Escena II
Los mismos, SANTANITA.
Ábrese la puerta y aparece SANTANITA, el cual, al ver a los dos amigos, retrocede asustado y como si quisiera volver a meterse en el portal.
FEDERICO.— (con súbita ira.) ¡Rayos y demonios!... ¡Eh!... ¿Quién es usted? (Echándole mano al pescuezo.)
SANTANITA.— (con terror suplicante.) ¡Ay!, ¡ay!... por Dios, D. Federico, no me mate usted.
FEDERICO.— Badulaque, mequetrefe, tú vienes de mi casa. (Le sujeta con nerviosa energía. INFANTE interviene en ademán pacífico.)
INFANTE.— ¡Por Dios... Calma...! ¡Qué atrocidad! (Tratando de calmar a su amigo.)
FEDERICO.— Si no fuera quien soy, le ahogaría... ¡Miserable! ¿Qué hacías en esta casa?
SANTANITA.— ¡Señor, óigame usted...! (Anonadado y trémulo.) Subí sin más objeto qua hablarle... por el ventanillo... nada más. Yo se lo juro... y puede usted comprobarlo arriba.
INFANTE.— Basta... Retírese usted.
FEDERICO.— (soltándole.) Sí... que se vaya... La escena es repugnante. (Mirando a SANTANITA con desprecio.) ¡Qué ignominia! Si en vez de ser un bicho, fuera un hombre, acabaría con él, puesto que no hay tribunales que castiguen estas infamias.
INFANTE.— Concluyamos. (A SANTANITA.) ¿Todavía está usted aquí?
FEDERICO.— Ya has oído, muñeco, que no me rebajo a castigarte. Otra cosa será si llego a cogerte en mi casa.
INFANTE.— Largo... Se acabó la cuestión.
SANTANITA.— (recogiendo su sombrero, que en la refriega se le ha caído.) Don Federico, usted abusa de su posición. No es caballero todo el que lo parece, ni para serlo basta llevar sombrero de copa. Puesto que usted se pone en ese terreno, a él iremos todos. (Se aleja.)
FEDERICO.— (sin poder contenerse.) ¡Pues no se atreve...!, ¡ni me provoca...!
INFANTE.— (sujetándole.) Déjale, por Dios. Ya ves que huye.
SANTANITA.— (desde lejos.) Don Federico, usted se empeña en luchar con la corriente, imponiendo a todo el mundo su quijotismo, y usted se fastidiará. (Vase, calle abajo.)