Escena VI
Calle obscura. Casas a la derecha: a la izquierda; vallas de madera y solares abiertos; en el fondo un declive del terreno.
AUGUSTA.— No veo nada. ¿Por dónde va?
FELIPA.— (señalando al fondo.) Por allí... Parece que se cae... Señorito, por Dios, no sea loco. (Ambas tratan de seguirle.)
AUGUSTA.— (avanzando decidida en la obscuridad.) No le abandono, suceda lo que quiera... Alma mía, ¿dónde estás? Aguarda. Tengo que hablarte... escucha...
FEDERICO.— (cuya voz se oye muy lejana.) Leonorilla, no me sigas. Procura ser buena. Yo... así. (Suena el tiro. Las dos mujeres se detienen espantadas.)
AUGUSTA.— Me muero... ¡Jesús, ampárame!
FELIPA.— (avanzando, se inclina y palpa el terreno.) ¡Por aquí está!... (Tocando el cuerpo exánime.) ¡Qué miedo!... (Para sí.) Más muerto que mi abuelo... ¡Eh!, ¿qué es esto?... la condenada pistola. (Recoge el revólver.)
AUGUSTA.— (da algunos pasos despavorida, y cae de rodillas.) Yo también...
FELIPA.— Señorita, ¿dónde está usted? No veo. (Buscándola. Recuerda que lleva en su mano el revólver.) ¿Y qué hago yo con este chisme? No se me vaya a disparar. (Lo arroja por detrás de una empalizada próxima.) Señorita, deme la mano... (Encontrándola, la levanta del suelo con vigoroso esfuerzo, tirándole de los brazos.) Vámonos de aquí... pronto... Puede venir gente.
AUGUSTA.— Que venga. No me importa.
FELIPA.— ¡No me comprometa, por Dios!... Vámonos. (Tirando de ella.) Si ya no tiene remedio... Que no nos cojan aquí.
AUGUSTA.— (atolondrada, insensible.) ¿A dónde me llevas?
FELIPA.— Por aquí... vamos... pronto... (Quitándose una toquilla que lleva sobre los hombros.) Póngase esto por la cabeza. Así... (se la pone) para no llamar la atención. Ahora... serenidad. Cogeremos un coche, y a mi casa.
AUGUSTA.— Lo que quieras. Me dejo llevar. No tengo voluntad... no tengo alma.
(Huyen por la izquierda.)