Skip to main content

El Abuelo: Escena III

El Abuelo
Escena III
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena III

EL CONDE y SENÉN.

EL CONDE.— (Serenándose.) Siéntate aquí, Senén… Tengo que hablar contigo.

SENÉN.— (Con fatuidad, sentándose.) Nada más temible que esta plebe hinchada, señor; estos patanes hartos de bazofia, que porque han logrado reunir cuatro cuartos se atreven a medirse con las personas comilfot…

EL CONDE.— La villanía es perdonable; la ingratitud, no… En mi cuarto había un lavabo bastante bueno, muy cómodo para mí. Ayer me lo han quitado esos viles, poniendo una palangana de latón de este tamaño, como las que hay en los asilos…

SENÉN.— (Afectando indignación.) ¡Qué atrocidad!

EL CONDE.— Parece que escogen las servilletas y manteles más sucios para ponerlos en mi mesa. Saben que me gusta la mantelería limpia…

SENÉN.— Pues, como he dicho, traigo instrucciones precisas de la Condesa… ¡Oh!, crea usía que si se entera de estas infamias, se pondrá furiosa.

EL CONDE.— Sí. Me odia, como yo a ella; pero no desconoce que mi persona exige atenciones, respetos…

SENÉN.— ¡Qué duda tiene…!

EL CONDE.— Y aunque obra suya es seguramente la intriga que se traen Carmelo y el Doctor para arreglarme una jaula en los Jerónimos…

SENÉN.— (Haciéndose de nuevas.) ¡Oh!, no sé… no tengo noticia…

EL CONDE.— Pues sí: desde ayer andan de mucho trasteo conmigo. Yo les calo la intención… y me hago el tonto… Pero dejemos esto, Senén, que de cosa más grave y de mayor transcendencia para mí quiero hablarte.

SENÉN.— Ya escucho.

EL CONDE.— (Receloso.) ¿Nos oye alguien?

SENÉN.— Nadie, señor. Estamos solos.

EL CONDE.— Estos miserables se ponen en acecho tras de las puertas, oyendo lo que se habla.

SENÉN.— (Examinando las puertas.) Nadie nos oye. Puede hablar el Excelentísimo Sr. D. Rodrigo de Arista-Potestad.

EL CONDE.— Dudo mucho que seas bastante afecto a mi persona para responder a todo lo que te pregunte.

SENÉN.— Usía debe contar siempre con mi adhesión incondicional… (dándose importancia) como cuento yo con que el señor Conde no ha de pedirme nada contrario a mi dignidad.

EL CONDE.— (Asombrado.) ¡Tu dignidad!… Dispénsame: creí que no la habías adquirido aún… Ya sé que estás en camino de adquirirla… vas muy bien… llegarás.

SENÉN.— Señor Conde de Albrit, aunque humilde, yo… me parece.

EL CONDE.— Nada, nada. Ya no te hago las preguntas.

SENÉN.— ¡Ah!, puede usía interrogarme con toda confianza. (Queriendo familiarizarse.) Señor Conde… de usía para mí… (Se atreve a ponerle la mano en el hombro.) Entre amigos…

EL CONDE.— No, no, porque si salimos ahora con que hay dignidad, o esta dignidad es incorruptible o es venal… En el primer caso, Senén, no me dirás nada… en el segundo… Soy pobre y no podré cotizarla en lo que vale.

SENÉN.— (Afectando seriedad.) Creo que nos hallaríamos en el primer caso.

EL CONDE.— Pues, hijo… (despidiéndole). Adiós.

SENÉN.— (Queriendo provocarle a la interrogación, para conocer su pensamiento.) Si el señor Conde me lo permite, diré una palabra. Usía quiere preguntarme… algo referente a su hija política, en el tiempo en que tuve el honor de servirla.

EL CONDE.— Y cuando aún no habías echado dignidad.

SENÉN.— La eché después… Y ahora, sin faltar al respeto que debo a usía, tengo el sentimiento de manifestarle que por gratitud, por estimación de mí mismo, por mil razones, no puedo en manera alguna revelar secretos que no me pertenecen.

EL CONDE.— (Con vivo interés.) No se trata de secretos… que quizás no lo sean para mí. Quiero tan sólo informaciones exactas acerca de una persona…

SENÉN.— Ya…

EL CONDE.— Íntimamente relacionada…

SENÉN.— Comprendido.

EL CONDE.— El pintor Carlos Eraul. Tú estuviste a su servicio algún tiempo, al dejar el de mi hijo; tú… (Con ardor.) Senén, por lo que más quieras, por la memoria de tu madre, revélame cuanto sepas.

SENÉN.— (Con pujos de delicadeza.) Sr. D. Rodrigo, por todos los gloriosos antepasados de usía, le ruego que nada me pregunte, pues antes perdería la vida que responderle.

EL CONDE.— (Con intenso afán.) Dame al menos alguna luz… sin ofender a nadie, sin faltar a los respetos que debes a tu ama. Dime: ese hombre era de baja extracción.

SENÉN.— (Secamente.) Sí.

EL CONDE.— Hijo de un pobre vaquero de la ganadería de Eraul, en Navarra. (SENÉN responde afirmativamente con la cabeza.) El cual, despedido por mala conducta, se metió a contrabandista. (Con triste humorismo.) Carlos, el hijo, también despuntó por el contrabando…

SENÉN.— ¡Oh, no…!

EL CONDE.— Sé lo que digo… Su genio pictórico le abrió camino. Fuera de la educación artística, que se debió a sí mismo y al estudio del natural, era un ignorante, un bruto…

SENÉN.— Poco menos.

EL CONDE.— Ni alto ni bajo, moreno, de ojos negros… vigoroso… voluntad potente. (SENÉN afirma.) Su apellido era Vicente, pero él firmaba con el nombre de ganadería: Eraul.

SENÉN.— Exacto.

EL CONDE.— Le conoció Lucrecia en una de esas rifas o kermessas que organizan las señoras para…

SENÉN.— (Interrumpiéndole.) Basta, señor Conde. No sé nada más.

EL CONDE.— (Imperioso.) Responde.

SENÉN.— (Inflado como un sapo.) No sé nada. Usía no me conoce.

EL CONDE.— (Rabioso.) Te conozco, sí. Tu discreción no es virtud; es… cobardía, servilismo, complicidad. No eres el hombre digno que calla la culpa ajena; eres el esclavo, obediente a los halagos o al látigo del amo que le compró. (Apostrofándole con solemne acento.) ¡Maldígate Dios, villano! Que la luz que me niegas, a ti te falte. ¡Qué enmudezca tu voz para siempre, que cieguen tus ojos! ¡Qué vivas sin poseer la verdad, rodeado de tinieblas, en eterna y terrible duda, palpando en el vacío, tropezando en la realidad!… ¡Qué busques la justicia, el honor, y encuentres mentira, infamia, dentro de un vacío tan grande como tu imbecilidad!… (Con desprecio.) Vete, vete; no te acerques a mí.

SENÉN.— (A distancia.) ¡Demonio!… Saca las uñas el león… ¡Hola, hola!… (Vuelve EL CONDE a su asiento. Entra NELL con un servicio de café, elegante, en bandeja de plata.) ¡Ah!… señorita Nell… (Ofreciéndose a tomar de su mano la bandeja.) Deme acá.

NELL.— No, no… ya puedo.

SENÉN.— (Aparte a la niña.) Cuidadito con él… Está de malas. (Vase.)

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena IV
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org