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El Abuelo: Escena VI

El Abuelo
Escena VI
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Prólogo
  4. Dramatis Personæ
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena VI

Bosque.

EL CONDE.— (Solo, paseando lentamente.) ¡Qué hermoso día!… aire manso y tibio, cielo claro, las nubes replegadas sobre el horizonte, el mar azul, tendido, adormilado… el bosque en silencio. ¡Qué solemne tranquilidad! El paso del hombre no ensucia este cuadro grandioso y puro… (Mira hacia el sendero que corta el bosque en dirección a Jerusa, y detiénese, creyendo sentir voces.) ¿Vendrán las nenas de paseo? Pareciome oír sus voces lejanas… El corazón me ha saltado en el pecho… No son ellas, no. Es que el bosque tiene ruidos extraños, modulaciones misteriosas que a veces semejan llanto de niños, a veces risotadas de muchachas que anduvieran volando entre el ramaje. (Óyense, en efecto, voces, risas.) ¡Ah! ¿Serán ellas? No… son insectos o no sé qué animaluchos, que remedan la voz humana. (Aparecen mujeres del campo, charlando y riendo.) Por allí vienen… Pero no son ellas. Esas voces ordinarias no son las de las graciosas niñas de Albrit. (Pasan las aldeanas y le saludan respetuosas; EL CONDE contesta con afecto paternal al saludo.) Adiós, hijas; que os divirtáis mucho… (Sigue andando.) Ya estoy solo otra vez… No sé qué voz del alma me dice que no vendrán por aquí mis chiquillas. ¡Cómo han de venir las pobres, si toda la mañana las tienen encerradas con el preceptor, un simple, a quien se paga para embrutecerlas! Pero no conseguirán haceros idiotas, ¿verdad, hijas mías?… (Suspirando.) ¡Nell, Dolly!, ¿cuál de vosotras es mi nieta, heredera de mi sangre y de mi nombre? (Deteniéndose y cruzando las manos, dolorido.) Señor, ¿las amo o las aborrezco? En mi corazón hay plétora de amor a mi descendencia. Pero la certidumbre de que una de las dos, una… no es de ley, me vuelve loco… No, no es esto locura, no puede serlo; esto es razón, derecho, justicia, el sentimiento del honor en toda su grandeza… (Desesperado.) Daría mi vida por ellas… las mataría… no sé. (Continúa andando, agitadísimo.) No puedo, no debo consentir intrusos en mi linaje… Al fuego la hierba mala, traída a mi hogar con engaño, contrabando del vicio… Esa diabólica mujer no ha querido decirme cuál es la falsa; pero no importa… Verás, verás, infame, cómo yo lo averiguo sin ajeno auxilio, sin interrogar a los que seguramente conocen tus secretos… Dios me dé una intensa penetración para desentrañar la verdad; sabré leer la historia de mi deshonra en esas preciosas caras; y si por mi ceguera no acierto a descifrar los rostros, leeré la invisible cifra de los pensamientos, penetraré en la hondura de los caracteres, y no necesito más, pues los caracteres son el temperamento, la sangre, el organismo, la casta… Adelante, Rodrigo de Albrit… Voy a sentarme en aquel altozano del bosque que parece suspendido sobre el mar, y que está siempre seco y bien bañado de sol. (Apresura el paso.) No sé que tengo hoy, que no me canso nada, pero nada. Andaría mis dos leguas como un hombre…

Otra parte del bosque.

Terreno quebrado, donde escasean los árboles, y abundan los chaparros y arbustería silvestre entre las rocas musgosas. Al Norte, el cantil que desciende con rápido declive hasta la playa, la cual se extiende limpia y arenosa en toda la profundidad del paisaje. En una peña que le ofrece cómodo asiento se recuesta el anciano, meditabundo, y contempla abstraído la costa, y el oleaje manso y rumoroso.

¡Cómo pica el sol! Turbonada esta tarde… Allá lejos, en la playa, distingo unos bultitos blancos que se mueven… Dios mío, ¿serán ellas? (Haciendo anteojo con su puño para ver mejor.) Sí, sí… juraría que son ellas… Aquel vagar rápido, aquel vuelo de mariposas… (Con súbita alegría.) Ellas son. Hasta me parece que oigo sus chillidos alegres. (Bajando un poco, entre las peñas.) Y distingo también un bulto negro, una especie de cigarrón que las persigue… Es el maestro, el pobre Coronado… ¿Qué haré? ¿Las llamo, les hago una seña con el pañuelo, voy a buscarlas? (Vuelve a sentarse, indeciso.) ¡Dios mío, estas lindas criaturas serían mi encanto, mi gloria, mi consuelo, si no me amargara la vida el convencimiento de que una de ellas es intrusa, fraudulenta, usurpadora! Quiero idolatrarlas; pero antes, urge separar la verdad de la mentira, para poder amar exclusivamente a la que lo merezca… ¿Cuál es, cuál de las dos, Señor? (Se golpea el cráneo con el puño cerrado.) Misterio terrible, ¿será posible que yo no pueda penetrar en ti…? (Pausa.) ¿Qué atracción es ésta que hacia ellas me llama?… Fuerza superior a mi voluntad. No quiero ir, y voy… Atracción del enigma, el ansia inmensa del ¡qué será!… (Se levanta.) ¡Ah, parece que me han visto! Creo notar una agitación de cosas blancas, como si me saludaran con los pañuelos. Sí, sí: ya percibo sus vocecitas más dulces, más musicales que cuantos sones hay en la Naturaleza… (Gritando.) Sí, sí, Nell, Dolly; aquí estoy… Ya os había visto… os veo en medio de la inmensidad… ¿Queréis que baje, o subís vosotras?… (Gozoso.) Ya, ya vienen. No corren, vuelan.

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