III
Calmose luego el reverendo de su agitación, y tomando de nuevo la pluma iba a recomenzar su interrumpido trabajo. Ya recogía sus ideas para seguir el capítulo LVIII, que se titulaba: De por qué el Señor San José es abogado de los celos, cuando una criada entró y puso en sus manos una carta doblada en triángulo, que abrió con afán y leyó al momento. La epístola decía así:
«Toledo, 7 de mayo.
»Mi muy querido y reverenciado Sr. D. Pedro Regalado: Ban ya 8 días que usted salió de aquí y lla nos parece que se a hido por sécula culorun. ¡Que solEdad tan Grande! Sin sus consegos espirituales me parece queme falta la Mi taz del Halma, pues usted Me con suela de todas mis penas. No dego de pensar si le sucedera halgo malo, y Si nos olvidara en esa, por Que el demonio no se duerme. Por fin he degado ir a Engracia a Arangued, con las de Sanaguja, que la mandaron a Vuscar. Ya esta mas Consolada de sus Melancolías, y Dios y su Santa madre permitan que olbide a Aquel pelafustran que tanto nos izo rrabiar. No hay mas Nobedaz por esta su casa, sino que lespera cona Fan su desconsolada higa espiritual, que le reberencia, Bernarda Quiñones. P. D. En su carta deme Noticias de D. Narciso Pluma».
Corchón leyó, dejó a un lado la carta y continuó su grande obra.