Escena XI
Las mismas; OROZCO.
OROZCO.— (a su mujer.) Querida, aunque no es tarde, harías bien en irte a descansar. ¿Por qué no te acuestas?
AUGUSTA.— Espero a tener sueño. ¡He dormido tanto en este sofá!...
OROZCO.— La conversación no te conviene. (Tomándole el pulso.) Ni pizca de fiebre; pero la charla puede hacerte daño, y has picoteado bastante esta noche; primero con tu papá, después con Manolo Infante, ahora con Felipa.
AUGUSTA.— Hablar me distrae. Di, ¿se han ido todos ya?
OROZCO.— Todos. Como no estabas tú, la reunión, cansada de su propia insipidez, se ha disuelto temprano. Y ahora nos quedaremos solos, porque esta se marchará también. Felipa, retírate, que algo tendrás que hacer en tu casa.
FELIPA.— (para sí, turbada.) Parece que me echa. Sabe más que Merlín el señor este... Imposible que deje de... (Alto.) Con permiso...
AUGUSTA.— Felipa, quedamos en que mañana recogerás en casa de Sobrino veinticuatro varas, que con las diez y media que tienes...
FELIPA.— (oficiosamente.) Ocho y poco más, señorita... Pues hacen treinta y dos.
AUGUSTA.— Eso es; pero antes de cortar, me traes la batista para verla, porque si no es igual a la otra, la devolveremos.
FELIPA.— Bueno. ¿Me manda algo más?
AUGUSTA.— Que te des mucha prisa. ¡Ah! Y que no me olvides los visillos...
FELIPA.— Estamos en ellos. Buenas noches. Que ustedes descansen. (Vase.)
OROZCO.— Si no tienes sueño, pasa a mi despacho y hablaremos un ratito.
AUGUSTA.— Sí que pasaré. ¿Piensas velar?
OROZCO.— Es posible.
AUGUSTA.— (recelosa.) ¿Tienes que hacer? ¡Qué afán de calentarte los cascos en cosas que no nos importan!
OROZCO.— Si nos importan o no, lo veremos... Allí te aguardo.
AUGUSTA.— Iré. (Se incorpora.)