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Realidad: Escena IX

Realidad
Escena IX
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Realidad
  4. Dramatis personae
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena IX

Los mismos; CISNEROS, que aparece en la sala japonesa, viniendo del interior de la casa.

CISNEROS.— (para sí.) ¡Pobrecita mía, cuánto padece! ¡Verse calumniada, zarandeada por tanto imbécil!... Esto es un horror... (Con rabia.) ¡Bendito sea Nerón! Comprendo su deseo de que la humanidad no tuviese más que una sola cabeza para cortarla... Hasta los periodiquillos se atreven a deslizar malévolas alusiones a esta casa. Ya os daría yo una buena mano de azotes si pudiera.

¡Habrase visto otra! ¡Reticencias contra mi hija...! Estoy que trino. (Atraviesa el salón sin saludar a nadie, y entra en la sala de tresillo.)

VILLALONGA.— Aquí está D. Carlos. ¡Qué fea vitola trae! D. Carlos, ¿qué nos cuenta?... ¿Qué se dice?

CISNEROS.— (sofocando su rabieta.) Se dice... pues se dice que este es un país de idiotas.

VILLALONGA.— Eso ya lo sabía yo. Detesto a mi patria, la hidalga nación del garbanzo, de Recaredo y de la gramática parda. ¡Pues si yo pudiera metamorfosearme en inglés o en alemán...!

CISNEROS.— Como no te metamorfosees tú en el moro de los dátiles. Este es un país liliputiense. Dan ganas de andar sobre él así... (pisa fuerte) destruyéndolo a pisotones, como a las hormigas. Les juro a ustedes que esta noche dormiría yo muy tranquilo si tuviera ocasión de dar un par de linternazos a alguien.

VILLALONGA.— Pues déselos usted a Malibrán que dice...

CISNEROS.— (con viveza, apretando los puños.) ¿Qué dice?

MALIBRÁN.— Pues que la tabla que ha comprado usted anteayer como de Memling, no es ni siquiera flamenca. La tengo por una imitación francesa de las peores.

CISNEROS.— Váyase usted al cardo con sus tablas. Entiende usted de pintura lo que yo de empollar mosquitos. Lo que hacía falta aquí, créanlo, era un Nerón. ¡Qué hombre tan simpático, y qué buena persona! Ya podían echarle periódicos a ese.

CALDERÓN.— ¡Fuertecillo está usted, D. Carlos!

VILLALONGA.— Desengaños amorosos. ¿Lo digo?

CISNEROS.— ¿Qué?

VILLALONGA.— Lo diré: entre barbianes no debe haber misterios. Pues esta tarde le han visto a usted salir de la gruta de Calipso, o sea de la casa de Leonor.

CISNEROS.— Toma. ¿Y qué?

VILLALONGA.— Es que creíamos que usted no sirve ya ni para novilladas de invierno, y que ya no sabe ni marcar una banderilla.

CISNEROS.— ¡Monigotes!... Generación menguada y raquítica: los viejos toreamos mejor que vosotros. Preguntádselo a cualquier res. No servís para nada, y con estas canas os dejo yo tamañitos siempre que queráis.

MALIBRÁN.— ¡Buen punto está usted! ¡Con su carga de años, visititas a La Peri...!

CISNEROS.— Porque se puede. Fastidiarse... Ea, fantoches, vuestra conversación me revienta.

CALDERÓN.— ¿No quiere echar una partidita?

CISNEROS.— No estoy de humor de juegos. No tengo tranquilidad, no puedo estarme quieto; necesito moverme, correr, ir de aquí para allá, empujar al que se me ponga delante, y si alguien se desmanda, ¡por vida de la tía Cotilla! le... le pulverizo. (Sale de estampía por la puerta del billar.)

CALDERÓN.— ¡Es mucho D. Carlos...!

MALIBRÁN.— Se me figura que he calado el objeto de sus visitas a La Peri.

VILLALONGA.— Y yo también. (Pasan al salón, formando grupos que entablan animados coloquios.)

OROZCO.— (a CALDERÓN.) Nada más divertido esta noche que el examen de caras, Pepe. La de Teresa Trujillo deliciosa, incomparable. Expresa curiosidad febril y el arrobamiento artístico del que asiste a una función dramática con buenos actores. Me ha mirado con impertinencia, me ha leído en la frente y en los ojos, con tanto interés como si fuera yo un folletín espeluznante. ¿Pues y la carátula de Aguado? Es un puro resplandor de júbilo, como faz vergonzosa que se consuela con la vergüenza ajena. El rostro abesugado del buen Pez, radiante de cordura y ministerialismo. Parece descargar todo el peso de su severidad contra la opinión pública, diciéndole: "tus historias son ridículas y despreciables". Pues ¿y el palmito de Monte Cármenes? La imposibilidad de soltar ahora el todo va bien le da una contracción violenta, que le desfigura, y le hace parecer otro hombre. La cara del exministro, entre benévola y disgustada, con vislumbres de protección, como si dijera: "si yo fuese poder, no pasarían estas cosas". Te aseguro que me he divertido delante de este museo de la opinión expectante y muda. ¡Oh! ¡Si hablaran...! ¡Cuánto daría yo por oírles!

CALDERÓN.— Si tú has gozado con el estudio de caras, ellos se habrán divertido fotografiándote la tuya.

OROZCO.— No, porque en ésta nada pueden notar que no adviertan todos los días.

La cara mía que expresa y siente ¡ay!, es la que mira para adentro. (Llegan más personas.) Parece que esta noche carga el gentío que es un primor. Naturalmente, el crimen misterioso despierta inmenso interés: el público necesita emociones, contemplar rostros de víctimas, o de criminales, o de testigos; examinar el lugar de la catástrofe; ver los sitios por donde vaga el ánima del interfecto, olfatear la sangre, tocar los objetos que llevan impresa la huella del delito... (Con amargura.) En suma, el drama está en mi casa, y tengo esta noche un lleno completo. (Dirígese a saludar a los que llegan.)

CALDERÓN.— (para sí.) Hombre sin igual es este. Todo lo sabe, y parece que lo ignora todo.

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