Skip to main content

El Abuelo: Escena X

El Abuelo
Escena X
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena X

Dichos; GREGORIA, vestida para salir.

Trae servicio de café.

GREGORIA.— Aunque el señor no lo ha pedido, como sé que le gusta tanto el café… (Lo pone en la mesa.)

EL CONDE.— ¡Oh, qué bien!… Tu previsión, hija mía, es muy de alabar. Carmelo, te sirvo…

GREGORIA.— Las señoritas están concluyendo de arreglarse. En seguida nos iremos.

EL CONDE.— Que no se entretengan; ya será hora. (Al CURA, sirviéndole azúcar.) A ti te gusta dulzón, si no recuerdo mal.

EL CURA.— ¡Qué memoria tiene usted!

EL CONDE.— No siendo para los favores que me hacen, también la pierdo, como la vista.

GREGORIA.— ¿Se le ofrece algo más al señor?

EL CONDE.— No… Gracias. (Vase GREGORIA.)

EL CURA.— (Paladeando el café.) ¿Y qué?… Señor Conde, ¿qué le parecen a usted sus nietecitas? ¿No las había visto después de su regreso de América?

EL CONDE.— No.

EL CURA.— Son angelicales… ¡Y qué lindas, qué graciosas! Se le meten a uno en el corazón… Verlas, tratarlas y no quererlas, es imposible. (EL CONDE, ensimismado, calla. Durante la pausa, D. CARMELO le observa.) Dios ha hecho en ellas una parejita encantadora, para regocijo y orgullo de su madre… y de usted.

EL CONDE.— (Como volviendo en sí.) ¿Decías?… ¡Ah! Sí, son hechiceras las chiquillas.

EL CURA.— (Queriendo sonsacarle el motivo de su estancia en Jerusa.) Comprendo la impaciencia de usted por verlas. Al santo anhelo de conocer a sus nietas y abrazarlas, debemos el honor de tenerle en Jerusa…

EL CONDE.— Yo he venido a Jerusa, principalmente, por… (A VENANCIO, con autoridad, pero sin altanería.) Tú…

VENANCIO.— ¿Señor?

EL CONDE.— Haz el favor de dejarnos solos. (Vase VENANCIO.)

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena XI
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org