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Torquemada en el Purgatorio: III

Torquemada en el Purgatorio
III
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Primera parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
  4. Segunda Parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
  5. Tercera Parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

III

Ya venía de atrás aquel desaliento del gallardo joven, que mal acostumbrado a fáciles triunfos, se figuraba que Dios había hecho el mundo para recreo de los Don Juanes de cartulina Bristol, y que las pasiones humanas eran un juego, o sport destinado al solaz de los jóvenes que, además del título de doctores en Derecho, poseían un acta de representante del país, renta para bien vivir, caballo, buena ropa, etc... Sus esperanzas, que al principio estuvieron muy verdes, nutridas tan sólo de la vanidad de él, y sin que ella en ninguna forma las alentara, habíanse marchitado antes del coloquio que acaba de referirse. Siempre que tenía ocasión de hablar a solas con su amiga, se arrancaba el hombre, no sin cautela; mas ella le paraba al instante, refregándole el rostro con irónicas e intencionadas réplicas, no más suaves que ortigas. Lo que más desconcertaba al buen Morentín era el compromiso en que, ante la opinión pública, le ponía la resistencia de la señora de Torquemada, pues siendo como un artículo de fe que ella le había elegido para desquitarse de las tristezas de su matrimonio con un hombre imposible, ¿con qué cara le decía él ahora a la pública opinión: "Señores, ni conmigo ni con nadie se desquita, porque no hay tal adulterio ni cosa que lo valga, ni en el hecho ni en la intención. Desistan ustedes de esa idea calumniosa, si no quieren que se les tenga por imbéciles como malvados"...?

Y seguramente añadiría: "Yo hago cuanto puedo. Pero no hay caso. Por mí, bien saben cuantos me conocen que no quedaría. Pero una de dos: o no le gusto, lo cual extraordinariamente me mortifica, o se encastilla en la virtud. Me inclino a creer esto último, como menos vejatorio para mí, y no tendría inconveniente en afirmar que, no gustándole yo, es cosa probada que otro ninguno le gustará, aunque se lo traigan del Cielo. Nada, señores, que por esta vez me ha fallado la puntería. Creo como Zárate, que tiene atrofiado el lóbulo cerebral de las pasiones. ¡Ah, las pasiones! Lo que pierde a las criaturas; pero también lo que las ennoblece y ensalza. Mujer sin pasiones puede ser una hermosa muñeca, o una gallina utilísima, si es madre... Confieso que ninguna batalla me pareció más fácil ganar hace un año, cuando Fidela reapareció ante el mundo casada con ese pavo de corral. Esta es la primera vez que, creyendo abrazar una mujer, me estrello contra una estatua...

Paciencia, y a otra. ¡Cuando uno piensa que ha despreciado proporciones bonitísimas, por seguir este rastro engañoso! Renuncio, pues, y me consuelo con que si el dios de las batallas... amorosas no me ha dado esta vez la victoria, será por apartarme de un gran peligro. En la casa de San Eloy siento la incubación del drama, y del drama huye el hijo de mi madre como del cólera. Esto declara y mantiene Serrano Morentín, adúltero profesional".

Debe añadirse que si el unigénito de don Juan Gualberto era incapaz de virtud en grado superior, era también inepto para el mal, realizado categóricamente. Por tener algo de todo, también tenía su poquito de conciencia, y después de poner a las heridas de su amor propio la venda de aquel optimismo reparador, dio en pensar cuán inicuos eran los errores de la opinión acerca de Fidela. Pero cualquiera destruía la dura concreción formada con los malos pensamientos y la falsa lógica del público. Como ciertas conglomeraciones calcáreas, la calumniosa especie endurecía con el tiempo, y al fin no había cristiano que la rompiera con codos los martillos de la verdad. Hallábase él dispuesto a salir por ahí diciendo a todo el que quisiera oírle: "Señores, que no es cierto... que hay virtud, virtud verdadera, no de farsa". ¡Pero nadie lo había de creer! Bueno está el tiempo para dar crédito a voces que tratan de reivindicar las reputaciones, no de destruirlas. Aquel poquito de conciencia de que el gallardo caballero disponía para los casos muy apurados de moral, le argüía su culpabilidad, porque cuando las voces empezaron, la seguridad del triunfo fue parte a que no las desmintiera con la energía y la indignación que la justicia demandaba. Dejó correr la especie, siendo falsa, porque creía como en el Evangelio, que los hechos la harían verdadera. Equivocáronse los hechos: luego estos eran los que tenían la culpa, él no. Como quiera que fuese, Morentín, saliendo aquel día de la casa de San Eloy con los espíritus enormemente abatidos, pensó que, en conciencia, y procediendo con hidalga caballerosidad (de la cual tenía también su poquitín), debía hacer un supremo esfuerzo para ahogar aquella opinión y arrancarla de cuajo.

No hacía diez minutos que Morentín había salido del gabinete de Fidela, cuando entró Rafael, conducido por Pinto.

"Ya sé que se ha ido ese danzante. Esperaba que saliera para entrar yo — dijo a su hermana, que volvió al gabinete con el chico en brazos.

— Sí, ya partió para la Palestina el bravo Malek—Adel... Siéntate. Es lástima que no puedas ver esta preciosidad. Hoy está tan contento, que no hace más que reír y tirarme de las orejas. ¿Por qué está hoy tan guasoncito el trasto de Dios?

— Déjame que le coja la cara. Acércate.

Fidela acercó el nene a su hermano, que le besó y acarició en las mejillas.

Valentinico hizo pucheros.

"¿Qué es eso, ángel? No se llora.

— Se asusta de verme.

—¡Quia! De nada se asusta este sinvergüenza. Ahora te está mirando fijo, fijo, con los ojos muy espantados, como diciendo: "¡qué serio está hoy mi tío!...". ¿Verdad que tú quieres mucho al tiíto, Rey, Sumo Pontífice, gatito de la Virgen? Dice que sí, que te quiere muchísimo, y te estima y es tu seguro servidor que besa tu mano, Valentín Torquemada y del Águila.

Viendo que Rafael callaba melancólico, creyó que refiriéndole las gracias que con inaudita precocidad hacía ya el pequeñuelo se animaría un poco. "No sabes lo tunante que es. Desde que ve una mujer, se le tira a los brazos. Este va a ser aficionadillo al bello sexo, sí señor, y muy enamorado. Mujer que vea, la querrá para sí. Y desde ahora... (dándole suaves golpes en semejante parte) le iré yo enseñando a que no se entusiasme tanto con las señoras. ¿Verdad, rico mío, que a ti te gustan mucho las niñas guapas?... A los hombres no les puede ver. El único con quien hace buenas migas es su padre. Cuando le sienta sobre sus rodillas para hacerle el caballito, suelta unas risas... ¿Y sabes lo que hace el muy tuno? Le quita el reloj. Es una afición loca a robar relojes... También ha sacado la maña de meterle mano al bolsillo de su padre, y... No creas, empieza a sacar duros y pesetas y a tirarlos al suelo, riéndose de verlos rodar...

— Simbolismo — dijo Rafael saliendo de su taciturnidad —. ¡Ángel de Dios! Si persiste en esa maña dentro de veinte años, ayúdame a sentir.

Siempre que acompañaba a su hermana, en el gabinete o en el cuarto del chiquitín, las sensaciones, y aun los sentimientos del pobre ciego sufrían alteraciones bruscas, pasando del contento expansivo al desmayo hondísimo y aplanante. Era un variar continuo, como los movimientos de la veleta un día de turbión. Horas tenía Rafael, en las cuales gozaba extraordinariamente oyendo a su hermana en los trajines de la maternidad, horas en que aquel mismo cuadro de doméstica dicha (para él, más bien sonata) le llenaba el corazón de serpientes. Razones de esto: que antes del nacimiento de Valentinico, era Rafael el niño de la familia, y en la época de miseria, un niño mimado hasta la exageración. Claro que sus hermanas le querían siempre; pero la nueva vida les distraía en mil cosas, y en los afanes que ocasiona una casa grande. Le atendían, le cuidaban; pero sin que fuera él, como en otros tiempos, la persona principal, el centro, el eje de toda la vida. Vino al mundo con repique gordo de campanas el heredero de San Eloy, y aunque las dos hermanas tenían siempre para Rafael cariño y atenciones, nunca eran estas como las que al chiquitín consagraban; cosa muy natural, pues si débiles los dos, Rafael estaba formado y no había que pensar ni en librarle de su incurable mal, ni en darle mayor robustez, mientras que Valentín era un principio de hombre, una esperanza, que había que proteger contra los mil peligros que a la infancia rodean. ¡Eterna subordinación de los amores del pasado, ante los amores y los intereses del presente y el porvenir!

Así lo pensaba Rafael en sus murrias llenas de amargura negra: "Soy el pasado, un pasado que gravita sobre ellas, que nada les da, que nada les ofrece; y el niño es el presente risueño, y un porvenir... que interesa como incógnita.

Su imaginación siempre en ejercicio le representaba los hechos usuales informados por su idea. Creía notar que su hermana Cruz, al ocuparse de él, lo hacía más por obligación que por cariño; que algunos días le servían la comida de prisa y corriendo, mientras que se entretenían horas y más horas dándole papillas al mocoso. Figurábasele también que su ropa no se cuidaba con tanto esmero. A lo mejor, le faltaban botones, o aparecían descosidos que le molestaban. Y en cambio, las dos señoras y el ama consagraban días enteros a los trapitos del crío. Sobre esto, claro está, guardaba un silencio absoluto, y antes muriera que proferir una queja. Su hermana Cruz había notado en él una tristeza fúnebre, un laconismo sombrío, y un suspirar de ese que saca la mitad del alma en un aliento. Pero no le interrogaba, por temor a que saliese con alguna tecla de las de marras. "Peor es meneallo — se decía hablando como Cervantes y como D. Francisco.

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