo.
D. PÍO.— Ayer me decía que vosotras dos no sois más que una para él…
NELL.— Y eso, ¿por qué ha de ser disparate, maestrillo?
DOLLY.— Quiere decir…
NELL.— Que el grande amor que nos tiene nos iguala, y hace de las dos una sola.
D. PÍO.— Esta chica es un portento.
DOLLY.— Hola, hola; ¿y para mí no hay piropo?
D. PÍO.— ¿Te enfadas, ángel?
DOLLY.— (Riendo.) Está eso bueno. Mi hermana es un portento… y yo nada.
D. PÍO.— Tú otro portento… ¡Vivan las nenas de Albrit!
NELL.— (Alborotando.) ¡Viva el más sabio profesor y catedrático de la antigüedad pagana, mitológica… y cosmopolita! En fin, ¿nos vamos o qué?
D. PÍO.— (Deteniéndolas.) Esperad. Parece que viene alguien.
DOLLY.— Siento el vocerrón de D. Carmelo.
D. PÍO.— (Tomando el tonillo profesional.) ¡Orden, formalidad!… Pues hemos dado un repasito a la Gramática, venga ahora un buen jabón a la Historia. Niñas, el Papado y el Imperio… A ver…