Escena IV
FEDERICO, AUGUSTA.
FEDERICO.— (dejándose caer en un sillón.) ¡Ay de mí!
AUGUSTA.— (corriendo hacia él, amorosa.) ¿Qué tienes?
FEDERICO.— ¡Amiga de mi vida, si vieras qué mal me siento! Esta ansiedad, este... esto que rebulle aquí... (oprimiéndose el costado izquierdo) sensación que no tiene nombre... prurito de meterme la mano hasta muy adentro, y separar algo que me estorba, que me impide pensar y sentir.
AUGUSTA.— No os nada... Estás nervioso. Te has excitado tontamente.
Perdóname si te he dicho algunas cosillas desagradables. En cambio tú, extraviado sin duda por la bebida, me diste un nombre que es una injuria.
FEDERICO.— (como volviendo en sí.) ¿Yo... yo...?
AUGUSTA.— Sí, tú... Me has llamado Leonor.
FEDERICO.— (mirándola con extravío.) ¿Y qué...? Amiga mía, haz el favor de darme un vaso de agua. (AUGUSTA se dirige al aparador, y mientras echa agua en una copa, FEDERICO se acerca a la chimenea y coge el revólver.) No más padecer. (Se dispara un tiro en el costado izquierdo.)
AUGUSTA.— ¡Ay! (Paralizada de terror.)
FEDERICO.— (cayendo en un sillón, desvanecido.) Nada, nada... Ya estoy bien.