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Torquemada en el Purgatorio: VIII

Torquemada en el Purgatorio
VIII
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Primera parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
  4. Segunda Parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
    13. XIII
    14. XIV
  5. Tercera Parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
    10. X
    11. XI
    12. XII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

VIII

Partieron, pues, aquella mañana, con asombro y extrañeza de toda la colonia, en la cual no faltó algún desocupado caviloso que se diese a buscar la razón de aquel súbito regreso, que más bien parecía fuga, y descubriera nada menos que una grave discordia matrimonial. Ello es que iban todos contentos a Madrid, y Torquemada como unas pascuas. ¡Con qué alegría vio el semblante risueño de su cara Villa, sus calles asoleadas, y sus paseos polvorosos, pues aún no había llovido gota! ¡Y qué hermosura de calor picante! Que no le dijeran a él que había lugares en el mundo más higiénicos. Para miasmas, Hernani, que por ser cargante en todo, hasta tenía nombre de música. ¡Cuándo se ha visto, Señor, que los pueblos se llamen como las óperas! Entró de lleno en la onda de sus negocios, como pato sediento que vuelve a la charca; pero hallándose aún ausentes muchas personas del elemento oficial y del elemento particular, no encontró la ocupación plena que hubiera deseado.

Con todo, su contento era grande; y para completarlo, Cruz no le mortificaba con nuevos planes de engrandecimiento. Otra novedad dichosa era que Rafael se había suavizado en su trato con el tacaño, y hasta parecía desear tenerle por amigo. Antes del viaje, apenas cambiaban más palabras que las generales de la ley, el saludo por las mañanas, y por la noche cuatro frases insubstanciales acerca del tiempo. Al regreso de Hernani, solían acompañarse algunos ratos, y el ciego le mostraba consideración, algo parecida al afecto, le oía con calma, y hasta le pedía su parecer sobre asuntos corrientes de política, o sobre cualquier suceso del día. Pero lo más particular de todo esto era que la buena de Cruz, que había bebido los vientos por las paces de los dos cuñados, y de continuo los incitaba a la concordia, en cuanto les veía charlando sosegadamente, parecía sobresaltada, y no se apartaba de ellos, cual si temiera que alguno de los dos se fuese del seguro. Debe advertirse que por aquellos días (Septiembre y Octubre), la opinión de Cruz sobre el estado cerebral de su desdichado hermano era más pesimista que nunca, a pesar de que el pobrecito no desentonaba ya, ni reía sin motivo, ni se irritaba.

"Si ahora le tenemos tranquilo, y no nos da ninguna guerra — le decía Fidela —, ¿por qué temes...? — La calma bochornosa suele anunciar grandes tempestades. Prefiero verle nerviosillo y un poco charlatán, a que se nos encierre en ese spleen sombrío, con apariencias sospechosas de buen juicio en lo poco que habla. En fin, Dios dirá.

En todo Septiembre, tuvo D. Francisco el gusto de no ver a muchas personas de las que ordinariamente iban a la casa, y que rodaban todavía por playas y balnearios, algunas en París; y aumentó su gusto la única excepción de aquella desbandada, Zárate, que por la escasez que suele acompañar a la sabiduría no veraneaba más que quince o veinte días en El Escorial o Colmenar Viejo.

Buenos ratos pasó el tacaño con su amigo y consultor científico, casi solos todas las noches, platicando sobre temas sabrosísimos, como la cuestión de Oriente, los abonos químicos, la redondez de la tierra, el Papado en sus relaciones con el Reino de Italia, las pesquerías del Banco de Terranova... En aquella temporada de fecundos progresos, aprendió D. Francisco dicciones muy chuscas, como la tela de Penélope, enterándose del por qué tal cosa se decía; la espada de Damocles, y las kalendas griegas. Además, leyó por entero El Quijote, que a trozos conocía desde su mocedad, y se apropió infinidad de ejemplos y dichos, como las monteras de Sancho, peor es meneallo, la razón de la sinrazón, y otros que el indino aplicaba muy bien, con castellana socarronería, en la conversación.

Charla que te charla, hablaron de Rafael, haciendo notar Zárate que sus apariencias de sosiego mental no inspiraban confianza a la hermana mayor, a lo que contestó D. Francisco que su cuñado no regía bien del cerebro, y que más tarde o más temprano había de salir con alguna gran peripecia.

"Pues yo tengo sobre esto una opinión — dijo Zárate —, que me aventuro a consultar con usted a condición de absoluta reserva. Es una opinión mía; quizá me equivoque; pero no renuncio a ella mientras los hechos no me demuestren lo contrario. Yo creo... que nuestro joven no está loco, sino que lo finge, como lo fingía Hamlet, para despacharse a su gusto en el proceso de un drama de familia.

—¡Drama de familia! Aquí no hay drama ni comedia de familia, amigo Zárate — replicó D. Francisco —. No hay más si no que el caballero aristócrata y un servidor de usted hemos estado de puntas... Pero ya parece que se da a partido, y yo me dejo querer... Naturalmente, más vale que haya paz en casa. Esta es la razón de la sinrazón, y no digo nada de las inconveniencias y tonterías de mi hermano político. Peor es meneallo... Por lo demás, creo también que en algunos períodos, su locura ha sido figurada, como la de ese señor que usted cita tan oportunamente.

Y se quedó con la duda de quién sería aquel Jamle; pero no quiso preguntarlo, prefiriendo dar a entender que lo sabía. Por el nombre y lo de fingirse loco, se le antojaba que el tal debía de ser poeta.

"Celebro que estemos conformes en este punto, Sr. D. Francisco — dijo Zárate —.

Hallo entre nuestro Rafael y el infortunado príncipe de Dinamarca muchos puntos de contacto. Ayer, sin ir más lejos, hablaba solo el pobre ciego, y dijo cosas que me recordaron el célebre monólogo to be or not to be.

— Efectivamente, algo dijo de aquello. Yo lo noté, y no se me escaparon los puntos de contacto. Porque yo observo y callo.

— Eso, eso justamente es lo que procede, observarle.

— El pobrecillo tira mucho a poeta, ¿verdad? — Verdad.

— Y diciendo poesía, se dice poco juicio, el meollo revuelto.

— Exactamente.

— Y a propósito, amigo Zárate: me sorprende que a los poetas se les den tantas denominaciones. Les dicen vates, les dicen también bardos. Crea usted que me he desternillado de risa leyendo un artículo que le dedican a ese chiquillo a quien yo protejo, y el condenado crítico le llama bardo acá, bardo allá, y le echa unos inciensos que apestan. A los versos que ese chico compone los llamaría yo bardales, porque aquello no hay cristiano que lo entienda, y se pierde uno entre tanta hojarasca. Todo se lo dice al revés. En fin, peor es meneallo.

Mucho celebró el pedante la ocurrencia, y pasaron a otro asunto, que debía de ser algo de socialismo y colectivismo, porque al día siguiente salió Torquemada por esas calles hecho un erudito en aquellas materias. Hallaba puntos de contacto entre ciertas doctrinas y el principio evangélico, y envolvía sus disparates en frases cogidas al vuelo y empleadas con dudosa oportunidad.

Don Juan Gualberto Serrano, que regresó a fines de Septiembre, trájole muy buenas noticias de Londres. Las compras de rama se harían por personas idóneas para el caso, muy prácticas en aquel comercio, y que sabrían ajustarse a los precios indicados, aunque tuvieran que apencar con las barreduras de los almacenes. Por este lado no había que pensar más que en atracarse de dinero.

Propúsole además otro negocio, basado en operaciones de banqueros ingleses sobre fondos de nuestro país, y lo mismo fue anunciarlo, que Torquemada lo calificó de grandísimo disparate. En principio, la combinación era buena, y pensando en ella el tacaño por espacio de dos o tres días, encontró un nuevo desarrollo práctico del pensamiento, que propuso a su amigo, y este lo tuvo por tan excelente, que le abrazó entusiasmado: "Es usted un genio, amigo mío. Ha visto el negocio bajo su único aspecto positivo. El plan que yo traía era un caos, y de aquel caos ha sacado usted un mundo, un verdadero mundo. Hoy mismo escribo a los inventores de esta combinación, Proctor y Ruffer, y les diré cómo ve usted la cosa. De seguro les parecerá de perlas, y al instante nos pondremos a trabajar. Es cosa de liquidar medio millón de reales cada año.

— No digo que no. Escriba usted a esos señores. Ya sabe usted mi línea de conducta. En las condiciones que propongo, entro, vaya si entro.

Largo rato hablaron de este embrollado asunto, quedando de acuerdo en todo y por todo, y cuando ya se despedía Serrano, pues almorzaba aquel día con el Presidente del Consejo (como casi todos los de la semana), le dijo con semblante gozoso: "Aquello me parece que es cosa hecha.

—¿Y qué es aquello? —¿Pero no sabe usted...? ¿No le ha dicho Cruz...? — Nada me ha dicho — replicó D. Francisco receloso, sospechando que aquello era un nuevo tiento que la gobernadora pensaba dar a su bolsillo.

—¡Ah! pues téngalo por hecho.

—¿Pero qué...? ¡Biblias coronadas! —¿Es de veras que no tiene noticia? — Lo que tengo es el alma en un hilo, ¡ñales! ¿Apostamos a que ahora viene la bomba que me tiene anunciada?... Vamos, que ya estoy echando setenta llaves a la caja.

— No, no tendrá usted que gastar sino muy poco dinero... Un almuercito a los compromisarios... una docena de telegramas...

—¿Pero qué, con cien mil pares de copones? — Que le sacamos a usted senador.

—¡A mí!... ¿Pero cómo, vitalicio, o...? — Electivo. Lo otro vendrá después. Primero se pensó en Teruel, donde hay dos vacantes; luego en León. Vamos, representará usted a su tierra, el Bierzo...

— Menuda plaga va a caer sobre mí. Dios me guarezca de pretendientes berzanos, y de pedigüeños de toda la tierra leonesa.

—¿Pero no le agrada...? — No... ¿Para qué quiero yo la senaduría? Nada me da.

— Hombre... sí... Esos cargos siempre dan. Por lo menos, nada se pierde, y se puede ganar algo...

—¿Y aun algos? — Sí señor, y aun muchísimos algos.

— Pues acepto la ínsula. Iremos al Senado, vulgo Cámara Alta, y si me pinchan, diré cuatro verdades al país. Mí desiderátum es la reducción considerable de gastos. Economías arriba y abajo; economías en todas las esferas sociales. Que se acabe esa tela de Penélope de nuestra administración, y que se nivele ese presupuesto, sobre el cual está suspendida, como una espada de Damocles, la bancarrota. Yo me comprometía a arreglar la Hacienda en dos semanas; pero para ello exigiría un plan radicalísimo de economías. Esta será la condición sine qua non, la única, la principal de todas las condiciones sine qua nones.

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