Escena XI
Habitación del CONDE en la Pardina.
EL CONDE, VENANCIO, GREGORIA; después SENÉN.
VENANCIO.— (Que entra y ve al CONDE revolviendo en su maleta.) ¿Qué hace el señor Conde?
EL CONDE.— Ya lo ves: recojo algunos papeles que deseo llevar siempre conmigo.
GREGORIA.— (Alarmada.) ¿A dónde va usía?
EL CONDE.— A donde a vosotros no os importa. ¿Por qué no viene Dolly? Dos veces la he mandado llamar.
VENANCIO.— Ahora vendrá.
EL CONDE.— Pues voy a donde quiero. A vosotros os bastará saber que os dejo en paz.
VENANCIO.— (Premioso, rascándose la cabeza.) Me alegro de que el señor Conde facilite la separación, porque yo vengo a decir a Vuecencia… que… que no puede seguir en mi casa.
GREGORIA.— Nada más que por el carácter soberbio del señor Conde… que por lo demás…
EL CONDE.— Sí: mi carácter altanero no se aviene con el vuestro, tan suave, tan pacífico.
VENANCIO.— Por lo cual he determinado que Su Excelencia se aloje en donde guste, fuera de mi casa… Por esta noche puede quedarse; pero mañana…
EL CONDE.— (Con dulzura, resignado y calmoso.) Esta noche misma: no te apures. Tú te quedas en tu Pardina, y yo me voy… a donde me acomode. No hablemos más. Al fin y a la postre, tengo que agradeceros la hospitalidad que me habéis dado.
VENANCIO.— Nada tiene Vuecencia que agradecernos. Lo que me duele es que no hayamos podido hacer buenas migas.
EL CONDE.— Las migas hacedlas vosotros… y que os aprovechen… Os pido el último favor. Traedme a Dolly. Los minutos que paso sin verla me parecen siglos.
VENANCIO.— Vamos.
EL CONDE.— (Sintiendo ruido en la puerta.) ¡Ah!, ella es…
SENÉN.— (Entrando.) Soy yo, señor…
EL CONDE.— ¡Maldito seas! (Exaltado.) ¡Qué venga Dolly, que venga al instante!
SENÉN.— (Aparte a VENANCIO y GREGORIA.) Dejadle conmigo. No hará nada, y en todo caso, yo sabré ponerle como un guante.
Se van GREGORIA y VENANCIO.