I
Dejemos a Martín devanándose los sesos para explicarse las causas del recibimiento que en aquella casa había tenido; ya suponía misteriosas intrigas, ya se figuraba que era objeto de burlas, y que lo mismo Susanita que su tío eran seres artificiosos y farsantes. Pero su propósito era seguir la comedia o la broma si lo era, hasta esclarecerla del todo, y con la esperanza de sacar de la cárcel al pobre Leonardo. En la noche del siguiente día era cosa de ver la sala del Sr. D. Miguel, honrada con la presencia de los dignos y graves contertulios que de ordinario la frecuentaban. Ninguno había faltado, y pocas veces la reunión estuvo tan animada. De buena gana daríamos a conocer a nuestros lectores la interesante discusión que sostenía el señor presidente de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte con un Consejero de la Cámara de Penas, interviniendo un consejero de Castilla y el señor fiscal de la Rota. Como no es indispensable para el interés de esta verídica historia, sólo haremos un extracto de tan vivo y erudito diálogo, que no era sino repetición de los que sobre puntos análogos resonaban todas las noches bajo el artesonado de la ilustre casa.
Discurrían sobre la riqueza comparativa de las naciones de Europa, y un excesivo celo por las glorias patrias llevaba al señor presidente de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte a sostener que todos los países del mundo eran pobrísimos, excepto el nuestro, cuya prosperidad no tenía igual en antiguos ni modernos.
—¡Ah! —decía con aquella gravedad que es peculiar en todo el que conoce a fondo el asunto de que trata—. Inglaterra y Francia son países miserables. Todas las fortunas de la nobleza no igualan a la de uno de nuestros grandes. Luego el terreno es tan malo...
—Donde llega la feracidad del nuestro... —apuntó el señor fiscal de la Rota—. Hay en Extremadura tierras que dan tres cosechas. Eso es asombroso; no hay en todo el mundo nada que se le parezca.
—Pues no sé... —dijo el señor presidente de la Sala de Alcaldes—. Castilla sola da pan para toda Europa. Si no existieran nuestros graneros y nuestros carneros merinos, ¡qué sería del mundo!
—Es verdad que Castilla y Extremadura son países fértiles —dijo el señor presidente de la Cámara de Penas—, pero es el año que llueve, y como nuestros labradores no saben cultivar la tierra, resulta que no se coge sino muy poca cantidad en comparación de los habitantes y de la extensión del terreno. Yo sostengo que somos uno de los países más pobres, si no el más pobre de Europa.
La mirada de los otros dos personajes al oír tan gran despropósito, expresó la alta indignación de que estaban poseídos al oír cosa tan contraria a la general creencia y al entusiasmo patrio.
—¿Qué dice usted, Sr. D. Hipólito? ¿Pero habla usted en serio? ¿Está usted loco? ¡Cómo se conoce que no ha hecho usted profundos estudios sobre el particular!
—Porque los he hecho, aunque no profundos, digo lo que digo. Estamos muy equivocados, Sr. D. Blas; no tenemos más que vanidad. Todo eso que se habla de nuestra riqueza es una pura patraña. El día en que haya comunicaciones fáciles, y pueda todo el mundo ir y venir, y ver otros países, se desvanecerá este error.
—¿Y sostiene usted que Francia?... Por Dios, Sr. D. Hipólito —dijo el de la Cámara de Penas—, si sabremos lo que es Francia, un país donde no se encuentran tres pesetas, aunque se dé por ellas un ojo de la cara... Allí con las tres o cuatro chucherías que fabrican apenas pueden vivir; no es como aquí, donde la riqueza está en el suelo. Cuidado si hay millones en esta tierra. Pues digo, cuando el duque de Medina—Sidonia y el de Osuna tienen una renta de... qué sé yo... si espanta esa suma.
—En cambio, cuenten ustedes el número de los que se mueren de hambre.
—No es eso, por amor de Dios, Sr. D. Hipólito; ¿si querrá usted negar la luz del sol? ¡Comparar a nuestra España con esos países donde no se cogen más que algunas fanegas de trigo y pocas, poquísimas arrobas de vino! Vaya usted a Jerez, Sr. D. Hipólito, como fui yo el año pasado, y verá lo que es riqueza. Si aquello es quedarse uno estupefacto; aquello no es vino, es un mar; todo el orbe se embriagaría con lo que hay allí.
Júzguese hasta qué punto llegaría la alta ciencia y el amor patrio de tan esclarecidos señores, discurriendo sobre este tema. Sabemos por conducto de buen origen que la cuestión llegó a hacerse personal, descendiendo de la región de las apreciaciones estadísticas y económicas; que el señor fiscal de la Rota fue poco a poco perdiendo la apacible calma de su carácter, y llegó a decir al señor presidente de la Cámara de Penas cosas que éste jamás oyó ni aun en boca de un enemigo.