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Realidad: Escena VIII

Realidad
Escena VIII
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Realidad
  4. Dramatis personae
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena VIII

Los mismos; OROZCO, CALDERÓN, que salen del billar. Al propio tiempo, van entrando en el salón del centro los amigos de la casa que se indicarán después.

OROZCO.— (dando la mano a MALIBRÁN y a VILLALONGA.) Está mejor; pero aún no se le ha pasado la tremenda jaqueca de ayer. Este majadero (por CALDERÓN) le espetó de golpe la noticia... como si se tratara de cualquier suceso insignificante.

CALDERÓN.— La verdad, yo no creí... Tan afectado estaba, que no supe lo que me hacía.

VILLALONGA.— ¡Pero qué bruto eres, Pepe!

OROZCO.— La pobre Augusta salía tranquilamente para ir a misa, después de haber pasado una mala noche al lado de su tía enferma, cuando recibió el jicarazo.

Se afectó, como es natural, tratándose de un amigo a quien queríamos tanto, y más por lo repentino y desastroso del caso.

MALIBRÁN.— ¿Y no tendremos el gusto de verla esta noche?

OROZCO.— Esta noche no. Aunque ha pasado la fuerza de la cefalalgia, le molestan el ruido y la claridad.

MALIBRÁN.— (para sí.) ¡El ruido y la luz! Eso precisamente es lo que la mata.

OROZCO.— Voy a saludar a esa gente. (para sí.) ¡Curioso estudio el de esta noche, el examen de las caras de los que entran aquí! En todas veo cierto temor, y como el deseo de sorprender en la mía alguna emoción desusada. Pero lo que es en ésta...

¡aviados están! Mi cara es de mármol. (Dirígese al salón donde han entrado TERESA TRUJILLO, AGUADO, MONTE CÁRMENES, EL EXMINISTRO, el SR. DE PEZ. En la sala de tresillo quedan VILLALONGA, MALIBRÁN y CALDERÓN.)

VILLALONGA.— (a CALDERÓN.) Ven acá, tagarote. ¿Sabe tu pariente los disparates que corren por Madrid acerca del suceso de la noche del 1.º?

CALDERÓN.— Todo lo sabe. Se lo he dicho yo. ¡Cuánta infamia, y qué sociedad tan nauseabunda!

MALIBRÁN.— Sí, muy nauseabunda.

CALDERÓN.— Tomás me llamó esta tarde y me rogó que le enterara de lo que se dice por ahí. No me anduve en chiquitas. Sé cuánto le agrada la verdad, y a la buena de Dios le informé de todo, empezando por las versiones necias, y acabando por las horripilantes. Vale más que lo sepa, y que entienda que algunos de sus amigos no merecen serlo. ¿Pero has visto, Villalonga, qué tonta es esta humanidad?

VILLALONGA.— Sí, hijo mío, es más tonta que tú, que es cuanto hay que decir.

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