Skip to main content

Realidad: Escena X

Realidad
Escena X
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Realidad
  4. Dramatis personae
  5. Jornada I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
  6. Jornada II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
  7. Jornada III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
  8. Jornada IV
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
  9. Jornada V
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
  10. Autor
  11. Otros textos
  12. CoverPage

Escena X

Los mismos; OROZCO, SANTANITA, que salen por la derecha.

OROZCO.— ¡Tanto bueno por aquí!

FEDERICO.— (cohibido.) Lo bueno estaba antes de venir yo: lo bueno eres tú.

OROZCO.— (queriendo hacerse el insignificante.) El amigo Santana y yo tratábamos de un asunto... menudencias, nada en suma. Me gusta verte aquí. Eso me prueba que corren vientos conciliadores.

CLOTILDE.— Paces, D. Tomás, paces tenemos. Pero la fiera no está aún domesticada, y es preciso pasarle la mano por el lomo un poquito más.

OROZCO.— (festivamente.) Cese la ruin discordia. Que esto sea como el tableau con que acaban las comedias. Reconciliación, tolerancia, y lo pasado pasado. Haya aquello de ¡hermano mío!, y abrácense todos, y caiga el telón sobre un final de buenos propósitos.

FEDERICO.— (con escepticismo.) Pues si en las comedias el telón volviera a levantarse, se vería que los buenos propósitos eran conversación.

CLOTILDE.— (aparte a FEDERICO.) Da la mano a mi Luis. Mira, el pobrecillo está asustado, y no se atreve a dirigirte la palabra. Háblale tú.

FEDERICO.— ¿Que le hable yo?... ¡Tonta!

OROZCO.— (observando a FEDERICO y a SANTANITA.) ¿Qué pasa? ¡Ah!, que no se doblan esos rígidos caracteres. Uno y otro se encariñan con su agravio, y no quieren echarlo de sí. ¡Bonita cosa guardáis! Sois un par de majaderos. Sí, defended vuestros rencores, como si fueran un hallazgo precioso, que alguien os disputa.

VIUDA DE CALVO.— Señor de Orozco, usted que es tan cristiano, y posee, como nadie, el arte de mover los corazones, ponga en paz a estos desdichados, pues de fijo, a usted le harán más caso que a nosotras. Yo por vieja, con un pie en la sepultura, y esta por niña, acabada de nacer, carecemos de autoridad.

OROZCO.— (con fingido egoísmo.) Señora mía, nunca me ha gustado ser redentor de nadie, ni quiero meterme en libros de caballería. Además, conviene respetar las disensiones de familia, que en algo se fundan, cuando existen. Cada uno tiene bastante con sus propios afanes. ¿A qué afanarse por el mal ajeno?

FEDERICO.— (para sí.) ¡Hipócrita!

OROZCO.— Fijaos bien en este principio: lo que cada cual no haga por sí mismo no debe esperarlo de los demás. Con que, jóvenes inflexibles y caballerescos, si no simpatizáis, buen provecho os haga. No seré yo el que se desviva por zurciros las voluntades. Si esperáis a que yo os reconcilie, medrados estáis.

FEDERICO.— (para sí.) ¡Farsante! (Alto, a LA VIUDA DE CALVO.) ¿Lo ve usted?

VIUDA DE CALVO.— De los dichos a las acciones hay a veces mayor distancia que entre lo fingido y lo real.

CLOTILDE.— Pues yo insisto en que des la mano a Luis. ¿Te irás sin darme ese gusto?

FEDERICO.— (secamente.) Todo lo que yo podía hacer por ti, ya lo he hecho.

OROZCO.— (burlándose.) Eso es: carácter, firmeza, tesón. No se empeñe usted, Clotilde, en abatir esa fortaleza inexpugnable. Que no le da la mano, que no se la da...

SANTANITA.— (queriendo aparecer sereno.) Pero es preciso hacer constar que yo no he deseado que me la dé. Conste esto.

OROZCO.— Sí, hombre, constará todo lo que usted quiera. Tratándose de tonterías por una y otra parte, hay aquí mucho que apuntar, para enseñanza de las generaciones futuras.

SANTANITA.— Y conste también que nada absolutamente tenemos que agradecer Clotilde y yo a las personas que más debieran mirar por ella, ya que no por mí...

OROZCO.— Vamos, también eso constará, si se empeñan en ello.

SANTANITA.— Y que toda nuestra gratitud, toda nuestra consideración, y nuestro cariño son para usted, que se ha conducido con nosotros como un padre.

OROZCO.— (riendo.) ¡Ave María Purísima! ¡Que exageración, qué tontería, qué final de comedia cursi!

SANTANITA.— (con efusión.) Y nosotros le reverenciaremos como hijos amantes y sumisos, porque nos ha dado medios de vivir honradamente y de combatir la miseria. La felicidad que llevábamos, como en germen, en nosotros mismos, usted nos la hace patente y efectiva.

OROZCO.— (llevándose las manos a la cabeza.) ¿Yo? Pues no me había enterado...

¡Qué manera de delirar!... No deis importancia a lo que no la tiene.

FEDERICO.— (para sí.) ¡Hipócrita! Ya te cayó que hacer. ¿No querías ingratitud? Pues estos, con su gratitud impertinente, te dan taza y media.

OROZCO.— (muy contrariado.) No, no cantéis victoria, ni me atribuyáis vuestra felicidad. La plaza en casa de Trujillo, al mismo Trujillo la debéis... casi, casi a disgusto mío, que la había pedido para otro.

VIUDA DE CALVO.— No le creáis, no le creáis. Su modestia es tal que no parece de este mundo.

OROZCO.— (ligeramente incómodo.) Repito que no he sido yo... vamos. ¿Cómo lo diré? (A SANTANITA.) Lo que hemos hablado hace un momento, no lo considere usted como efectivo. Vaya, que el niño se entusiasma por adelantado. No es más que un proyecto, una hipótesis, que tampoco me pertenece. Sólo soy intermediario, y lo que vaya a poder de los hijos de Viera, no saldrá seguramente de mi bolsillo.

VIUDA DE CALVO.— No le creáis... que este las gasta así. (Con efusión.) Si os ha prometido algo que aumente vuestro bienestar, creed que os lo dará, y no le hagáis maldito caso si os dice que no es él quien da. ¡Otro más marrullero no existe bajo el sol, que alumbra tantas maravillas de Dios! Le conozco y a mí no me trastea. Os pondrá mala cara siempre que os encaje algún beneficio, y procurará haceros creer que lo debéis a otro.

FEDERICO.— (para sí.) Toma ingratitud.

OROZCO.— (a LA VIUDA DE CALVO.) Señora, usted me está faltando.

VIUDA DE CALVO.— Sí, le falto a usted, me le subo a las barbas, no le permito echárselas de hombre malo, y le arranco la careta. Conmigo, (enarbolando el palo) no le valen a usted sus maquinaciones infernales.

CLOTILDE.— (colgándose de un brazo de OROZCO.) Es nuestro padre, nuestro verdadero padre, y le debemos gratitud eterna, y un cariño sin fin.

OROZCO.— (sacudiéndose.) Niña, por Dios, esto ya parece burla.

SANTANITA.— (intentando besar la mano a OROZCO, el cual la retira.) Nuestro padre será, aunque se enoje, y diga lo que dijere, como tal le tendremos.

OROZCO.— (sofocado.) Basta, moscones, basta. Os juro que sois los mayores tontos que he visto en mi vida.

VIUDA DE CALVO.— Sí, adoradle, que bien se lo merece. No toméis en serio sus farándulas. Es el santo más pillo y más embustero que hay en la tierra.

OROZCO.— Me voy... No puedo resistir esto.

VIUDA DE CALVO.— Pues mal que le pese, le diremos que es un santo, y se lo haremos confesar... Duro en él; besadle las manos, (CLOTILDE y SANTANITA hacen esfuerzos por besarle las manos; pero él no se deja) y si se resiste, le amarraremos, y con este palo... (renqueando hacia él, con el bastón levantado) le convenceré de que es un farsante... y una mala persona... así... toma, toma. (Le toca en los hombros suavemente con la punta del palo.)

OROZCO.— (cogiendo del brazo a FEDERICO.) Vámonos de aquí. Parece que están todos locos en esta casa... ¡Almas de cántaro...!

VIUDA DE CALVO.— (corre tras ellos, tambaleándose.) Adiós, adiós.

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena XI
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org