XIV
—¿Qué es? por las barbas del Santísimo Cristo — gritó Torquemada escupiendo las palabras.
— Ya, ya — repetían los criados corriendo. Sus alegres semblantes divulgaban la buena noticia.
Y en la puerta del gabinete, a donde corrió con exhalación, encontrose D.
Francisco oprimido entre unos brazos de hierro. Eran los de Cruz, que en su alegría loca le besó en ambos carrillos, diciendo: "Varón, varón.
—¡Si no podía equivocarme! — exclamó el tacaño, sintiendo más apretado el nudo que en su garganta tenía —. Varón... quiero verle... medías anatas... ¡Oh! la ciencia... Biblias... Valentín, Fidela... Bien por las tres eminencias.
Cruz no le dejó penetrar en la alcoba. Había que aguardar un momentito.
"¿Y qué tal?... robusto como un toro... — añadió el venturoso padre, que sin saber cómo fue arrastrado a la sala, y allí le abrazaron multitud de personas, soltándole y recibiéndole como una pelota, y llenándole la cara de babas —.
Gracias, señores... agradezco sus manifestaciones... San Eloy... la ciencia... tres primeras espadas de la Medicina. Gracias mil... estimando... No me ha cogido de nuevas... Ya sabía yo que había de ser... del sexo masculino, vulgo macho...
Dispensarme, no sé lo que digo... Ea, Pinto, quiero convidar a todo el mundo.
Vete a la taberna, y que traigan unas copas de Cariñena... ¡Qué disparate!... No sé lo que digo... La sacra Biblia empastada y champán... Señores, mil y mil gracias, por su actitud de simpatía y... beneplácito. Estoy muy contento... Seré Mecenas de todo el mundo... Que traigan peleón, digo Jerez... Bien sabía yo el resultado de la peripecia... Lo calculé. Yo todo lo calculo... Querido Zárate, venga otro abrazo. ¡La ciencia!... Lo...or a la ciencia. Pero lo dicho: no se necesitaban tantos doctores. Ha sido un parto meramente natural y espontáneo, por decirlo así. Somos felices... Sí señora, felices...enteramente; tiene usted razón, enteramente...
Entró a felicitar a su esposa. Después de hacerle muchos cariños, y de echar un vistazo al crío cuando le estaban lavando, volvió a salir, radiante.
"Es el mismo, el propio Valentín — dijo a Rufinita, volviendo a abrazarla —.
¡Cuánto me quiere Dios! ¡Él me lo quitó; Él me lo vuelve a dar! Designios que no saben más de cuatro; pero yo sí... Ahora, lo que nos vendría muy bien es que se largara toda esta gente.
— Pero si vienen más. Se llenará toda la casa.
Y otra vez en la sala, oyó, entre el coro de felicitaciones, comentarios de la extraordinaria coincidencia de que el hijo de Torquemada naciese en la fecha del Nacimiento del Hijo de Dios.
"Ahí verán ustedes... Los designios, los altos designios...
— Feliz Noche Buena, Sr. D. Francisco, el hombre grande, el hombre de la suerte, el niño mimado del Altísimo...
No se olvidó, con tanto incienso, de ir a recibir la felicitación de Rafael, el cual hubo de recibirle con fría cordialidad, congratulándose de que su hermana hubiera dado a luz felizmente; mas no hizo mención del nuevo ser, que había venido a perpetuar la dinastía. Esto le supo mal a D. Francisco, que con altanero ademán y sonora voz le dijo: "Varón, Rafael, varón, para que tu casa y todita tu nobleza de antaño, más vieja que las barbas del Padre Eterno, tenga representación en los siglos venideros y futuros. Supongo que te alegrarás.
El ciego afirmó con la cabeza, sin pronunciar una palabra. Morentín había pasado a la sala, confundiéndose con los del coro de alabanzas y felicitaciones.
Creyó muy del caso la gobernadora improvisar una cena para todos los presentes, con el doble motivo de celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios, y el del sucesor de la casa y estados del Águila—Torquemada. Como la turbación y trajín de aquel día no habían permitido pensar en comidas extraordinarias, a las diez andaba de coronilla toda la servidumbre, aprestando la cena, que por la ocasión, la fecha y el lugar en que se celebraba, debía ser opípara.
No le pareció bien a Torquemada llenar el buche a toda la turbamulta, y en su pobre opinión, se cumplía invitando a los más íntimos, como Donoso, Morentín padre e hijo y Zárate. Pero Cruz, a quien dio conocimiento con cierta timidez de su criterio restrictivo en materia de invitaciones, le contestó secamente que ya sabía ella lo que reclamaban las circunstancias. Reasumiendo: que celebraron allí la Noche Buena, en improvisado banquete, comiendo y bebiendo como fieras, según dicho de Torquemada, unas cuarenta y cinco personas largas, es decir, unas cincuenta personas, en cifra redonda. Tuvo el buen acuerdo el amo de la casa de no beber champagne, sino en dosis homeopáticas, y gracias a esta precaución se portó como un caballero, no dejando salir de sus autorizados labios ninguna inconveniencia, y hablando con todos el lenguaje fino y grave, que a su carácter y posición social correspondía. Menudearon los brindis en prosa y verso, de madrugada ya, y Zárate concluyó por tratar de tú a D.
Francisco, profetizándole que sería el dueño de toda la tierra, y que bajo su imperio se resolvería el problema de la aerostación, y se cortarían todos los istmos para mayor fraternidad entre los mares, y se unirían todos los continentes por medio de puentes giratorios... Brindaron otros por el Marquesado de San Eloy, que muy pronto adquiriría mayor lustre con la grandeza de España de primera clase, y no faltó quien pidiese a los señores de Torquemada, con el debido respeto, que diesen un gran baile, el día de Reyes, para celebrar el fausto suceso.
Cuando se fueron los comensales, D. Francisco no se podía tener de cansancio, la cabeza como un farol, y los espíritus algo caídos. El sol de su alegría se nublaba con la consideración del enorme gasto de aquella cena, y de los que vendrían a renglón seguido, pues la tirana había invitado, para toda la semana siguiente hasta Año Nuevo, a los allí presentes aquella noche, distribuyéndoles en tandas de a doce cada día. "A este paso — pensó Torquemada —, esto será un Lhardy, y yo el calzonazos por excelencia". Acostose ya cerca del día con la mitad del alma gozosa, la otra mitad agitada por zozobras terribles. ¿Sería broma aquello del gran baile, o lo dirían en serio? Cruz, al oírlo, se había reído; pero sin protestar, como habría protestado él, si se atreviera. Esto y los doce invitados diarios le quitaron el sueño, porque la otra mitad del alma, la risueña y retozona, también se mostraba rebelde al descanso. Levantose sin haber dormido, y lo primero que se echó a la cara fue un par de tarascas, en quienes al punto reconoció los caracteres zoológicos del ama de cría. "¡Hola! — dijo dirigiéndose a ellas —, ¿qué tal estamos de leche? Cruz las había hecho venir previamente de la Montaña, dando el encargo a un médico amigo suyo. Eran dos soberbios animales de lactancia, escogidos entre lo mejor, morenas, de pelo negro y abundante, las ubres muy pronunciadas, y los andares resueltos. Mientras el tacaño visitaba a su esposa y al crío, Cruz estuvo tratando con aquel par de reses, y con los montaraces aldeanos que las acompañaban.
"¿Cuál ha escogido usted? — preguntole después D. Francisco, que de todo quería enterarse.
—¿Cómo cuál? Usted está en babia, señor mío. Las dos. Una fija, y otra de suplente por si la primera se indispone.
—¡Dos amas, dos! — exclamó el bárbaro con los pelos todos de su cabeza y bigotes erizados como los de un cepillo —. Si un ama, una sola, es el azote de Dios sobre una casa, dos... ayúdeme usted a sentir, dos... son lo mismo que si se abriera la tierra y nos tragara.
— De poco se asusta usted... ¿Y así mira por la crianza de ese bendito pimpollo que Dios le ha dado? —¡Pero para qué necesita mi pimpollo dos amas, Cristo, re—Cristo! ¡Cuatro pechos, Señor de mi vida, cuatro pechos...! ¡Y yo que no tuve ninguno de madre, pues me criaron con una cabra! — Por eso siempre tira usted al monte.
— Pero vamos a ver, Crucita. Seamos justos... ¿Quién ha visto usted que tenga dos amas? —¿Que quién he visto...? Los Reyes, el Rey...
—¿Y acaso somos nosotros testas coronadas, por decirlo así? ¿Soy yo por casualidad Rey, Emperador, ni aun de comedia, con corona de cartón? — No es usted Rey; pero su representación, su nombre exigen propósitos y actos de realeza... No, no me río. Sé lo que digo. Entramos en un período nuevo. Ya tiene usted sucesión, ya tiene usted heredero, Príncipe de Asturias...
— Dale con que soy...
Y no pudo decir más, porque la ira le encendía la sangre, congestionándole.
Sentado en el comedor se entretuvo en morderse las uñas, mientras le traían el chocolate. Viéndole de tan mal temple, Cruz se compadeció de él, y quiso explicarle la razón de aquel nuevo período de grandezas en que entraba la familia. Pero D. Francisco no escuchaba más razones que las de su avaricia.
Nunca sintió en su alma tan fuerte prurito de rebeldía, ni tanta cortedad para llevarla del pensamiento a la práctica. Porque la fascinación que Cruz ejercía sobre él era mayor y más irresistible después del nacimiento de Valentín. Ya se comprende que este le servía a la tirana de la casa para solidificar su imperio y hacerlo invulnerable contra toda clase de insurrecciones. El pobre tacaño gemía, paseando de la taza al estómago su chocolate, y como Cruz le incitara a manifestar su pensamiento, quiso el hombre hablar, y las palabras se negaban a salir de sus labios. Intentó traer a ellos los términos groseramente expresivos que usar solía en su vida libre; tan sólo acudían a su boca conceptos y vocablos finos, el lenguaje de aquella esclavitud opulenta en que se consumía, constreñido por un carácter que encadenaba todas las fierezas del suyo.
"No digo nada, señora — murmuró —. Pero así no podemos seguir... Usted verá...
Yo soy la economía por excelencia, y usted el despilfarro personificado... Tres médicos, dos amas... gran baile... convites diarios... medias anatas... Total, que pululan los gastos.
— Los que pululan son los mezquinos pensamientos de usted. ¿Qué supone todo eso para sus enormes ingresos? ¿Cree que yo aumentaría el gasto si viera que sus ganancias mermaban lo más mínimo?... ¿Tan mal le ha ido bajo mi dirección y gobierno? Pues aún han de venir días gloriosos, amigo mío... ¿Pero qué tiene usted?... ¿qué le pasa? El tacaño lloraba, sin duda porque se le atragantó la última sopa de chocolate.