Escena XII
EL CONDE, SENÉN; después GREGORIA.
EL CONDE.— (Receloso, altanero.) ¡Ah!… te dejan aquí, como de guardia, por temor de que yo…
SENÉN.— No, señor: vengo… porque es de todo punto indispensable que hable dos palabras con usía.
EL CONDE.— ¿Conmigo?… ¿Palabritas tú? No: tú vienes a vigilarme. Creen que voy a pegar fuego a la casa… No, Senén; yo no hago mal a nadie. (Óyense gritos lejanos de DOLLY, llorando, pidiendo socorro.) ¡Oh!, ¿qué es eso?… ¡Dolly grita… llama! ¿Es su voz… o estoy yo loco y no sé lo que escucho?… Infames, ¿qué hacéis a mi hija, a mi Dolly? (Furioso, se precipita hacia la puerta. Cesan las voces.)
SENÉN.— (Cortándole el paso.) Deténgase usía. Ya no puede evitarlo.
EL CONDE.— ¿Qué?
SENÉN.— Que se la llevan. (Mira por la ventana.) Ya, ya salen con ella. (Corre ALBRIT a la ventana.)
EL CONDE.— ¡Bandidos, ladrones! (Vuelve a la puerta.)
SENÉN.— (Sujetándole.) Deténgase, y óigame un instante. (Cierra la puerta y quita la llave.)
EL CONDE.— (Amenazante.) ¿Qué haces?… ¡Me encierras!
SENÉN.— (Agitadísimo.) Una palabra, señor Conde, una sola, y usía comprenderá que quiero prestarle un gran servicio… Yo le explicaré…
EL CONDE.— Pronto.
SENÉN.— La niña… Su madre la mandó llamar; no quiso ir… Ha venido el Alcalde con toda su fatuidad, y con una pareja de la Guardia Civil, y se la ha llevado.
EL CONDE.— (Fuera de sí.) Ábreme ese puerta, o te mato ahora mismo. Ciego, aún tengo vigor para defenderme, para defender el ser amado. Ábreme te digo. (Coge una silla, decidido a estrellársela en la cabeza.)
SENÉN.— (Trémulo.) Abriré… pero antes… quiero deshacer el grave error de usía.
EL CONDE.— Habla… pronto.
SENÉN.— Usía, movido del honor, ha pretendido descorrer el velo, señor; descorrer el velo…
EL CONDE.— Acaba.
SENÉN.— (Sudando la gota gorda.) El velo ¡ay!, para descubrir la verdad, el endiablado secreto de la familia.
EL CONDE.— Sí.
SENÉN.— Y usía no ha visto nada.
EL CONDE.— Sí he visto.
SENÉN.— Lucrecia no ha querido decir a su padre político la verdad… Ese secreto, señor Conde, no lo posee más que un hombre en el mundo, y ese hombre soy yo.
EL CONDE.— ¡Tú!
SENÉN.— Yo, que lo oculté, y ahora lo revelo. La hija falsa, la hija espúrea… es Dolly.
EL CONDE.— (Aterrado.) ¡Oh!… No, no… ¡Tú mientes! (Poseído súbitamente de un furor trágico.) Lacayo vil, tú mientes, y yo… ahora mismo (Se arroja sobre él, clavándole ambas manos en el cuello), ¡te ahogo, rufián! (Forcejean. EL CONDE, aunque anciano, es mucho más vigoroso que SENÉN; le arroja al suelo, y oprimiéndole con el peso de su cuerpo, le acogota.) ¡Villano, serpiente!… te mato, te ahogo, te aplasto. (Breve y formidable lucha.)
SENÉN.— (Que al fin, con gran trabajo, logra desasirse del CONDE.) ¡Qué furor!… ¡Así paga mi servicio! Tengo pruebas.
EL CONDE.— Tus pruebas son falsas.
SENÉN.— Ahora lo veremos.
EL CONDE.— ¡Falsario, traidor! Dolly es mi sangre.
SENÉN.— (Trémulo, descompuesto el rostro y el cabello, registrándose los bolsillos.) Aquí, aquí la verdad, señor… Tan verdad como que hay Dios. (Saca un paquetito de papeles.)
EL CONDE.— Venga. (Arrebata el paquete que muestra SENÉN, lo deshace, abre un pliego, intenta leer aproximándose a la luz.) No veo… no veo… (Con desesperación.) ¡Dios mío, luz a mis ojos; quiero luz!… Este hombre me engaña.
Llaman a la puerta. Óyese la voz de GREGORIA.
SENÉN.— Aguarde un poco.
EL CONDE.— (Consternado, indeciso.) No veo… Toma, toma tus papeles… (Se los da, y luego los retira.) No… léemelo tú… pero no me engañes.
GREGORIA.— (Golpeando la puerta.) Abrir… Abre, Senén.
EL CONDE.— ¡Qué importunidad!
SENÉN.— (Recogiendo sus papeles de manos del CONDE.) Luego los veremos.
EL CONDE.— (A GREGORIA, que sigue llamando.) ¿Qué demonios quieres? (GREGORIA dice dentro algo que ALBRIT no entiende. SENÉN aplica su oído a la cerradura.)
SENÉN.— Dice que han traído una carta de la Condesa.
EL CONDE.— ¿Para mí?… Venga pronto. (Abre SENÉN. Entra GREGORIA y da una carta al CONDE, que la abre con temblorosa mano.) No veo… (A SENÉN, dándosela.) Léemela tú.
SENÉN.— (Leyendo, alumbrado por el farol que trae GREGORIA.) «Señor Conde, por consejo de mi confesor, he autorizado a este para revelar a usted la verdad que desea saber. -Lucrecia».
EL CONDE.— ¿Dice eso?
GREGORIA.— (Examinando la carta.) Eso dice.
EL CONDE.— Basta.
SENÉN.— El Prior está en la parroquia.
EL CONDE.— (Disparado.) Corro allá.