Skip to main content

Realidad: Escena VII

Realidad
Escena VII
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Realidad
  4. Dramatis personae
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena VII

FEDERICO, LEONOR.

LEONOR.— (entrando presurosa.) Hecho todo. Dame un abrazo... en premio de mi virtud.

FEDERICO.— Ahí va. (La abraza y la besa.) Tu virtud, sí. No creas que has dicho una broma.

LEONOR.— Basta de matemáticas, o sea de agradecimiento. No dirás que he tardado mucho. Fui a casa de ese puerco de Torquemada, y desde la puerta me volví... Se me ocurrió que era imprudencia retirar yo misma los pagarás. Podría contarlo el muy tuno, y tus amigos creerían horrores de ti; que yo te pago las trampas.

FEDERICO.— Has tenido una feliz idea. No había yo pensado en eso. De modo que...

LEONOR.— Te traigo los santos cuartos para que tú mismo vayas a casa de ese judío. Échate pronto a la calle, y a ver dónde nos reunimos luego para almorzar juntos...

FEDERICO.— (tomando el dinero.) Donde tú quieras. Estoy a tus órdenes.

LEONOR.— ¡Ah! ¿No ha venido el Marqués, ni ningún otro de esos cataplasmas?

FEDERICO.— No ha venido nadie.

LEONOR.— De buena lata te has librado. Mira, chiquío, conviene que tomemos soleta antes que se nos plante aquí algún punto fuerte.

FEDERICO.— Sí; ¿te parece que almorcemos en un sitio reservado, en un bodegoncito, donde nos sirvan cordero u otro plato español de los que a ti tanto te gustan?

LEONOR.— ¡Ah, pillastre!, te avergüenzas de que te vean conmigo, y buscas un sitio solitario para esconderte. Bien, iremos a casa de Botín, el de la Cava.

FEDERICO.— No; es que...

LEONOR.— Te veo, besugo... Tu señora, quien quiera que sea, estará celosa, y puede que te ande buscando las vueltas.

FEDERICO.— No es eso, tonta. Pero no nos detengamos.

LEONOR.— A la calle. (Cantando.) ¡Españoles, venid! Nos separaremos en el portal, y luego, fíjate bien, te espero en la Plaza Mayor. No me des plantón.

En la escalera.

FEDERICO.— ¡Quita!, ¡pues no faltaba más...!

LEONOR.— ¡Ah!, me olvidaba de contarte... ¿Sabes a quién me encontré ahora? Al abuelo Cisneros. ¡Qué terne está! Me paró y me dijo que fuese a verle. Mira tú, a ese tío marrullero le sacaría yo de buena gana diez mil realetes para dártelos a ti...

No seas tonto y no pongas esa cara. ¡Vaya!, ¿lo que ya hice una vez, por qué no repetirlo ahora?

FEDERICO.— (contrariado.) Por Dios, Leonor; que se te quite eso de la cabeza.

LEONOR.— ¿Escrupulitos tenemos? ¡Qué tonto te me has vuelto, chico! Déjame a mí, que entiendo el tinglado del mundo mejor que tú. ¿Para qué quiere tanto dinero ese viejo chinche, más malo que la sarna? Nosotras somos las repartidoras de la riqueza, y niveladoras de las fortunas mal distribuidas. No, no te rías. Cisneritos me tiene que pagar la última que me hizo, cuando me prometió el tapiz, y luego se llamó Andana. Se la guardo, sí, porque es la única persona que me ha engañado en este mundo. Déjale venir, tonto, y como yo le dé unos cuantos pases, el tapiz es mío, y luego lo empeñamos si nos hace falta dinero, o lo vendemos si te conviniere...

FEDERICO.— (con hondo disgusto.) Leonorilla, no me mezcles a mí en esas historias...

LEONOR.— ¡Ay, qué guasa! El diablo harto de carne...

FEDERICO.— No es que me meta a fraile, sino que... Cállate, cállate.

LEONOR.— ¿Pues sabes lo que se me ocurre en este momento? Que yo, preparando con tiempo una combinación, podría agenciarte, en el golfo que jugamos en casa por las noches, alguna cantidad gorda.

FEDERICO.— (apartándose de ella.) ¡Qué ignominia! Me causa horror tu proposición.

LEONOR.— (con calma bonachona.) Pero qué, ¿tu tranquilidad no vale una trampa?...

FEDERICO.— (aterrado.) Ni en broma me lo digas... ¡Si esto lo oyera alguien! ¡Si esto se supiera...!

LEONOR.— ¡Pero como nadie lo ha de saber!... El honor y el deshonor dependen de que las cosas se sepan o no se sepan. De forma y manera que si lo que debe quedar secreto, quedara siempre, esas palabrillas, honor y deshonor, habría que suprimirlas de la conversación.

FEDERICO.— Filosófica estás... (Llegan al portal.) Bueno; no nos entretengamos charlando.

LEONOR.— ¡Eh, niño!, no vayas a distraerte y a darme un esquinazo. Porque tú las gastas así.

FEDERICO.— Descuida. Seré puntual. (Se separan en la calle.)

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena VIII
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org