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El tiempo o la muerte: "El Sultán de Egipto, Cuento Turco imitado en Español"

El tiempo o la muerte
"El Sultán de Egipto, Cuento Turco imitado en Español"
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  1. El tiempo o la muerte: realidades o artificios de la imaginación
    1. Créditos
  2. Índice
  3. Prólogo
  4. Primera parte - El espejismo del tiempo
    1. Precedentes fundacionales - Don Juan Manuel (1282-1348)
      1. Cuento XI de El Conde Lucanor
      2. Preguntas de lectura y bibliografía básica
    2. José María Blanco White (1775 – 1841)
      1. "El Sultán de Egipto, Cuento Turco imitado en Español"
      2. Preguntas de lectura y bibliografía
    3. Jorge Montgomery (c. 1804-1841)
      1. "El serrano de las Alpujarras"
        1. Pregunta de lectura y bibliografía esencial
    4. Juan Valera (1824-1905)
      1. "El pescadorcito Urashima"
      2. Preguntas de lectura y bibliografía esencial
    5. Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
      1. "Creed en Dios" Cantiga Provenzal
      2. Preguntas de lectura y bibliografía esencial
  5. Segunda parte - El sueño de la vida
    1. Precedentes fundacionales - Cristóbal Lozano (1609-1667)
      1. "El estudiante Lisardo" (Soledades de la vida y desengaños del mundo)
      2. Preguntas de lectura y bibliografía preliminar
    2. Luis García de Luna (1834-1867)
      1. "Don Miguel de Mañara" (Leyenda)
      2. Preguntas de lectura y bibliografía preliminar
    3. Emilia Pardo Bazán (1851-1921)
      1. "La borgoñona"
      2. Preguntas de lectura y bibliografía preliminar
    4. Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891)
      1. "El amigo de la muerte" - Capítulo I
      2. Capítulo II
      3. Capítulo III
      4. Capítulo IV
      5. Capítulo V
      6. Capítulo VI
      7. Capítulo VII
      8. Capítulo VIII
      9. Preguntas de lectura (caps. I-VIII)
      10. Capítulo IX
      11. Capítulo X
      12. Capítulo XI
      13. Capítulo XII
      14. Capítulo XIII
      15. Capítulo XIV
      16. Capítulo XV
      17. Capítulo XVI
      18. Conclusión
      19. Preguntas de lectura (Caps. IX-Conclusión) y bibliografía preliminar
    5. Leopoldo Alas, "Clarín"
      1. "Mi entierro: discurso de un loco"
      2. Preguntas de lectura y bibliografía preliminar
    6. Transición al siglo XX - Miguel de Unamuno (1864-1936)
      1. "El que se enterró"
      2. Preguntas de lectura y bibliografía preliminar

El Sultán de Egipto, Cuento Turco[1] imitado en Español

En una junta de Doctores Mahometanos convocada por el Sultán de Egypto[2], se ofreció tratar de un pasage[3] del Alcoran[4] en que se cuenta que el arcángel Gabriel arrebató a Mahoma en espíritu, y sacándolo de la cama en que dormía, le mostró quanto[5] los siete cielos contienen. Hízole ver, al mismo tiempo, el Empyreo[6], y el Infierno; e introduciéndolo a la Divina Presencia, el Profeta gozó de diez mil y ochenta comunicaciones con el Ser Supremo. Todo esto se verificó en tan corto espacio que el lecho estaba aún caliente quando[7] Mahoma volvió a el: y aún hay comentadores del Alcoran que aseguran, que Mahoma llegó a tiempo de enderezar una botija que se había volcado al empezar la visión, sin que el agua hubiese tenido lugar de derramarse.

El Sultán, como presidente de la junta propuso el siguiente argumento contra la explicación de los Doctores. Según vosotros hay siete cielos, cuya distancia intermedia requeriría quinientos años de viage[8] para atravesarla. Esos cielos son, además, sólidos y gruesos ¿cómo pues es posible que Mahoma penetrase las esferas, caminase tanto espacio, y viese y oyese todo lo que el Alcoran dice? Los Doctores dieron sus respuestas; pero el Sultán era duro e incrédulo, y la consulta se concluyó dexandolo[9] obstinado en su argumento.

Una disputa de esta clase, entre los Doctores más reverenciados de los pueblos Mahometanos, y el poderoso Sultán de Egypto, no podía quedar de puertas adentro del palacio. Corrió su fama por todas partes, y llegando a los oídos del célebre Xeque Chahabeddin, quien unía en sí el saber más profundo del Alcoran, con las ciencias ocultas y mysteriosas llamadas Mekaxefa*[10] y Algaib-an-alabsart*[11], lo movió a presentarse al Sultán, aunque no había podido hallarse en la junta.

La veneración en que los Xeques eran tenidos, hacia que, hasta los príncipes, mirasen a Chahabeddin como su igual. El Sultán lo recibió en el principal salón del palacio: hízolo sentar junto a sí sobre un tapete riquísimo, y después de haber bebido con él los sorbetes más deliciosos, le preguntó la razón de su venida. "Gran Señor," respondió el Xeque, "he oído que, en una consulta de los Doctores de la Ley, negasteis la verdad de la famosa visión del Profeta, oponiendo a su realidad una multitud de razones. No vengo a disputar con vos; sino a haceros ver por experiencia propria quan[12] fácil es el poder sobrenatural de los favorecidos del Cielo, verificar lo que a los hombres parece imposible. Haced que traigan a este salón una gran tina, y que la llenen de agua." Los esclavos executaron[13] esta orden en pocos momentos. "Ahora bien," dixo[14] Chahabeddin, "tened a bien desnudaros, quedando solo con una toalla atada a la cintura." El Sultán se desnudó, e hizo lo que el Xeque mandaba. Acercándose inmediatamente a la tina, rodeado de sus ministros y oficiales; "solo os queda una cosa que hacer," continuó el Sabio, "y es que zabullais[15] la cabeza en el agua."

Apenas había el Sultán sumergido la cara quando transportado de un modo inexplicable, se halló desnudo, y con la toalla a la cintura, a la orilla del mar, en una costa desconocida. "Válgame el Profeta!" exclamó con asombro, "que traición tan infame es esta! Si vuelvo a Egypto, yo le prometo a Chahabeddin, que no le pese la cabeza sobre los hombros muchas horas. ¿Pero que hemos de hacer en este caso? En vano es quexarse[16], y amenazar a quien no teme mi enojo."

A poca distancia del mar se descubría un monte, y en él se veían unos leñadores empleados en desgajar las ramas de que iban a formar sus haces[17]. A ellos, pues, se dirigió el cuitado[18] Sultán, pidiendo que hiciesen por él lo que estuviese en su poder. "Yo soy, les dixo, un pobre navegante, que he perdido mi buque, en unas peñas, a poca distancia; y me he salvado en una tabla, en el estado que veis." "Buen hombre (respondieron los leñadores) lo único que podemos hacer por ti, es darte estos zapatos, y esta manta: ambos están llenos de agujeros; pero algo es algo. Dirígete por esta senda a la ciudad que está al otro lado de aquella loma, y Ala te ayude, como puede."

En este traje andrajoso se enderezó el Sultán acia[19] el pueblo, y quando llegaba a las primeras casas, vio a un herrero, que le pareció, por el rostro, hombre bondadoso. A este pues se acercó, y contándole la fingida historia del naufragio, le suplicó le aconsejase cómo había de ganar la vida. "Las costumbres y leyes de esta ciudad," dixo el herrero, " son muy favorables a los extranjeros que quieren avecindarse en ella. Tu eres joven, y no mal parecido; y no será mucho que hagas aquí fortuna. Vete al baño de las mugeres[20]: siéntate a la puerta, y pregunta a cada qual[21] de las que vayan saliendo, si tiene marido: la que te responda que no, está obligada a casarse contigo." A un hombre en la situación del Sultán nada le parece inconveniente o gravoso con tal que le proporcione medios de vivir; mucho menos quando había de ser a tan poca costa como ofrecerse por marido; y ¿quién sabía si la muger que le había de tocar en suerte seria hermosa y rica? Preguntó, pues, por el baño de las mugeres, y sentándose a la puerta estuvo aguardando un rato; quando he aquí que sale una muger bellísima, y adornada con ropas que denotaban ser de alta condición. Entre deseoso, y abochornado, el Sultán, cruzando las manos sobre el pecho, y haciendo un profundo salam, o reverencia, dixo: "Princesa y Señora mía ¿tenéis marido? La dama, con semblante halagüeño respondió, "sí, tengo; paso adelante." "Mala suerte la mía," dixo el Sultán, "pero, ánimo y a ellas; pues segun veo, el herrero no me ha engañado."

A poco rato vio venir otra, pero quanto la primera era hermosa otro tanto era esta fea, y desagradable. "Válgame el Profeta," dixo nuestro pretendiente, "si me cabe en suerte esta fantasma, mejor quisiera pasar la vida cabando[22]. Pero, según me dixo el herrero, no me es permitido dexar pasar a ninguna sin hacer la pregunta de estilo." Había llegado en esto la Dama, y el Sultán con voz tímida le preguntó, "Señora ¿tenéis marido?" La respuesta " , tengo," sacó al buen hombre del peligro y sobresalto en que se hallaba; pero no habían pasado dos minutos quando otra muger más fea que la anterior apareció a la puerta del baño. "Desgraciado de mí!" exclamó el Sultán. "Pero qué he de hacer; el hambre crece, y si no he de comer sino a costa de enamorar una de estas tarascas[23], hágase la boda quanto antes." Tal es el efecto de la necesidad que el Sultán se llegó a la tercera dama con el ánimo hecho de ser su marido; pero el puesto estaba ocupado; y tuvo que volverse a poner en espera.

En esto se abrió por quarta[24] vez la puerta del baño, y he aquí que se presenta una de las bellezas más singulares que se había visto en todo el Oriente. Olvidóse el Sultán de su hambre, en un momento, y solo se acordó de los andrajos que lo cubrían, sintiendo en su corazón tener que llegarse en tal estado a hablar a la hermosa criatura que se acercaba. Abochornado y confuso le pregunto si tenía marido. Mirólo de pies a cabeza la dama, y con aire enojado y desdeñoso, le respondió con un No seco, y paso adelante. "Voto va," dixo el Sultán entre sí, "que el herrero me ha engañado. Esta muger no tiene marido, y no obstante me dexa[25] de este modo. Esta desgracia la debo a mi capa rota."

La desazón aumenta el hambre como todos saben; y el Sultán estaba para darse a una desesperación completa, quando una esclava negra le preguntó ¿si era él el extrangero que se había ofrecido por marido a una Señora? Al oír que sí, le rogó la siguiese; y en poco tiempo se halló nuestro Príncipe en una casa hermosa, y ricamente adornada. Guíolo la esclava al estrado; y luego vio venir acia si seis doncellas magníficamente vestidas, y detrás de ellas la dama: a quien había hecho últimamente la pregunta de estilo. "Ya estáis en vuestra casa, marido y dueño mío, le dixo con una sonrisa encantadora." - Bellísima Señora," respondió el Sultán, " ¿cómo podré creer a mis ojos y oídos? ¿No fuisteis vos la que me respondisteis con tanto desdén?" "Las costumbres de nuestro pays[26], contextó[27] la Dama, requieren este desdén en público: pero sus leyes nos mandan ser humildes, y amorosas, al punto que recibimos a nuestros maridos en casa."

En vano querría pintar pormenores, que dexo a la imaginación del lector. El Sultán vivió con su esposa siete años, viendo nacer un hijo o hija en cada qual de ellos. Acostumbrado al luxo de un príncipe, no había placer que se negase a sí proprio, o a su muger. El caudal de esta era grande en extremo; pero los gastos anuales subían de modo que quando quisieron mirar por si, la familia estaba ya sumergida en pobreza, y los acreedores no habían dexado más que las paredes de la casa.

¿Qué hemos de hacer ahora?" dixo la muger del Sultán. "Tus hijos perecen, y yo no tengo a quien acudir por consuelo. Por tus manos han pasado mis riquezas, todas han desaparecido. Tus manos pues nos deben mantener, trabajando." Atónito con la multitud de sus recientes desgracias, el Sultán salió de su casa, y se dirigió a la del herrero, su primer consejero y amigo. Contóle todo lo que le había pasado, y pidióle su parecer en el caso presente. El herrero se encogió de hombros, y sacando dos monedas del valor de un real de vellón[28], las dio al Sultán aconsejándole que comprase un cordel (no para ahorcarse, como supondrán varios de mis lectores) sino para hacerse mandadero de plaza; ocupación en que podría ganar pan, si le ayudase la Fortuna. Maldiciendo la que le había traído a tal condición, el Sultán se fue al Bazar o Mercado; compró su cordel, y se arrimó con él a una esquina. En breve vino uno a preguntarle si quería hacer un mandado; y poniéndole a los hombros un saco de cebada que lo agoviaba[29], le hizo marchar al otro cabo de la ciudad; en pago de lo qual le dio el valor de real y medio.

Con tal recado, molido del peso y camino, y desollado por el pescuezo, y hombros con la aspereza del costal, se presentó a media tarde ante su muger e hijos; todos hambrientos, y por consiguiente, todos de malísimo humor. Compró con el dinero un par de hogazas de pan bazo, y cenaron como pudieron. Pero quando llegó la mañana, y vio el maldito cordel, que le recordaba la ocupación del día, el pobre Sultán salió desesperado con intención de poner pronto fin a su vida y su miseria. Fuese a la orilla del mar, y llegando al sitio en que se vio primero, quando metió la cabeza en la tina; empezó a denostar[30] a Chahabeddin, causa y autor de todas sus desgracias. “Mágico infame (exclamó) qué diera por cortarte la cabeza de un solo tajo! Pero en vano me entretengo con estos deseos de impotente venganza. La muerte es mi único remedio." Dixo[31]; y dando un salto, se echó al mar, cabeza abaxo[32].

Apenas empezó a sentir la falta de aliento, quando acosado de las ansias de la muerte, quiso sacar la cabeza al aire. Sacóla en efecto, y queriendo nadar a la orilla, extendió los brazos con la mayor violencia. Sin saber con lo que tropezaba, sintió que dos obstáculos, que se oponían a su nadar, habían caído. Abrió los ojos, desatinado, y se vio en seco, con dos esclavos negros, en el suelo, a quien había derribado. Lo cierto es que, en cueros, a excepción de la toalla que lo ceñía, y rodeado de sus criados y cortesanos, el Sultán acababa de sacar la cabeza de la tina.

Al ver a Chahabeddin se arrojó a él como un furioso, y a no haberlo contenido los circunstantes[33], lo hubiera sofocado, por falta de espada con que cortarle la cabeza. "¿Que furor, es este?" dixo Chahabeddin. ¿Tal me preguntas, infame (respondió el Sultán), habiéndome tenido siete años fuera de mi reyno[34], poniéndome al fin en la necesidad de vivir como mozo de cordel?" Mirábanse unos a otros los presentes, como que sabían que el Sultán no había estado medio minuto con la cabeza en el agua. Pero Chahabeddin con voz pausada y serena les explicó todo el mysterio[35], haciéndoles ver que, en el mundo intelectual en que había pasado la visión del Sultán, mil años son como un solo día.

  1. Lo que aquí se pone no es más que parte del cuento original, que se intitula, Historia del Xeque Chahabeddin. ↑

  2. Egipto. ↑

  3. Pasaje. ↑

  4. Corán: libro Sagrado en que se contienen las revelaciones de Dios a Mahoma y que es fundamento de la religión musulmana. ↑

  5. Cuanto. ↑

  6. Empíreo: cielo o paraíso. ↑

  7. Cuando. ↑

  8. Viaje. ↑

  9. Dejándolo. ↑

  10. El arte de leer los corazones. ↑

  11. El arte de hacerse invisible. ↑

  12. Cuan. ↑

  13. Ejecutaron. ↑

  14. Dijo. ↑

  15. Zambullir: meter debajo del agua con ímpetu o de golpe. ↑

  16. Quejarse. ↑

  17. Haz: Atado de mieses lino, hierba, leña o cosas semejantes. ↑

  18. Afligido, desventurado. ↑

  19. Hacia, en dirección a. ↑

  20. Mugeres o muger, forma antigua de escritura de la palabra mujeres o mujer, según se trate de la forma plural o singular. ↑

  21. Cual. ↑

  22. Cavando. ↑

  23. Tarasca: mujer temible o denigrada por su agresividad, fealdad, desaseo o excesiva desvergüenza. ↑

  24. Cuarta. ↑

  25. Deja. ↑

  26. País. ↑

  27. Contestó. ↑

  28. Vellón: aleación de plata y cobre con que se labró moneda antiguamente. ↑

  29. Agobiaba. ↑

  30. Denostar: injuriar gravemente. ↑

  31. Dijo. ↑

  32. Abajo. ↑

  33. Circunstante: Dicho de una persona que está presente, asiste o concurre. ↑

  34. Reino. ↑

  35. Misterio. ↑

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