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Halma: III

Halma
III
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Primera parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
  4. Segunda parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
  5. Tercera parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
  6. Cuarta parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
  7. Quinta parte
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
    7. VII
    8. VIII
    9. IX
  8. Autor
  9. Otros textos
  10. CoverPage

III

«Pues si el señor cura me promete no enfadarse —dijo Láinez después de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas—, me permitiré manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o llámese cabeza, no hay nada, no estoy de acuerdo con que el director sea sacerdote. Que haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo pertinente al gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no sé lo que me pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto higiénico, hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, con vistas a la religión».

—¡Hombre!

—Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una, importancia desmedida al elemento médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy práctico, reconozco la importancia del elemento sacerdotal en un organismo de esta clase; es más, creo que el tal elemento es indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la ciencia.

—¡Hombre, por Dios, no sea usted...!

—Permítame...

—No, si no es eso. Equivoca usted los términos...

—¡Vaya, hombre! Yo concedo...

—¡La ciencia! Medrados estaríamos...

—Yo concedo...

—Distingamos, señores...

Y un rato estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la boca, y tiroteándose con pedazos de expresiones.

«Yo concedo —dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase—, que la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no puede ser más que la ciencia».

—¡Potras corvas!, que alguna vez me ha de tocar a mí —gritó Amador furioso, viendo que D. Remigio rompía nuevamente, y que no había manera de atajarle—. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si ustedes se lo parlan todo, ¡caracoles!, estoy aquí de más... Pues entro en el ajo como tercero en discordia, y digo que los señores propinantes barren para dentro, cada cual mirando por su casa y oficio, este para la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que ni lo juno ni lo jotro, ¡caracoles!, y que la dirección debe ser administrativa. Porque aquí lo primero es asegurar la olla para todos, y no se asegura la olla sino trabajando la tierra, y sabiendo después cómo se distribuye el fruto entre estas y las otras bocas. Bueno que tengamos el elemento tal..., religión, bueno; el elemento cual..., medicina, bueno. Pero para que estos puedan concordarse y vivir el uno enclavijado en el otro, se necesita del elemento primero, que es el trabajo, el orden, la cuenta y razón, la labranza de la tierra, y esto no puede hacerlo la Iglesia ni la Facultad. ¡Ah!, como ustedes no le saquen su fruto a la tierra, a fuerza de machacar en ella, ¿con qué potras van a sostener la institución?, ¿de dónde van a salir estas misas? En Pedralba, lo primero es poner la finca en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y puede dar cuarenta, y cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, y dementes, y tiñosos, y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es andarse por las ramas, y empezar las cosas por el fin. La dirección debe ser agrícola, y administrativa, y aquí no hay más pontífice del campo que este cura, yo mismo, y para concluir, sepan que esos son los deseos del señor Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí y que puedo enseñarles.

Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la pesadumbre del último argumento presentado por Amador; pero el ingenioso D. Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles razonamientos, pegó la hebra en esta forma: «¡Pero, mi querido Amador, si el señor Marqués, no es quien ha de decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de su señora hermana».

—Hemos convenido, amigo D. Remigio —dijo Amador—, en que la Condesa es un ángel...

—Un ángel del cielo...

—Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. Dejemos a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma entregada solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y dentro de dos años tendrá la finca embargada.

—Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus intereses.

—Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles!, y los garbanzos y las patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.

—También arriba nacen, Sr. de Amador, y nuestro Padre celestial, que da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le adoran.

—Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y la noche engarzando rosarios y potras. D. Remigio, todo eso del misticismo eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy buena, pero hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo de lo positivo. Coloquémonos bajo el prisma de que el primero de los dogmas sagrados es la alimentación.

—¡Hombre!...

—La alimentación he dicho, ¡caracoles! Díganme: donde no hay manutención, ¿qué hay?

—No exageremos —replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido silencioso—. Concediendo toda la importancia al aspecto administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema, señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa. Esto no es una granja.

—Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.

—No es eso.

—Y aunque lo fuera —añadió el médico—, la dirección debe correr a cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...

—¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra on su cansada ciencia! Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá que inhibirse y decir: «allá vosotros».

—No señor, porque la ciencia...

—En resumen —chilló D. Remigio, algo quemado—, que usted propondrá a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el director espiritual y sobre todo bicho viviente.

—¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar pro domo mea! Pero si doña Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, y después de establecer la dirección científica, me hace el honor de designarme para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha gloria el desempeñarlo.

—Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... No se enfade, no quiero ofenderle...

—Paz, señores, paz —dijo Amador notando en Láinez temblores del bigotillo pegado, y en D. Remigio una vertiginosa movilidad de los ojos, las gafas, la nariz, y las manos—, y ya que no nos pongamos de acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un embrollo de mil demonios.

—Está en lo cierto el amigo Amador —manifestó D. Remigio recobrando su habitual placidez—; la verdad es que hemos olvidado la cuestión concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido D. José Antonio de Urrea?

—Sí —contestaron los otros.

—Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los tres.

—Convenido.

—Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el magno problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su parecer, y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre el punto grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean ustedes: ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. Si cada cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en la forma que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la llenaríamos de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande espíritu. Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, sin oír nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha de llegar a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica le vaya ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino Espíritu no le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza masculina, y el carácter que esta dirección debe tener.

Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos de los otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia del castillo, pusieron punto a su conversación, y se aproximaron con semblante risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a recibirles afectuosa.

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