I
Los dos hombres se dirigieron a buen paso a la calle del Hombre de Palo, donde estaba la Junta; pero cuando ya se acercaban a la casa vieron salir de ella dos hombres que corrían con precipitación, y al punto reconocieron a dos individuos de la Comisión permanente.
—¡Martín, Martín! —gritaron al verle—. ¡Traición! ¡Traición! ¡Nos han vendido!
—¿Qué hay? ¿Qué es esto?
—Ese infame Deza... ya lo sospechaba... Vélez ha sido asesinado; Aranzana y Bozmediano quedan mal heridos...
—Pero ¿cómo ha sido?...
—La cosa más inicua. De improviso entró Deza en el salón, acompañado de diez o doce soldados, y nos intimó que nos rindiéramos en nombre del príncipe Fernando, cuya causa decía representar él solo. Vélez increpándole por su deslealtad, quiso echarse sobre él, y al instante fue atravesado con un estoque. Nos hemos defendido como fieras; hemos matado tres; pero el infame ha salido con los demás. Creemos que va a la Judería. Corramos... no hay que perder un instante.
—¡Calma, calma! —dijo Martín—. Vamos a la Judería; pero procuremos llegar allá serenos y con juicio.
Bajaron, en efecto, y antes de llegar observaron el resplandor de algunas antorchas y distinguieron rumor de voces. Por el camino encontraban multitud de personas que iban y venían, demostrando alarma, y a alguno de los fugaces transeúntes oyeron decir: «Aseguran que es un bandido que quiere asesinar a todo el clero de la santa Iglesia y robar todas las alhajas».