Escena III
FEDERICO, INFANTE.
INFANTE.— Pero hombre, ¿estás en ti? Si le maltrataras gravemente, ¿no sabes que podría costarte la torta un pan?
FEDERICO.— Iré a la cárcel... ¡Qué vergüenza, qué leyes! Si esto se llevara a la justicia, a mí me condenarían, y a ellos les casaban. ¡Y a esto llaman organismo social! La ley protege la deshonra, y el Estado es el amparador de los criminales.
(Entra en el portal.)
INFANTE.— No me despido. En la calle te he librado de hacer un disparate, y ahora entro contigo para impedirte hacer otro en tu casa.
FEDERICO.— A esa chiquilla sin seso y de condición villana, le enseñaré yo el respeto que debe a su nombre. ¡Qué falta de pudor! ¡Qué vileza!
INFANTE.— ¡Ay, amigo mío (ambos encienden cerillas y suben), no echas de ver que se han quedado muy atrás los tiempos calderonianos!
FEDERICO.— Sí, y también echo de ver la gran diferencia en favor de aquellos.
¿Pero tú crees que si en nuestra edad se usara el ceñir espada, se me escapa ese tipo asqueroso? Le atravieso en el acto.
INFANTE.— Más vale que no usemos armas.
FEDERICO.— (llega a su habitación y llama.) Verás, verás como ahora resulta que nadie ha visto nada, que todo es figuración mía y ganas de reñir. Estas canallas de mujeres me la han de pagar.